Pilar Palomero (Zaragoza, 1980) es una mujer sencilla, quizá melancólica y enigmática, con aire de despistada incluso, cercana, sin afectación alguna. Si alguien la quiere llevar a la cumbre del cine ya, ella baja por su propio pie, metro a metro, risco a risco, y dice: “Si es mi primera película. Y esto no es una carrera: estoy empezando”.

Quizá siempre fuera así: meticulosa, volcada hacia dentro, casi como ausente, pero luego, cuando te fijas, cuando observas su tesón, Pilar es otra cosa: salta las encrucijadas del miedo, se afana, combate por los sueños y se entrega con una sensatez que es pura inteligencia, dominio de los matices, capacidad para crear refugios de trabajo en equipo. Despliega la confianza y el cariño a su alrededor sin perder la sonrisa.

Pilar Palomero siempre ha sido, además, una currante. Una mujer en busca de sí misma, de su voz, alguien que desea afinar su sensibilidad al servicio de sus ideas, de sus imágenes, de sus historias. Antes de ser cineasta, fue escritora secreta. A la sombra de Cortázar y de otros redactaba pequeños cuentos, y se probó durante mucho tiempo. Un día, se apuntó a un curso de guión de Bigas Luna; en la ECAM de Madrid formalizó sus inquietudes a través de la fotografía, y luego trabajaría en todos los puestos de Aragón TV: desde operadora de cámara o ‘script’ a guionista. Daniel Gascón, compañero suyo en ‘Mañanas Expo’ y en ‘Sin ir más lejos’ y colaborador en el guión de ‘Las niñas’, la retrata así: "Es muy buena compañera, muy generosa y paciente. Recuerdo un texto que tiene sobre el 2004, una especie de diario de un curso en Madrid en la Escuela de Cine, con los atentados del 11-M de fondo, que es muy bonito".

En 2013, cuando todo la favorecía, incluso daba clases en la Universidad de San Jorge, se fue a Sarajevo con el cineasta Béla Tarr, que no le enseñó a ser la mejor directora del mundo, sino a ser ella misma, a buscarse, a medir la luz de la emoción. Fueron tres años maravillosos para una joven enferma de curiosidad y de cine -Luis Alegre la recuerda desde muy joven en La Buena Estrella- que también se había doctorado en audacia y ambición viendo películas como ‘El espíritu de la colmena’ y ‘El sur’ de Víctor Erice, y en ‘Cría cuervos’ o ‘Elisa, vida mía’ de Carlos Saura. En ese refinamiento expresivo, en esa hermosura intranquila, en la fuerza de los ojos y de las atmósferas, encontró su tesoro. Ese entramado de las emociones que persigue y que ha logrado en ‘Las niñas’.

Pilar Palomero no ha surgido de la nada. Sino de rodar ‘Niño Balcón’, ‘Horta’, ‘La noche de todas las cosas’, ‘Chan Chan’ y de cultivar sus secretos y de aspirar a contarse a sí misma y a su época con sus paradojas. Y así, con su habilidad para jugar con sus actrices y para recobrar la muchacha que fue, con el fogonazo de la inspiración, ha hecho ‘La niñas’. Una película en estado de gracia. Inspirada, lírica, exacta de ritmo, con múltiples lecturas. Un viaje por las difusas venas de la adolescencia, esa estación de paso donde se debaten la educación, la vida familiar, el amor y el sexo, la amistad, la curiosidad y la ocultación, el dolor y el anhelo de saber más. 

Sus criaturas bracean en la noche insomne sin saber del todo en qué dirección. Pilar Palomero ha ensayado un primer autorretrato de sensibilidad y de amor al misterio, y es esta película que deslumbra con la mirada hipnótica de la joven Andrea Fandos.