La Máscara de Ateca visita Zaragoza

El popular personaje que tradicionalmente sube el cerro de San Blas, en la localidad zaragozana, ha acudido a la capital aragonesa con motivo de la presentación de un libro que recoge su historia.

La Diputación Provincial de Zaragoza ha presentado este lunes el libro 'Cascabeles entre bandas rojigualdas. La Máscara de Ateca', editado por la Institución Fernando el Católico (IFC) y escrito por el historiador Francisco Martínez García, en un acto que ha contado con la presencia del popular personaje que, aunque este año no podrá salir por las calles de Ateca, ha hecho una aparición especial en la plaza de España de Zaragoza (la segunda de la que se tiene constancia en la capital aragonesa tras la que tuvo lugar durante la celebración de la Expo 2008).

En la presentación del nuevo volumen de la colección ‘Cuadernos de Aragón’, de la (IFC) han intervenido el diputado provincial, José Carlos Tirado; el alcalde de Ateca, Ramón Cristóbal; el director de la Institución Fernando el Católico, Carlos Forcadell, y el autor del libro, Francisco Martínez.

La Institución Fernando el Católico ha editado un libro sobre la Máscara de Ateca, famoso personaje que desde 2020 encarna Jesús Lozano, en el que se desvela los entresijos de una de las tradiciones más conocidas de la provincia de Zaragoza. Se acerca el día de San Blas y por primera vez en 80 años la Máscara no va a salir a las calles de Ateca.

La covid-19 ha obligado a suspender una de las celebraciones más populares de la provincia de Zaragoza. Sin embargo, este colorido personaje ha podido visitar Zaragoza para dar a conocer su figura, en torno a la que gira una tradición que se ha adaptado a los nuevos tiempos aunque apenas ha cambiado en los últimos 125 años. Desde 1995 está declarada Fiesta de Interés Turístico de Aragón y, hasta ahora, cada 2 y 3 de febrero, la Máscara ha sido la protagonista de las fiestas de San Blas de Ateca gracias a sus esperadas apariciones ataviada con un traje de franjas verticales rojas y amarillas, un gorro, cascabeles, un sable y una cobertera (el pequeño escudo circular con el que ejerce su función protectora).

El momento culmen de la fiesta es la subida al cerro de San Blas, el alto en el que se alza la ermita del mismo nombre y al que la Máscara asciende protegiéndose de los manzanazos que decenas de jóvenes le lanzan para tratar de evitarla. Hasta 1979, en vez de manzanas y otras frutas, a la Máscara le tiraban piedras.

Este y otros muchos datos y curiosidades se recopilan en un libro que hace un exhaustivo repaso a todo lo que se sabe -o se intuye- sobre esta fiesta popular que se vio influida por las tensiones del siglo XIX entre realistas y liberales y entre carlistas e isabelinos; que llegó a ser prohibida durante tres años en la Segunda República; y que ha tenido que suavizarse atendiendo a nuevas costumbres que se han impuesto a las propias.

La publicación, dividida en 34 capítulos, es el fruto de un cuidadoso trabajo de investigación que analiza los elementos directamente implicados en la fiesta y todo aquello que la rodea: el vestido y los atributos de la Máscara, los insultos que le dedican, lo que se sabe de sus orígenes, las tradiciones perdidas, las similitudes con otras celebraciones parecidas, historias y anécdotas.

La Máscara, una figura única

Para introducir al lector en el mundo de la Máscara y sus tradiciones, el libro incluye también fotografías de la celebración desde principios del siglo pasado, así como una crónica anónima publicada en Heraldo de Aragón en 1896 que cuenta de una manera muy cercana cómo se desarrolló la fiesta en aquel año. Se trata de una de las primeras noticias encontradas hasta el momento sobre la Máscara y permite al lector sumergirse en las auténticas raíces de este emblemático personaje.

Como destaca el autor, la Máscara es “una figura entrañable de compleja comprensión por su dual comportamiento ante el vecindario, pues unas veces es vituperada e injuriada y hasta apedreada o amanzanada por los más jóvenes y en otras ocasiones es requerida para solicitar su protección y amparo mediante un golpe de cobertera por las personas adultas”.

Una celebración en tres actos

El festejo comienza la mañana del día 2 de febrero, festividad de la Virgen de las Candelas. La Máscara hace su aparición en la plaza España para encorrer y asustar con su sable de hierro y su cobertera metálica a los muchachos que le esperan en la puerta de la casa consistorial. Como es costumbre en los últimos tiempos, pequeños y mayores intentan arrancar los cincuenta cascabeles que la Máscara lleva encima.

Tras correr durante la mañana, la Máscara vuelve a salir por la tarde y, al llegar la noche, se prepara una gran hoguera en la plaza de España, en torno a la cual se reúnen los vecinos y amigos del pueblo para cenar junto al personaje protagonista.

Al día siguiente, el 3 de febrero, se festeja el día del patrón, San Blas. La Máscara, tras recitar unos versos ante el santo, asciende al cerro, a los pies de la ermita, mientras los jóvenes del pueblo le esperan en la cima armados con munición de fruta, que le lanzan para evitar que cumpla su cometido de llegar hasta la cumbre. Una vez la Máscara alcanza la cima se forma un corro por todos los ahí congregados, y se canta la canción del puente de Alcolea.

Los orígenes del personaje

Los inicios de esta tradición son inciertos, ya que no se conservan datos escritos al respecto. No obstante, Martínez se decanta por la posibilidad de que la Máscara fuera un botarga, un personaje que era habitual en las fiestas populares en las que se usaban disfraces estrafalarios. Sus raíces serían muy lejanas, y ya en el siglo XV habría sido incorporado por la Iglesia a la procesión del Corpus Christi como elemento lúdico y festivo.

“Posteriormente el botarga tendría la misión de bailar junto a los danzantes y de perseguir a los vecinos para golpearles con el sable y la cobertera, pu­diendo realizar también las funciones de ‘director’ en el dance o de bufón una vez entrado el siglo XVII”, expone el autor del libro.

En sus conclusiones, Martínez realiza una comparación entre la Máscara de Ateca y otros personajes populares de similar com­portamiento, como los Bobos de Pamplona, Ochagavía y Montarrón, que van acompañando a los danzantes de las procesiones del Cor­pus Christi abriéndoles paso, protegiéndoles con sus atributos característicos y defendiéndoles del tumulto de la gente.

Basándose en esa similitud, el autor apunta a la hipótesis de que la Máscara de Ateca también cumpliera esa misma misión durante un tiempo en las celebraciones del Corpus hasta que, a finales del siglo XVIII, como consecuencia de la Real Orden firmada por Carlos III en 1780 que suprimía los elementos profanos de las procesiones, se vio desplazada del grupo de danzantes para buscar acomodo en la fiesta de San Blas.

Además, a ese botarga de los siglos XVII y XVIII que vestía de rojo y gualda, que portaba sable y cobertera y que iba tras los niños y protegía a los mayores se le lanzarían restos de fruta y desperdicios al igual que se hacía con el antiguo Cipotegato de Tarazona.

“Sin saberse cómo, y sin dejar de comportarse como botarga, la Máscara asimiló todos los conflictos y controversias surgidos entre absolutistas y li­berales en el siglo XIX, desde el Trienio Liberal en 1820 hasta la Gloriosa de 1868”, explica por último Martínez recordando que ese proceso de ‘politización’ del personaje se resume en la subida al cerro y en el corro que se hace una vez conseguido el objetivo de alcanzar la cima (tras la ‘guerra’ de manzanas se canta la famosa copla del puente de Alcolea, que podría aludir a la derrota que las tropas isabelinas del marqués de Novaliches sufrieron en 1868 en un puente del mismo nombre situado en Córdoba).

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