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Manu Leguineche: el hombre libre que quería contar la actualidad del mundo

Víctor López dirige un estupendo y emocionante documental sobre él, ‘El bohemio número 10’, que se pasó en ‘Imprescindibles’ de La 2

Víctor López estrenó en 'Imprescindibles', 'Manu Leguineche. El bohemio número 10'.
Retrato de Manuel Leguineche, siempre intrépido, siempre comprometido.
Archivo Colpisa/Leguineche.

El pasado domingo, en ese imprescindible programa de la televisión pública que es ‘Imprescindibles’, se pasó un documental sobre el gran periodista y escritor que Manu Leguineche (Arrazua, Vizcaya, 1941-Madrid, 2004), el autor de ‘La felicidad de la tierra’ y ‘El club de los faltos de cariño’, sus dos volúmenes de memorias, ‘El precio del paraíso’ (donde cuenta la historia del montisonense Antonio García Barón en la Amazonía), ‘El camino más corto’, o ‘Los topos’, firmado con Jesús Torbado, entre otros títulos. El documental se titula ‘Manu Leguineche. El bohemio número 10’ está dirigido por Víctor López, autor también del guion.

Muchos de sus amigos y compañeros de viaje explicaron su personalidad, su pasión por el periodismo y su tozudez en busca de la libertad y la verdad. Javier Reverte, Pilar Cernuda, Ramón Lobo, Vicente Romero, Juan Cruz, Mariano Guindal o Gervasio Sánchez, entre otros, abordaron la vida y el oficio de aquel lobo solitario que no sabía estar solo; cuando caía la noche y se hacían las nueve, Manu tenía que buscar amigos: para jugar al mus, una de pasiones, para beber y comer, para charlar hasta avanzada la madrugada o para erigirse, suavemente y sin narcisismo alguno, en “el jefe de la tribu”. Así tituló Víctor López, el director del documental, su biografía sobre él que publicó el editor Eduardo Riestra en su sello Ediciones del Viento.

A veces era feroz en las consideraciones del trabajo de un compañero: les destrozaba los folios y les decía que era para que no rehicieran un mal artículo, que empezasen de nuevo. Pilar Cernuda recordaba que eso era exigencia, voluntad de perfección, pero que en el fondo aquel titán del periodismo español del último medio siglo era un tímido. Se habla de su relación con las mujeres, su historia de amor con Rosa María Mateo, pero al final, aunque parecía un amante del amor y de las mujeres, optaba por quedarse solo, por su imperiosa necesidad de libertad. Se contó la curiosa historia de su piso en Madrid: lo compró a finales de los años 60 y acabaría convirtiéndose en la morada de los amigos, de los estaban en crisis porque se habían separado, de los que empezaban, de los que se habían quedado sin casa; Manu Leguineche siempre estaba allí y abría la puerta o dejaba la llave a medio mundo.

Se cuentan sus estancias en Vietnam o en la guerra del Golfo. O recorriendo la Europa del Este cuando se cayó el muro. Se cuenta cuando dio la vuelta al mundo para contarlo, como recogió en ‘El camino más corto’, porque tampoco sabía parar: redactaba crónicas, leía a los jóvenes, fundaba agencias de prensa como Colpisa o OTR Press, aconsejaba, y siempre quería contar los conflictos del planeta, jugándose el tipo o hasta que se quedaba sin blanca, como recordaba Vicente Romero, otro maestro del reportaje en televisión.

Trabajó en prensa y televisión, donde fue guionista, realizó entrevistas con José María Íñigo, colaboró en la creación de ‘Informe semanal’ y aceptó liderar el programa ‘En portada’, a propuesta de Diego Carcedo, que también narró otras anécdotas y analizó su trayectoria. Se recordaron sus primeros pinitos en ‘El Norte de Castilla’, donde estableció una estupenda relación con Miguel Delibes. Se contaba que cuando tenía alguna duda pensaba cómo la resolvería Miguel Delibes, “que acertaba siempre”. Como a él, le gustaba la caza y la pesca.

Al final de su vida, encontró un pequeño paraíso en Brihuega, en una casa con jardín y con vistas que iba a ser para Camilo José Cela. El jardinero y hortelano le dejaba cada mañana tomates, verduras, siempre después de las doce de la mañana. Allí se sintió muy feliz y le encantaba rodearse de amigos. Escucharlos. Aprender de ellos. Sintió que era su último refugio. Tenía libros por todos los rincones. Gervasio Sánchez (con quien firmó el libro ‘Los ojos de la guerra’ en 2001) contó una anécdota que anuncia la vecindad del fin: vio que hacía tiempo que había dejado de recortar periódicos. Los últimos ya tenían varios meses o algunos años.

A Manu Leguineche le interesaban sobre todo los seres humanos y en el placer por oír, en el furioso deseo de vivir a su aire, también era un campeón de la paciencia, de la curiosidad y del asombro. Víctor López lo cuenta con ritmo, con emoción y con la proximidad que ofrecía el periodista, escritor, empresario y explorador del presente y del pasado.

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