120 años de sender. artes & letras

Cerrar heridas: una lectura de 'Réquiem por un campesino español'

La novela no se publicó en España hasta finales de 1974 y que los años ha adquirido la categoría de metáfora de la Guerra Civil

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Ramón J. Sender y su mujer Amparo Barayón, que sería asesinada en Zamora.
Archivo IEA.

La Guerra Civil dejó tantos regueros de sangre en la vida de Ramón J. Sender que era inevitable que reapareciera en su obra con la fuerza de una obsesión. En los cuarenta años que median entre ‘Contraataque’ (1938) y ‘El superviviente’ (1978), la Guerra Civil está presente en media docena de obras suyas, incluyendo por supuesto ‘Réquiem por un campesino español’, que no se publicó en España hasta finales de 1974 y que con el tiempo ha alcanzado la categoría de metáfora del propio conflicto. Lo más curioso es que la guerra como tal no aparece mencionada en sus páginas. 

En un rincón del mundo en el que de la Historia con mayúscula sólo se perciben los ecos lejanos, los aldeanos acaban enterándose tarde y mal del estallido de la Guerra Civil, esa guerra sin nombre. Los ricos del pueblo secretean con el cura, los guardias civiles reciben órdenes inhabituales, los concejales perciben en el aire vagas amenazas..., y un buen día aparece un grupo de señoritos "rasurados y finos" que matan a seis campesinos y abandonan sus cadáveres en la cuneta de la carretera. En medio de la catástrofe, la gente de la aldea "percibía algo mágico y sobrenatural, y sentía en todas partes el olor de sangre": eso era la guerra.

Como el propio Sender declaró a Jesús Vived (al que precisamente está dedicada la novela), la acción se desarrolla en una aldea imaginaria hecha con los recuerdos líricos y dramáticos de los pueblos aragoneses en los que pasó su infancia. Hay en ella retazos de su Chalamera natal, de la Alcolea de Cinca en la que nació su hermano Manuel, del Tauste en el que empezó a estudiar el bachillerato... Desde el otro lado del Atlántico, con la enorme distancia que imponía el exilio (y también el paso del tiempo), el Sender de cincuenta y tantos años evocaba esa geografía de su niñez a la que intuía que no podría regresar. En 1948, cinco años antes del ‘Réquiem’, Sender había escrito otra novela breve en la que también regresaba a la geografía mítica de su niñez: a las riberas de un río que podría ser el Cinca, a una ermita que recuerda la de Chalamera, a un paisaje como el de esas tierras, hecho de campos de alfalfa y muros de adobe. El librito se titula ‘El vado’ y algunos de los mayores especialistas en la obra de Sender, como José-Carlos Mainer y José Domingo Dueñas, lo consideran el germen de ‘Réquiem por un campesino español’ por compartir no sólo los mismos escenarios sino también los mismos temas: la delación, la culpa.

En 1948, cinco años antes del ‘Réquiem’, Sender había escrito otra novela breve en la que también regresaba a la geografía mítica de su niñez: a las riberas de un río que podría ser el Cinca, a una ermita que recuerda la de Chalamera, a un paisaje como el de esas tierras, hecho de campos de alfalfa y muros de adobe.

Mainer señala que en ‘El vado’ la Guerra Civil aparece convertida en un problema moral, despojado de connotaciones políticas. Algo semejante podría decirse de ‘Réquiem’. Sabemos que la víctima del asesinato, Paco el del Molino, conoció en su infancia las miserables condiciones de vida de algunos de sus vecinos y que, frente al fatalismo de la religión, cree en la capacidad del ser humano de transformar la sociedad para mejorarla. Sabemos asimismo que con el tiempo ha desarrollado un ideal de justicia que se resume en un reparto más equitativo de la riqueza. Y sabemos también que los ricos del pueblo no se lo perdonan y que aprovecharán la impunidad de la contienda para ajustar cuentas y ejecutar una venganza largo tiempo incubada. Pero el Sender de 1953, un hombre que está ya en el viaje de vuelta de los diferentes credos ideológicos, prefiere que el centro sobre el que gravite el peso de la historia sean los problemas de conciencia del cura del pueblo, ese mosén Millán que en una primera instancia dio título a la novela.

Precisamente mosén Millán, que siempre ha sentido predilección por Paco el del Molino, al que ha bautizado y casado y al que tendrá que administrar los santos óleos, es quien toma las decisiones que acaban causando su desgracia.

Precisamente mosén Millán, que siempre ha sentido predilección por Paco el del Molino, al que ha bautizado y casado y al que tendrá que administrar los santos óleos, es quien toma las decisiones que acaban causando su desgracia. Pasado un año ("y parecía un siglo"), cuando trate de aliviar su sentimiento de culpa dedicándole una misa de réquiem, los verdaderos culpables intentarán despachar sus responsabilidades por el sencillo procedimiento de ofrecerse a costear el servicio religioso: "Con los debidos respetos. Yo querría pagar la misa, mosén Millán". Ese pequeño donativo, que por dignidad el sacerdote rechaza la primera y la segunda y la tercera vez, es el único precio que están dispuestos a pagar por todo el dolor causado y todas las injusticias cometidas. El desenlace de esta historia escrita hace casi 70 años anticipa un debate que la sociedad española tardaría décadas en atreverse a plantear y que se mantiene vivo en la actualidad: el debate sobre el cierre en falso de las heridas de la Guerra Civil.

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Ramón J. Sender, en su regreso a Zaragoza en 1974.
Arturo Burgos.

*(Extracto del prólogo a la nueva edición de ‘Réquiem por un campesino español’, de próxima aparición en Ediciones Destino. Ignacio Martínez de Pisón es Premio Nacional de Narrativa por 'La Buena reputación'.)

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