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Leer hoy su poesía

Se cumple ahora el centenario del nacimiento de Miguel Labordeta (16 de julio de 1921-1 de agosto de 1969), uno de los poetas más desgarradores e intensos que hemos tenido en la España del siglo pasado

Miguel Labordeta
Miguel Labordeta
Heraldo.es

Sine die fue la expresión latina con la que Miguel Labordeta tituló el poema final de ‘Los soliloquios’, el último de sus libros publicados en vida, una expresión que puede dar muy bien testimonio del lugar y el tiempo de una poesía radicalmente desarraigada de sus propias circunstancias coyunturales de escritura, aunque nunca se desentendiera de ellas. Sine die, sin fecha, sin día, sin plazo, sin tiempo ni lugar marcados, esas podrían ser las coordenadas de una poesía que podría haberse escrito hoy, una poesía que, antes que dar prueba de una determinada realidad o testimonio de un tiempo y un espacio concretos, emerge y nos interpela como evidencia o augurio de la posibilidad.

Se cumple ahora el centenario del nacimiento de Miguel Labordeta (16 de julio de 1921-1 de agosto de 1969), uno de los poetas más desgarradores e intensos que hemos tenido en la España del siglo pasado, un poeta, sin embargo, rabiosamente actual, dotado de unos registros expresivos singulares que nunca se acomodaron al biendecir y a la ortodoxia de una institución literaria que, con algunas excepciones, jamás supo valorar el alcance de una propuesta estética y ética fundada en el desacato y la insumisión permanentes. Estas han sido unas constantes que bajo diferentes formas de incomprensión, desinterés o rechazo han acompañado a esta poesía prácticamente desde sus inicios, a finales de la década de los cuarenta, cuando Labordeta publica sus primeros libros, ‘Sumido 25’ (1948), ‘Violento idílico’ (1949) y ‘Transeúnte central’ (1950), tres títulos que pasaron sin pena ni gloria y que únicamente fueron valorados por unos pocos, muy pocos, lectores que sí supieron intuir el alcance y la potencia de una propuesta expresiva singular. En esos títulos está el germen, lo esencial, los principales temas y conflictos de su particular cosmovisión poética, el locus donde encontramos los principales nudos gordianos de una trayectoria poética que no dejó de desplazarse un solo instante desde el principio hasta el final, un recorrido que se muestra como el resultado de una insatisfacción, una autocrítica y una rebeldía imparables. El final de esta trayectoria es conocido. ‘Los soliloquios’ representa un punto de inflexión importantísimo en el discurrir labordetiano en la medida en que ampliaba sus intereses temáticos y sus formas expresivas, una evolución que, como es conocido, se truncó inmediatamente con su muerte.

Esta poesía, ya lo hemos recordado, apenas despertó en vida de su autor el interés de una crítica mayoritariamente anestesiada por los mecanismos y engranajes de un sistema crítico-literario excesivamente conservador, insensible ante una propuesta como esta, levantada al calor de la libertad y la independencia y, cuando lo hizo, fue casi siempre para incidir en el tópico, señalando la aparición de un nuevo libro con un adjetivo o un sintagma excesivamente estrechos y encasilladores: poesía existencial, tremendista, surrealista, social, expresionista, de hondas raíces metafísicas, experimental, etc., etiquetas, en todo caso, que se han manejado como lugares comunes y han circulado como la falsa moneda que de mano en mano va, erróneas por insuficientes, injustas por traicionar la complejidad de una escritura que desprende imaginación y libertad por todos sus poros, rebelde (en el fondo y en la forma) y dispuesta en todo momento a retorcerse sobre sí misma y romper con el entramado léxico y la linealidad discursiva, una escritura elaborada con sintagmas y expresiones que con frecuencia no pueden interpretarse a partir de las acepciones que recoge el diccionario puesto que ofrecen sentidos traslaticios, figurados, metafóricos, simbólicos, imaginarios, distintos en cualquier caso a los que habitualmente y de manera colectiva aceptamos según dicta la norma lingüística académica.

En cualquier caso, ahí están estos poemas, las huellas que dejó sobre la piel del mundo un sujeto herido e ingobernable que quiso caminar siempre, como los valientes, «hacia adelante / más allá de este viento vacío».

Alfredo Saldaña es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Zaragoza

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