Creado un Museo de la Industria de Aragón en la antigua harinera de Azuara

El coleccionista Carlos Marquina ha recuperado parte de las instalaciones de la fábrica y quiere mostrar allí las máquinas que ha salvado

Tras casi tres décadas coleccionando patrimonio industrial, Carlos Marquina (Villanueva de Gállego, Zaragoza, 1983) ha creado su propio museo. En noviembre de 2018 compró la antigua Harinera de San José de la localidad de Azuara, trasladó allí toda su colección y desde entonces ha trabajado en la puesta en marcha de un proyecto con el que sueña desde antiguo. Hace tan solo unos días colocaba el letrero en el exterior: ‘Museo de la Industria de Aragón’.

Pero el centro aún no está inaugurado ni recibe público. Además del letrero, un cartel a la entrada del edificio principal anuncia la exposición ‘De Gutenberg a Twitter’, celebrada en Zaragoza hace cinco años y cuyos paneles informativos se han incorporado a la colección, de la que salieron algunas piezas. La harinera es hoy un espacio de más de 2.500 metros cuadrados en el que conviven los aparatos propios de la industria del trigo con todo tipo de patrimonio industrial en su más amplia acepción. Las estancias y los pasillos, tanto de la fábrica como de la antigua vivienda de sus propietarios, componen hoy un océano abigarrado de máquinas, instrumentos, muebles, documentos, libros... La mirada puede detenerse en un pianoforte antiguo necesitado de restauración o en uno de los pocos Seat 600 furgoneta que han sobrevivido a nuestros días; en el material de encuadernación de una imprenta que sobrevivió al bombardeo de Guernica o en un teletipo antiguo. El coleccionista pasea la mirada por todo lo que ha acumulado en estos años y no duda en afirmar, con algo de sorna: «Esta es la Quinta del Sordo... de Carlos Marquina». Ha viajado hasta Padrón (La Coruña) para conseguir una imprenta rotoplana de 1827 y ha logrado mover una turbina de cinco toneladas de peso fabricada por Maquinaria y Metalurgia Aragonesa de Utebo. Ahora está a la entrada de la harinera. En ocasiones el coste de la grúa y el transporte es superior al del propio objeto o máquina que hay que trasladar.

«Empecé a coleccionar desde muy pequeño, con 12 años ya estaba recopilando información y documentación –añade–. Recuerdo que un día pasaba junto a mi padre por la puerta de una imprenta que estaban cerrando y me llamó la atención una máquina que había allí y que era bastante más grande que yo. La iban a tirar a la chatarra. No sé qué hice, pero apenas habíamos recorrido 200 metros y ya había convencido a mi padre para que nos la quedáramos. Era una minerva (imprenta tipográfica de pequeño formato muy popular a finales del siglo XIX y principios del XX). Como pieza, no es de las más destacadas de mi colección de máquinas de imprenta, pero, obviamente, es a la que más cariño tengo. Empecé a restaurarla y ponerla en funcionamiento yo solo».

Y es que el campo en el que sobresale la colección de Carlos Marquina es en el de las artes gráficas. Posee una de las mejores colecciones de España en ese terreno, aunque su pasión coleccionista no tiene límite. El viernes pasado, por ejemplo, recibía un camión Barreiros de los años 60 del siglo pasado, comprado en Lérida. Y para mañana o pasado tiene previsto recibir la maquinaria completa de una antigua almazara de aceite que ha comprado en Mequinenza.

«Pero anteriormente se había usado en Barbastro –puntualiza–. También las máquinas tienen su propio recorrido vital. Mi colección sigue en crecimiento. Empecé a guardar las cosas en un cuarto, luego en el corral de mi abuela, más tarde alquilé un espacio, finalmente una nave, luego otra más grande... La harinera tiene 2.000 metros cuadrados de superficie, 2.500 metros útiles construidos y ya se me empieza a quedar pequeña. Pero, ¿cómo no iba a comprar la maquinaria antigua de la almazara, con lo importante que ha sido y es la industria del aceite en la comarca de Belchite? Tengo previsto instalarla en un jardín exterior».

¿Y el camión? «Es también patrimonio industrial –sostiene–. Nos habla del transporte de mercancías, de la tecnología española.... Mi proyecto consiste en recuperar todo tipo de máquinas que están a punto de desaparecer. Nunca he dicho que no cuando me han ofrecido alguna máquina que no tengo en la colección. Hay que mantener este tipo de patrimonio. Todo esto no está pensado para mí sino para futuras generaciones». Marquina llegó a la harinera pensando en ella como un mero almacén, pero nada más comprobar que casi toda su maquinaria estaba intacta, empezó a acariciar la idea de crear en ella un museo.

«La fábrica estaba abandonada pero bien conservada. Había cerrado en el 91 y desde entonces no había tenido ningún tipo de mantenimiento. Pero las máquinas estaban tal cual, incluso había algunas que no están en la cadena productiva y que pertenecen a otra harinera que tenían los mismos dueños en Moyuela». Lleva ya meses reparando, limpiando, arreglando suelos y tendido eléctrico, y algunas de las salas tienen ya prestancia museística. Junto a la actividad harinera, quiere dedicar espacios expositivos a la almazara, la imprenta, la fabricación de papel, la maquinaria textil, la carpintería, los ajustes (herrería, torno, fresa), producción de electricidad, motor de vapor... No quiere tocar aspectos de la producción industrial que ya han merecido la atención en otros espacios expositivos o museos, como el calzado (Illueca) o la cerveza (La Zaragozana).

«El proyecto no es solo un museo, también aspira a tener un centro de investigación, conservación y difusión sobre el patrimonio industrial aragonés y español». Y es que ha reunido cientos de miles de documentos, planos, impresos, fotografías, libros, catálogos de numerosas industrias ya desaparecidas, desde la papelera Las Navas, fundada en 1795, a la Imprenta Rápida de Zaragoza.

Interior de una de las salas de la antigua harinera de Azuara
Interior de una de las salas de la antigua harinera de Azuara
José Miguel Marco

«El museo no se puede visitar aún porque estoy cerrando pequeños detalles –concluye–. Tengo que hablar con el Ayuntamiento de Azuara y el Gobierno de Aragón para ver si se quieren sumar de alguna forma al proyecto. Si las instituciones no te hacen caso, ¿quién va a invertir en el pueblo? Esto también quiere ayudar a frenar la despoblación».

En materia de patrimonio industrial, Aragón va muy por detrás de otras comunidades autónomas. Si nos fijamos en Cataluña, por ejemplo, aunque es cierto que su pasado industrial es más rico, las diferencias son abismales. De entrada, tiene un centro emblemático, el Museo Nacional de la Ciencia y la Técnica de Cataluña (mNACTEC), instalado en una joya arquitectónica, la fábrica modernista Vapor Aymerich, Amat i Jover, diseñada por el arquitecto Lluís Muncunill en 1908.

El museo fue creado en 1983 y tiene exposiciones permanentes dedicadas a temas como la evolución tecnológica de la Humanidad, desde la Prehistoria hasta la Revolución Industrial; la fábricación textil; le producción de energía; y el transporte, con especial atención a las motos Montesa.

Pero el museo es mucho más, es la cabecera de una red organizada, coordinada y jerarquizada, que incluye otros 27 centros, que se ocupan de aspectos concretos: Museo de la Técnica de Manresa (el agua), Fassina Balanyà en Espluga de Francolí (aguardiente), Colección de Automóviles Salvador Claret de Sils (automoción), Museo de las Minas de Serchs, Museo del Cemento Asland en Castellar de Nuch, Museo de Cerámica La Rajoleta en Esplugas de Llobregat, Museo del Corcho de Palafrugell, Eco-museo Harinera de Castelllón de Ampurias... 

Cuando el centro abra sus puertas al público, la idea de Carlos Marquina es ofrecer al visitante tres tipos de recorrido, en sendas visitas guiada de hora y media de duración. Terminadas las visitas, se podría recorrer el resto del centro y recabar información de cada pieza en exposición a través de códigos QR.

Uno de ellos se centraría en la harinera propiamente dicha. Aprovechando las instalaciones y las máquinas ya limpias y restauradas, se explicaría cómo era hace un siglo el ciclo de producción de harina.

Otro sería la imprenta, uno de los puntos fuertes de la colección. Marquina ha atesorado más de 40 máquinas relacionadas con el oficio de impresor. Algunas, como una de la firma The Pedalette, Etienne Taesch Fils de 1900, son únicas en España.

Por último, se ofrecería una visita guiada que presentaría la historia del patrimonio industrial aragonés. Sería un recorrido completo por todas las secciones.

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