Gonzalo Fontana: "En la antigua Roma creían en vampiros y hombres lobo"

Fontana (Huesca, 1965) acaba de publicar ‘Sub luce maligna’ (Contraseña) una antología de textos latinos sobre criaturas y hechos sobrenaturales.

Gonzalo Fontana, en el Teatro Romano de Zaragoza.
Gonzalo Fontana, en el Teatro Romano de Zaragoza.
Marcos Cebrián

Pensábamos que los romanos no tenían miedo, ni aun cuando se enfrentaban a Astérix.

Eso nos contaron, pero hay cosas que no estudiamos cuando traducíamos ‘La Guerra de las Galias’.

Creían en los fantasmas.

Al principio, en Roma, los fantasmas no tenían rostro ni apenas voluntad. Luego, quizá por influencia helénica, ganaron individualidad y empezaron a aparecerse para reclamar deudas o para que les enterraran bien.

Por eso en su libro habla del fantasma de Calígula.

Pertenecía a una familia que tuvo que matar mucho para mantenerse en el poder y acabó siendo asesinado. Se le hizo un funeral apresurado y su fantasma se aparecía en la zona exigiendo un funeral como mandaban los dioses.

En una religión con tantos dioses, sorprende que hubiera espacio para la magia.

Había aspectos que no cubría la religión y por eso se acudía a su sustituto, la magia. No podías recurrir a un dios para vencer o hacer daño a un humano. Para eso estaba la bruja del barrio. La visitabas, escribías una maldición en una tablilla de plomo, la metías en una tumba, el muerto la llevaba al infierno y, al cabo de un tiempo, a la persona que odiabas... le salía lepra en la cara.

¿Funcionaba?

Independientemente de que funcionara o no, era muy liberador. Porque a todo el mundo, tarde o temprano, le ocurría alguna desgracia.

Esas brujas, ¿se parecían en algo a las que surgieron siglos después en el Pirineo?

La verdad es que son muy semejantes. Las brujas romanas también eran mujeres con conocimientos medicinales no oficiales. Eran marginadas, pobres, solteras o viudas. Pagaban los platos rotos de toda la sociedad. Se llegaron a decir de ellas calumnias como que hacían sacrificios humanos. Y no era verdad.

También hay relatos romanos en los que aparecen hombres lobo.

El hombre lobo es una tradición itálica. En Grecia era la expresión de un rito de paso: para que los jóvenes realizaran el tránsito a la edad adulta se les mandaba a un bosque entre los lobos. A partir de ahí se crearon leyendas de transformación.

Y los romanos se comunicaban con los muertos.

Nosotros hablamos del Más Allá porque pensamos que hay una barrera entre nuestro mundo y el otro. Para los romanos todo pasaba en el ‘Más Acá’. Y los muertos sabían y hacían cosas. Los vivos podían comunicarse con ellos de distintas formas. En realidad, los ‘zombies’ no son un ‘invento’ haitiano. También estaban en Roma.

Pues el XIX es el gran siglo del espiritismo. Hubo españoles que aseguraban comunicarse nada menos que con Virgilio.

Los espiritistas españoles siguieron la estela de los británicos. En el libro documento el uso de la ouija en la antigua Roma. En las sesiones de teurgia se hablaba con los espíritus de muertos famosos, como Homero. Era hasta cierto punto normal hablar con él o con Platón, pero solo en las sesiones de magia fina, para la clase alta. Porque era carísimo que te ‘pusieran’ a Platón en la mesa. Las brujas de barrio hacían hablar a espíritus más normales.

La letra de un famoso tango dice que «veinte años no es nada». Pero podía decir 2.000. ¡Qué poco hemos cambiado! Aún hay gente que cree en estos fenómenos sobrenaturales...

Muchas de estas creencias fueron ‘olvidadas’ con el tiempo, pero en realidad estaban ahí. Lo que hizo el Cristianismo fue cambiarle el nombre a las cosas. Por eso había vampiros y hombres lobo en la antigua Roma. Incluso casas encantadas.

¿Ha dicho vampiros?

Las estriges eran aves nocturnas que entraban en las casas por la ventana y chupaban la sangre de los niños. Así era como se explicaban las muertes prematuras.

Aprovechando que es usted un especialista, ¿por qué hay que leer hoy a Marcial?

Es muy nuestro: un grandísimo poeta con una sensibilidad extrema. Aunque en él se condensa lo mejor de la cultura latina, supo conectar con el sentir popular.

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