cine

Javier Cámara: "Sé de dónde vengo. De un pueblo pequeño y sin referencias"

El actor de 'The Young Pope' y 'Narcos' retoma el acento colombiano en 'El olvido que seremos', la adaptación de Fernando Trueba del celebrado libro de Héctor Abad Faciolince.

Javier Cámara.
Javier Cámara.
Jacobo Medrano

La entrevista comienza con una respuesta en vez de con una pregunta. Así es Javier Cámara (La Rioja, 1967), expansivo, torrencial en su discurso, amigable desde la primera mirada de reconocimiento en la cafetería ventilada en la que nos hemos citado. Ya está hablando cuando me siento frente a él en una mesa corrida en la que otros comensales desayunan café y tostadas. Y habla como si fuésemos viejos amigos que llevan tiempo sin verse y tienen mucho que contarse.

Puede que siempre sea así, en todas las entrevistas, tan cercano. O tal vez nos reconozcamos tácitamente como lectores de 'El olvido que seremos', ese libro que es imposible leer sin que te atraviese. De hecho, casi sin presentarnos, le oigo decir: "A mí el libro me llegó tan profundo que pensaba que era para mí. No para mí en el sentido de que iba a hacer la película en algún momento. No era ese tipo de revelación. Sino que era un libro que me hablaba a mí, no sobre la muerte de un padre sino sobre la celebración de la vida de un padre".

El padre fue Héctor Abad Gómez, médico y profesor de Medellín y víctima de la guerra colombiana, ese hombre que solo se arrodillaba ante sus rosas y para el que ningún problema era solo de los demás, aquel a quien su hijo Héctor Abad Faciolince inmortalizó con esos inolvidables versos de Borges.

El olvido que seremos parecía un libro imposible de llevar al cine pero en Colombia tenían ese empeño. Su autor pensó desde un principio en Fernando Trueba pero el director de Belle Epoque (1992) era consciente de lo difícil que era traducir en imágenes esa carta de amor a un padre, un reto que quizás solo se podía afrontar en familia ya que finalmente fue su hermano David, guionista y director de 'Vivir es fácil con los ojos cerrados' (2013), quien escribió el guion.

Quedaba entonces otra dificultad que a Héctor Abad Faciolince no le parecía insalvable. ¿Quién encarnaría a su querido padre? "Ya en el primer correo que Héctor le escribió a Fernando pidiéndole que adaptase su historia le preguntaba por un actor que había trabajado con él y que se parecía mucho a su papá", recuerda Javier Cámara sobre el día en el que conoció al escritor. "Héctor me pidió que nos hiciésemos un selfie para mandárselo a sus hermanas y me dijo que se iban a emocionar al ver lo mucho que me parecía a su padre. Ahí supe que estaba firmando un acuerdo con él. Me eché a llorar".

Entonces habías leído el libro. ¿Cómo lo descubriste?

Lo leí cuando fui a rodar Narcos. Estábamos acabando La reina de España y Fernando [Trueba] y Cristina Huete me preguntaron qué me llevaba de lectura a Colombia. Yo me llevaba a García Márquez, pero me dijeron que antes tenía que leerme El olvido que seremos. Eso fue tres o cuatro años antes de hacer la película. Tardé dos días en leérmelo. En el avión ya me leí la mitad. Ahí empezaron una serie de circunstancias cruciales para que yo acabara haciendo esta película. Son tantas que no te las puedo resumir todas pero empezaron en el mismo momento en el que Cristina y Fernando me dieron este libro.

¿Te lo dieron ellos pensando en la película?

No, qué va. De hecho, nos reímos mucho sobre eso porque sentimos que es una historia que nos ha perseguido. Por ejemplo, Fernando en un principio dijo que no se podía hacer una adaptación de ese libro, salvo que su hermano viese un camino. Y yo en varias ocasiones dije que había actores colombianos maravillosos que podían hacer mi personaje. Pero David Trueba vio una posibilidad de adaptar el libro. Yo me incorporé más tarde porque estaba rodando con Sorrentino. Me parecía un libro tan especial, alguien tan querido en Colombia. No era ir a hacer Narcos en una producción norteamericana. No sabía cómo subirme a ese tren.

Fotograma de 'El olvido que seremos'.
Fotograma de 'El olvido que seremos'.
bteam

¿Cómo afrontaste ese reto?

Me estuvieron mandando todos los programas de radio que había hecho Héctor Abad Gómez, los libros que había publicado, fotografías de la familia. Luego llegué a Medellín y vi el trabajo que habían hecho los actores y las actrices. Todos ellos habían hecho una inmersión de seis meses con la familia. Me llevaban una ventaja importante, no solo de haber vivido cuarenta años en Medellín, de haber tenido todos experiencias terribles con el narcotráfico, de tener un acento maravilloso, sino de haberse empapado con las hermanas, con los primos, con la madre, en los sitios en los que vivió el profesor. Me asusté mucho y me dije: “Javier, hay que tirarse de cabeza”. Puse un pie en Medellín y me llegó un calor lleno de amor, energía, humedad. Supe que no podía renunciar ni un ápice a las bocanadas de aire que me estaban dando. Me dije: “Aprovecha esta historia porque va a ser apoteósico”. Y así ha sido.

No siempre se hace así el cine.

Y tuvimos mucho tiempo de rodaje, diez semanas. Es la producción más cara de Colombia. La casa de los Abad Gómez se reconstruyó entera. Su viuda al verla se echó a llorar y fue a buscar muchos objetos personales de su marido. Es una película con una preproducción increíble. Todo el mundo quería colgar el cuadro que recordaba de cuando era pequeño o cantar la oración que rezaban con las monjas. Y siempre con 15 o 16 actores alrededor. Fernando también viene de una familia numerosa y le encantaba que siempre estuviésemos todos por allí, como una gran familia.

Fotograma de 'El olvido que seremos'.
Fotograma de 'El olvido que seremos'.
bteam

Tampoco esa es la forma habitual de un actor de entrar en los proyectos...

¿Sabes qué? De unos años para acá me gozo mucho cada historia. No es que sean todas así pero pongo una energía especial en que lo sean. Evidentemente, hay proyectos que no son así. Como decía Fernán Gómez: “¿Cuál hacemos? ¿Hacemos la buena?”. “No, es que no hay buena”. “Bueno, pues hacemos la mala”. O hacemos la que nos pagan menos, o nos gusta menos. Pero el caso es la energía con la que tú llegas. Durante los últimos años me decía: “No pongas mucha energía”. Pero es que esto me gusta mucho. Me lo paso muy bien. En 7 vidas éramos desbordantes. Éramos un grupo de actores que éramos demasiado. Había actores que venían a hacer un capítulo o varios y nos decían que no había manera de entrar en esa energía.

Reconozco que durante mucho tiempo no he parado. Había veces que llegaba a casa y me deslomaba, ni siquiera estudiaba. Ahora he conseguido moderar esa energía. Elijo historias que me hagan crecer como persona. Este es un ejemplo clarísimo. Cuando leí el libro me dije que nunca iba a hacer una historia así. Y cuando, cuatro años después, me vino a ver esa historia me asusté tanto que le dije a mi pareja: “Si me asusta es que me gusta”. Tenía que hacerlo aunque me metiese el trastazo. Si me metía el trastazo no volvía a Colombia.

¿Cómo descubriste que lo tuyo era la interpretación?

A mí mismo me cuento que había más una necesidad de irme de mi pueblo. Pero el camino era muy incierto. Podría haber acabado de cualquier cosa. Aunque había cosas que me llamaban la atención. Los procesos creativos y los procesos en grupo. Cuando me cogieron en la Escuela de Arte Dramático y vi esa primera clase de interpretación, que fue una caída de caballo, lo que más admiraba eran los procesos en grupo. Yo no quería hacer teatro solo. Admiraba a los grupos, los Animalarios, las compañías... Y yo decía: “Coño, no pertenezco a ninguna”. Yo quería estar dentro del grupo, protegido. Y con el tiempo me he dado cuenta de que mi trabajo ha sido muy individual. Ha sido un recorrido de ir buscando yo solo mi camino. Pero el círculo se ha cerrado cuando me he dado cuenta de que el proceso cinematográfico, teatral o televisivo es un proceso absolutamente grupal. Si tú entras en ese grupo eres aceptado rápidamente, eres parte de la familia. Me siento más feliz cuando estoy hermanado con un equipo, por ejemplo, como el de Vota Juan, como el de las películas de Almodóvar, de Sorrentino, de Fernando, que cuando me dan un premio. Me siento parte de una profesión y eso me emociona mucho.

Fotograma de 'El olvido que seremos'.
Fotograma de 'El olvido que seremos'.
bteam

Hay mucho amor por el cine en tus palabras.

Y por el teatro, y por el proceso creativo. En mi casa siempre se ha cantado a varias voces. Mi padre cantaba y tocaba el saxofón y mis hermanas, la guitarra. Mis tías siempre han cantado jotas. Siempre ha habido una celebración de lo artístico. En una medida muy humilde, la de “tenemos una guitarra y vamos a cantar unas canciones, por Serrat o por Silvio Rodríguez”. El hecho de disfrutar esos momentos. El hecho de que todos cantemos a la vez. Ahí me siento partícipe de algo, engranaje de una cadena.

Es curioso ese sentimiento de pertenencia que te llevó a la interpretación ya que luego has pertenecido a repartos emblemáticos de la televisión y del cine.

Claro, desde 7 vidas a Torrente. Me acuerdo cuando Santiago [Segura] entró en aquella primera función de La cocina, de Arnold Wesker, una representación que hicimos en la escuela. Se metió en el camerino y me buscó, me apuntó con el dedo y me dijo: “Algún día haré una película contigo”. En el año 92. Y en el año 97 hicimos Torrente. Me alucina que tuviese ese tesón, que me buscara, que se peleara con el productor porque yo ya había hecho televisión y los productores en ese momento no querían actores de televisión.

Es una historia que se repite en tu carrera, cuando te vienen a buscar mucho antes de que existan las películas.

Hay algo de inconsciencia. ¿Sabes cuándo ves a un niño o una niña con un talento que no saben que tienen? Hay cosas que se ven antes y yo creo que a mí me han visto venir de lejos. Y el que menos me conocía era yo.

Esto incluye tus encuentros con cineastas míticos antes de trabajar con ellos. Por ejemplo, Sorrentino, al que hiciste de cicerone en Madrid años antes de trabajar en The Young Pope.

Yo estoy enamorado de Paolo Sorrentino. Es como un niño pequeño, lo disfruta todo muchísimo. Trata a los actores con mucho cariño. Te hace sentir muy libre. Sobre todo a mí, un actor que no domina el inglés, que está trabajando en el extranjero, que trabaja con actores internacionales y tiene que hablar latín y cantar. Cuando te tratan así de bien yo pienso: “Voy a estar al lado de este director toda la vida”. Y así ha sido.

Pero también con [Isabel] Coixet, que la adoro y la admiro. Es de las primeras personas que me dejaron ojiplático con su talento artístico, con su capacidad de pelea para llegar donde ha llegado. O Almodóvar. O Fernando. Yo el viaje que me he pegado con Fernando Trueba en esta película me lo quedo para mí. Es un capítulo de mi vida. Es un capítulo muy íntimo y muy personal, el de Fernando y Cristina en mi vida. Ese hotel de Medellín, esas tardes, esos visionados, esas cenas, esas comidas, esos desayunos. Esa lección de vida, ese compartir libros, esa lección de cine, ese “escúchate este disco”, “hay un filósofo”, “estoy leyendo no sé qué”, “oye te paso este libro”, ese apabullamiento de cariño y de información me lo quedo para mí. Para mí y te lo comparto, ¿eh? Llega un momento en la vida en el que uno tiene que enseñar a los demás cuál es un camino bonito para disfrutar esto.

Javier Cámara.
Javier Cámara.
Jacobo Medrano

¿Cómo ha sido la experiencia de dirigir?

Una vez más, la inconsciencia mía. Javier Méndez, que es un productor de Mediapro con el que he hecho La vida secreta de las palabras, La torre de Suso o Vota Juan, me dijo: “Te involucras tanto en los proyectos que te pido que dirijas un capítulo si hacemos otra temporada de Vota Juan”. Y yo dije que sí. Cuando se firmó la segunda temporada Diego San José [cocreador de Vota Juan] y él me dijeron que ya estaba hablado que yo iba a dirigir un episodio. Y yo empecé: “Bueno, a ver, era una faltada”. Fue llegando el momento y te juro que no me lo preparé del todo bien. Si hacemos una tercera voy a dirigir otro capítulo. Lo prepararé más y seguro que me sale peor. Pero fue un proceso tan bonito... Le tenía tanto miedo y tanto respeto que le pedí a Víctor García León que fuese mi ayudante de dirección. Pero luego me solté e incluso improvisé. Y lo más interesante para mí fue el montaje. Me lo pasé muy bien ahí. Que luego Diego San José se mondaba porque estuve montando dos semanas cuando normalmente son dos días de montaje.

¿Te vas a animar a dirigir un largo?

Diego [San José] está absolutamente empecinado en que va a escribir mi primera película como director. Y yo pienso: “¿Qué dice este hombre?”. Yo creo que detrás de la inconsciencia hay una cabezonería grande en mí. No es una falsa humildad. Es saber perfectamente de dónde vienes. Sabes que vienes de un pueblo muy pequeño, que no hay referencias, que estás solo. Que sí, que te han aceptado en esta profesión pero que tus padres no eran directores, que no tienes una formación letradísima en historia del arte, que no has hecho Ciencias de la Información, que no has estado donde han estado todos los demás. Hay algo de empezar pidiendo perdón antes de ponerse a hacer algo. Pero, por otro lado, hay una capacidad de improvisación, de experiencia en muchos rodajes, y también de dar un paso adelante. Pero no soy un narrador al uso. Conozco a gente como David Trueba, como Almodóvar, que necesitan contar sus propias historias y saben que nadie puede contarlas como ellos. No soy un escritor.

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