YO DE ARTE NO ENTIENDO. ARTES & LETRAS

Tintín salvavidas

El autor, compositor y cantante, confiesa su pasión por el personaje creador por Hergé

Pecker escribe de Tintín.
Retrato del joven periodista y aventurero creado por Hergé.
Hergé.

Estaba pasando una mala racha. Taquicardia, depresión, psicólogo, hipocondría, apisonadora y pánico eran mis palabras de moda, y yo, un púber asustado que se temía lo peor. Afortunadamente en medio de toda esa desolación, descubrí un sitio en el que nada malo podía pasarme y mi felicidad era radiante, plena. Estaba en mi cama, era de noche, y tenía abierto un libro de Tintín.

Su arte fue mi confortable salvavidas. Desde ese rincón, volaba de un continente a otro siguiendo sus intrigas detectivescas. Me fascinaba detenerme en cada viñeta, dejarme inundar por sus colores planos, observar todos los detalles de una calle de Chicago o Shanghái. Hergé no viajaba, nunca había estado en aquellas ciudades, pero era un investigador persistente y se documentaba en profundidad. Y gracias a su dibujo de línea clara, me trasladaba a esos lugares que él retrataba tan minuciosamente. Creó algunos iconos eternos: el cohete a cuadros blancos y rojos que nos llevó a la luna, esos bombachos marrones y el jersey azul, el fetiche arumbaya que desapareció misteriosamente de aquel museo, la seta explosiva que crecía una y otra vez a toda velocidad sobre la superficie rocosa de aquel extraño meteorito. 

Solo después de disfrutar de esa belleza, pasaba a leer los bocadillos para ver cómo se desarrollaba la historia. La mayoría de las veces esa historia estaba perfectamente diseñada de principio a fin, pero en la época en la que las tiras cómicas de Tintín se publicaban semanalmente en el periódico, el guión se gestaba sobre la marcha. La noche anterior a la edición, Hergé improvisaba la forma de sacar a nuestro héroe del lío en el que le había metido siete días atrás. Le salvaba de cualquier inquietante enigma y, de paso, también me salvaba a mí.

En la versión de dibujos animados, sin embargo, todo pasaba demasiado rápido, no había tiempo para recrearse en los matices. A pesar de que me faltaban buena parte de sus tebeos, cometí el error de pedirle a mi madre toda la colección de sus aventuras en VHS. Pero ni mucho menos eran tan emocionantes. Las voces de Tintín, del capitán Haddock y el profesor Tornasol, de los torpes agentes Hernández y Fernandez o de Bianca Castafiore no tenían magia. Sonaban mejor en mi cabeza o cuando yo las pronunciaba. Un día dejé de ser hijo para ser padre, y las entonaba entonces para mi heredero justo en el momento de acostarlo. Nos zambullíamos juntos en sus páginas y no nos acechaba ningún peligro.

Hoy, que ya todos somos mayores, mis palabras de moda son pandemia, confinamiento, incertidumbre, resiliencia, cibermú y virus, y mis álbumes de Tintín deben estar extraviados en alguna de esas cajas desde la última mudanza. Tal vez deba ir a por ellos, porque si no ¿quién va a venir esta vez a salvarme?

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