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Seis pintores aragoneses que quisieron tomar las calles de París

Guillermo Juberías Gracia publica un estudio sobre la pintura aragonesa a orillas del Sena, de 1874 a 1914: 'Entre la bohemia y el salón' (Rolde)

Guillermo Juberías Gracia publica 'Entre la bohemia y el salón'.
El dios de las aguas (1891).
Joaquín Pallarés/Rolde.

Guillermo Juberías Gracia (Zaragoza, 1994) se ha especializado en la pintura española de género de finales del siglo XIX y principio del siglo XX, en la estela de estudiosos aragoneses como Manuel García Guatas, José Antonio Hernández Latas y Jesús Pedro Lorente, entre otros, que es el motivo de la tesis doctoral en la que trabaja. Confiesa que le apasiona 'la Belle Époque' y en concreto el ambiente de París de este  período. Casi a modo de una escisión, o de un afluente fascinante y sinuoso en el gran río que deja ver el influjo de Goya, ha surgido su monografía ‘Entre la bohemia y el salón. París y la pintura de genero aragonesa, 1870-1914’ (Rolde), uno de esos libros llenos artistas, marchantes, sociología de la creación, cuadros y vidas ocultas o casi desconocidas. 

Tras un minucioso estudio de contexto, Guilermo Juberías analiza la trayectoria de seis artistas: Félix Saldaña, Joaquín Pallarés, Germán Valdecara, María Luisa de la Riva, Mariano Alonso y Máximo Juderías. Todos ellos participaron en el celebrado Salón de París, salvo Germán Valdecara que era un auténtico bohemio que vivía a su aire, aunque tenía una mecenas eslava que le pagaba un sueldo anual.

“Defino aquel ambiente como un buen caldo de cultivo, un ambiente muy efervescente. Hay un mercado del arte que es muy moderno. Trabajar en París y formarse en París permitía entrar en ese mercado tan moderno donde había muchas oportunidades. Había una clientela muy abundante y a la vez el panorama era muy competitivo, algo de lo que también hablo en el libro. Algunos se adaptaban y otros no lo conseguían. Y era también un caldo de cultivo para lo que vendrá luego que son las vanguardias: Picasso, Juan Gris, Gargallo y un sinfín de artistas internacionales”, explica. El joven historiador también tiene en cuenta que en ese momento, junto a esta pintura de estética académica, influenciada por los aragoneses Bernardino Montañés y Francisco Pradilla y otros artistas vinculados a la Academia de Roma, los impresionistas seguían pintando paisajes y saliendo a las afueras de París

¿Por qué la pintura de género? Explica Guillermo Juberías que se refiere a la pintura costumbrista, de asuntos anecdóticos o pintorescos. “Es un tipo de pintura que tampoco ha sido muy estudiada. Siempre se ha investigado más pintura de historia, el paisaje, y todo esto se ha dejado como en un segundo plano, y es a lo me que dedico”, señala. El primer pintor que le tentó fue Máximo Juderías Caballero (Zaragoza, 1867- Sardañola del Vallés, 1951), del que se sabía poco. 

Apareció como una exhalación: había pintado en el Museo Cerralbo y había tenido una carrera importante en París. “Realizó una pintura de alta calidad muy adaptada a lo que exigían los marchantes de París en esta época. Supo acomodarse a lo que el mercado pedía. El siguió un nicho de mercado que existía en París, el que había dejado Mariano Fortuny, que murió muy joven y que era muy admirado. Mariano Juderías, sin perder la exigencia, fue el que mejor siguió el estilo fortuniano”. Había estudiado en la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza.

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Cartel del espectáculo 'El Autobólido', en el Folies Bergère (1904). 
Mariano Alonso/Rolde.

María Luisa de la Riva (Zaragoza, 1856- Madrid, 1926) hizo fortuna en la pintura de flores, pero fue más allá: casada con un pintor, tenía fama como retratista y como pintora de género, de flores y de naturaleza muerta, como se ve en ‘La florista’, donde mezclan tres cosas: el color y las texturas de las flores, el costumbrismo y el retrato anónimo. “Tenía tertulia en casa y tenía una discípula en Francia. Lleva una vida más o menos acomodada, y murió en Madrid. Casi todos los artistas volvieron a casa con la I Guerra Mundial”, explica Guillermo Juberías.

"Máximo Juderías realizó una pintura de alta calidad muy adaptada a lo que exigían los marchantes de París en esta época. Supo acomodarse a lo que el mercado pedía. El siguió un nicho de mercado que existía en París, el que había dejado Mariano Fortuny"

Quien sí volvió a Zaragoza de los seis fue Joaquín Pallarés Allustante (Zaragoza, 1853-1935). “Encarna el ejemplo de alguien que se sabe ganar muy bien la vida. Se marchó al extranjero para conseguir prestigio y una formación fuera. París le marcó tanto que estando ya bien asentado en Zaragoza, en la Escuela de Bellas Artes y en el Museo Provincial, en el año 1907 coge hace las maletas y vuelve a marcharse a París. Tiene una obra un poco desigual, pero cuando él quería sí que pintaba bien. Lo que mejor hace son las vistas de París. Toma de los impresionistas el tratamiento de la luz, las atmósferas, las calles de París mojadas por la lluvia”. Acabó su vida entre Zaragoza y Tarazona, donde hizo con Cayo Albericio el telón del Teatro Bellas Artes de Tarazona.

Félix Pescador Saldaña (Zaragoza, 1836-1901) fue sobre todo retratista: “Era discípulo de Léon Bonnat, que era un apasionado de España y se había formado estudiando a Velázquez, Goya y el claroscuro español. Félix asimiló todo eso a través de su maestro y hacía unos retratos maravillosos”, dice Guillermo Juderías. Su familia, empezando por Mariano Pescador, vinculado al Teatro Principal, estaba vinculada a la pintura de telones escénicos.

Germán Valdecara González (Zaragoza, 1849-?) y Mariano Alonso-Pérez Villagrosa son los menos convencionales. El primero era un desconocido hasta para los especialistas. “Es el bohemio. El que hace una pintura más libre, pero trabaja solo la acuarela, vive en una buhardilla de París, con medios limitados, sin marchantes. Lo hizo todo por libre y de entre todos ellos tuvo la trayectoria más humilde y sencilla, pero fue fiel a sus principios: no quería trabajar para el mercado. Contó con una mecenas de los países del este que le compraba los cuadros y le pagaba un sueldo anual”, comenta.

“Lo que mejor hace Joaquín Pallarés son las vistas de París. Toma de los impresionistas el tratamiento de la luz, las atmósferas, las calles de París mojadas por la lluvia”.

Mariano Alonso-Pérez Villagrosa (Zaragoza,1857- Madrid,1930) es definido como “el que más fortuna comercial tuvo y llegó a tener. Fue una persona muy inteligente y muy versátil, porque en esa época en que muchos se dedican a hacer solo cuadros de caballete él se dedica a hacer ilustración para portadas de revistas. Era ingeniero de formación ingeniero y se dedicó a montar espectáculos en teatros de París”, matiza el joven historiador.

Indica Guillermo Juberías que creó una especie de atracción de teatro que era 'El Autobólido', un automóvil que se lanzaba y daba un giro mortal, pilotado Mauricia de Thiers, que llegó a sufrir serios percances, especialmente uno en Lisboa. "Esta mujer vinculada al circo fue objeto de una biografía. Mariano Alonso patentó este invento, y lo llevó por teatros de todo el mundo, lo he encontrado en Nueva York, en Lisboa. Se movía en varios registros: pintaba unos cuadros al pastel en la línea del rococó de Watteau y Fragonard, hacía espléndidas ilustraciones y diseñaba carteles de atmósfera modernista", concluye el autor de 'Entre la bohemia y el salón. París y la pintura de género aragonesa, 1870-1914' (Rolde).

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