CINE. OCIO Y CULTURA

«¡Qué pena! Hoy cierran las mejores salas de Zaragoza por calidad de visión y de sonido»

Los cines Yelmo sellaron ayer sus puertas con escaso público tras trece años de intensa actividad en Plaza Imperial

Adiós a los cines Yelmo.
Tomás García, hijo y padre, acudieron ayer a ver 'Nadie', en la sala 8.
Marcos Cebrián.

ZARAGOZA. La pandemia nos ha puesto contra las cuerdas: no solo aniquila, modifica la forma de vida y nos aísla, sino que he empujado a muchos locales y negocios al cese de actividad. Ayer cerraban las doce salas de los cine Yelmo, de Plaza Imperial, tras su reapertura del 19 de marzo pasado, con más pena que gloria: con ese silencio denso y sin glamur, más umbrío que nunca. Los voces de los niños parecían surgir desde la lejanía y no desde el fondo de las pantallas. En la primera sesión, solo se pusieron en marcha tres salas y se vio pasar a cuatro personas únicamente: Tomás García, padre e hijo, que iba a ver ‘Nadie’, y Eva y su compañero, que se encerraron con ‘Expediente Warren’.

Los cines Yelmo se inauguraron en 2008 con algo más de 3.000 butacas, distribuidas en doce salas, que andando el tiempo pasaron de las cabinas analógicas a las cabinas digitales. «Sabíamos que cerraban las salas, pero no hoy. A mí me da mucha pena: para mí son las mejores salas de Zaragoza. Por comodidad, calidad de visión y de sonido. Son estupendas. A mí me encantaba venir aquí: con mi padre, como hoy, o con mis amigos vengo a ver películas de acción. Cuando acudo con mi mujer y mi hija, elegimos comedias y películas románticas», decía Tomás García, hijo. «¿Si me gusta el cine? Claro. Sobre todo, cuando me invita mi hijo. Lo pasamos muy bien», comentaba Tomás García, padre, con una amplia sonrisa. Ya no funcionaban las escaleras mecánicas ni tampoco las pantallas que anunciaba los títulos y las salas. En la despedida, en los Yelmo se veía muy poca gente: la taquillera, el director gerente y una señora de la limpieza. Y otro operario que paseaba con un ordenador entre las manos.

«Por aquí ha pasado mucha gente en otros tiempos. Miro ahora esta soledad, y me acuerdo perfectamente de mejores días: yo he estado aquí haciendo una larga cola para comprar palomitas», agregó Tomás García, hijo. «Estos cines eran el gran atractivo de Plaza Imperial, sobre todo los fines de semana, el centro del bullicio». En sus buenos días, podían pasar hasta 3.000 personas por las salas los fines de semanas. Y ahora, sobre todo tras la prohibición de comer en las salas por la covid-19, el número de espectadores ha podido descender hasta los 200 o 300. Eva, de Figueruelas, explicaba: «¡Anda! Yo no sabía que cerraban hoy. No he venido por eso, pero me apena. Claro. Vivo en Figueruelas y son las salas que mejor me van. El pasado domingo vine con mi padre a ver ‘Poliamor para principiantes’, y hoy vengo a ver ‘Expediente Warren’. Me gustan mucho las comedias y las películas de terror». Eva reveló también su situación laboral. «Soy opositora. Me preparo para entrar en la Guardia Civil y tengo mucha ilusión», dijo.

Plaza Imperial se iba quedando vacío en el corredor central. Cerraban poco a poco los cafés y los restaurantes. Y una sensación espectral de vacío zozobraba con la hora de la siesta. En la sala 8, prácticamente en las últimas filas, los García se preparaban para ver la que quizá sea su última película en una oscuridad herida y doliente como era ayer la de los Yelmo. Ni los haces de luz, por una vez, iban a redimir de las tinieblas. «No sé si estaremos viviendo un fin de época. La capacidad del cine para superar todos los desafíos ha quedado demostrada a lo largo de la historia. Pero este reto derivado de la pandemia es quizá la mayor prueba de fuego a la que se ha enfrentado», observa el cinéfilo Luis Alegre.

El actor y productor Jaime García Machín advierte otro cambio: «Ahora el cine va a ti mediante las plataformas. Solo vamos a las salas los que nos gusta el cine. Valoramos la pantalla grande y el sonido, no la interacción con el resto del público. El público es necesario. Si no hay nadie, no sueles entrar». 

Adiós, Yelmo, adiós. Adiós a toda esa incesante factoría de imágenes y sueños que son las películas.

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