literatura

Sergio del Molino: "La despoblación afecta ya también a algunas ciudades"

El escritor aragonés publica ‘Contra la España vacía’, un ensayo en el que reflexiona sobre la idea de España

El escritor Sergio del Molino, en su domicilio zaragozano.
El escritor Sergio del Molino, en su domicilio zaragozano.
Guillermo Mestre

¿Cómo ve ahora, con perspectiva, ‘La España vacía’?

Lo escribí como un libro inconsciente, por puro placer y por poner en orden mis viejas obsesiones. También lo hice en la seguridad de que, en realidad, lo que escribes no le importa a nadie. La respuesta que tuvo fue una sorpresa para mí. Ahora echo de menos la invisibilidad con que lo escribí. Sé cómo se reciben los libros y hay pasajes que ni los concebiría. Lo escribiría con más cautela y resabio cínico. Digo esto, pero en ‘Contra la España vacía’ he intentado recuperar aquella ingenuidad, frescura, inconsciencia...

Tras la España vacía se pasó a hablar de la ‘vaciada’. A usted no le gusta.

A nadie le gusta que le devuelvan corregido un concepto que tenía mucho de romántico, para usar otro que es mucho más simple y maniqueo. Lo de la España vaciada puede ser útil como eslogan para una pancarta, pero no ayuda en nada a la reflexión, porque no ha habido un decreto ley que haya vaciado a España. Algunas políticas han contribuido a la despoblación, eso es cierto, pero el problema es mucho más complejo. Lo de la España vaciada lo he asumido con desconcierto.

En su nuevo libro reflexiona sobre lo que usted considera dos elefantes que hay en esa habitación que es España: la crisis política y el resurgir del nacionalismo... ¿de derechas?

No concibo la existencia de un nacionalismo de izquierdas. Una de las rarezas de nuestro país, y que se ve muy poco en otros, es que tradicionalmente el nacionalismo ha estado confundido con el progresismo. Pero, si lo que busca un nacionalismo es establecer una comunidad política basada en la etnia o en la lengua... es de derechas. Esta confusión tiene mucho que ver con el hecho de que 45 años después del fin de la dictadura no haya surgido una alternativa progresista no nacionalista; tiene que ver con el auge de la extrema derecha; tiene que ver con la crisis que está viviendo la democracia liberal.

Los indultos, ¿arreglarán algo?

Creo que son un error. Son una medida propia de otra sociedad, de otro régimen. Agrietan la separación de poderes. Se banaliza un poco lo que sucedió. Se tiende a ver como una revuelta simpática cuando, en realidad, fue uno de los embates más fuertes que ha sufrido nuestra democracia. Todo lo que no sea dejar que la justicia siga su curso me parece malo.

‘Patria’, una palabra que entraña peligros utilizar.

Porque le atribuimos connotaciones; pero puede ser aséptica. Usada como lo hace Habermas cuando habla del concepto de patriotismo constitucional me parece positiva. Reclamarse como un patriota constitucional no es ni cuartelero, ni agresivo, ni tribal. En cualquier caso, mi patria no es tanto España como Europa. Mi ideal sería llegar a unos Estados Unidos de Europa, en los que se disolvieran las fronteras.

Los avances en ese sentido son muy lentos.

Hay mucho terreno todavía para ir construyendo un proyecto transnacional sobre esa Europa que muchos quieren ver fría, llena de funcionarios y con un amplio entramado de intereses. Frente a eso, también hay una generación de europeos, mayoritariamente universitarios, que quizá se identifiquen en parte con las élites, que creen en Europa y se mueven por ella como los españoles nos movíamos por nuestro país hace una o dos generaciones. Pero sí, falta todavía una conciencia europea, no hay gente que se considere más europea que... murciana, por ejemplo. El problema es que la pandemia ha roto los vehículos por los cuales existe Europa.

El Gobierno acaba de presentar un plan de 130 medidas para el reto demográfico. Usted cree que es ingenuo pensar que la España vacía se vaya a repoblar.

El mundo camina hacia la hiperpoblación. La economía y nuestra forma de vida nos llevan a concentrarnos en las ciudades. Cuando se habla de despoblación nos vienen a la cabeza imágenes de los años 50, pero es un fenómeno tremendamente actual. Cuando más ha crecido Madrid ha sido en los últimos 20 años. Y el problema ya no afecta solo a los pueblos; para algunas ciudades de provincias se empieza a vislumbrar un futuro complejo, porque muchas empiezan a ser ya incapaces de retener a ese tipo de profesionales que dinamizan a un país. En mi opinión, en este momento no hay que plantear tanto políticas de reversión como de igualdad de derechos: que ningún español vea disminuidos los suyos viva donde viva.

¿Las ciudades ‘de provincias’ van a ser un problema?

Todas no, evidentemente. Pero en muchas de ellas ya se empieza a advertir un problema en su pirámide poblacional. Algunas han perdido a una parte importante de sus jóvenes, como es el caso de León, y a eso no le hemos prestado atención porque estamos más preocupados por las pensiones o la despoblación. Hasta que el problema no esté de una forma evidente encima de la mesa no se abordará. Pero quizá entonces sea tarde.

Antes hablaba de la crisis de la democracia liberal...

Es como un niño estudioso y con gafas acosado en el patio del colegio por un montón de matones musculosos. Pero hay que buscar destellos en la niebla, y eso es lo que hago al final del libro. Al éxito de Irene Vallejo, por ejemplo, también se le puede dar una lectura política. Llevamos mucho tiempo lamentándonos de que la cultura no interesa, que se desmorona, y llega un libro como el suyo, en el que se habla de la historia de algo tan esencial como los propios libros... Que (‘El infinito en un junco’) haya tenido una respuesta tan unánime te hace pensar que la mayoría de la gente busca asideros con su civilización, algo que les recuerde el mundo en el que quieren vivir. Hay esperanza.

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