REVISTAS LITERARIAS. OCIO Y CULTURA

'The Paris Review', el arte máximo de la entrevista

Acantilado publica casi tres mil páginas, en dos volúmenes, con una selección de más de 60 años de diálogos con escritores de la revista

Acantilado publica las entrevistas de 'The Paris Review'.
Algunoas de las caricaturas publicadas en la portada de los dos libros.
Acantilado.

No caben 2.800 páginas en una que haga de reseña. No caben tantas contestaciones, ni tantas apreciaciones, ni tantas respuestas cortantes ni tantos silencios. Cabe agradecer el trabajo traductor a tan vastos y perfilados textos de cuatro personas. María Belmonte (fantástico su ‘Peregrinos de la belleza’), Javier Calvo, Gonzalo Fernández Gómez y Francisco López Martín. Tras el trabajo, el panorama más amplio mundial a la forma y contenido de pensamiento de los grandes escritores del siglo XX. Cien entrevistas, en número simbólico y redondo. En 60 de publicación de una de las más prestigiosas revistas en inglés trimestrales del mundo, ‘The Paris Review’. 

Desde 1953 con Simenon, Faulkner; hasta 2012 donde ya asombra Houellebecq. Con los españoles Cela y Marías, o los García Márquez y Cabrera Infante. No se trata de establecer un canon. Lo que no tiene rango ni precio es observar a través de, probablemente, las mejores entrevistas que se han hecho a autores, la evolución de los escritores, el lugar donde trabajan, sus ritos, los detalles de la casa o del carácter que tienen los días en los que son cuestionados. Porque a veces, parecen ser sometidos a un tercer grado o ellos lo sienten así. Otros se encuentran como pez en el agua. Lo que queda manifiesto es que no hay dos autores iguales, que la diversidad en la forma dice bien a las claras que responde al estilo personal de cada uno.

Es enternecedor lo que confiesa Simenon. «Me hacen feliz las cartas que recibo. Nunca me hablan de lo bonito que es mi estilo. Dicen que les entiendo. Que muchas veces se encuentran reflejados en mis novelas. Incluso personas importantes. Me sorprenden esas páginas enteras de confidencias». O resulta clarividente cuando Dorothy Parker pone el espejo en el editor de ‘The New Yorker’, Harold Ross: «Era muy ignorante. Escribió en el margen de un manuscrito junto al nombre de Andrómaca, ¿quién es? No se meta en esto, le respondieron». Irónica la experiencia en casa de Lawrence Durrell en el Midi francés en 1959: «Escribe en una habitación sin ventanas donde hay una estantería de la que cuelgan reseñas de su obra en idiomas extranjeros que no comprende».

Una de las mejores descripciones, la hace la traductora y novelista Olga Carlisle en 1960 al visitar a Boris Pasternak en su casa de fuera de Moscú. La narración minuciosa desde que deja el Cercanías y tiene que andar a la intemperie en plena tormenta de nieve, hace que el lector se apiade de ella, como lo hará el autor, amigo de su padre. Señala Carlisle: «Decía Marina Tsvietáieva que Pasternak parece al mismo tiempo un árabe y su caballo». Y ella acaba describiéndolo como ese entrevistado que le obliga a quedarse a comer con su familia en una mesa de más de diez comensales. 

En la entrevista a Jean Cocteau, el francés cuenta lo que descubrieron en casa de Erik Satie a su muerte: «En su escritorio, debajo de su tapete, encontramos todas las cartas que le habíamos enviado sin abrir». Clarividente el poeta Joseph Brodsky: «En Venecia, uno toma conciencia de que lo que el hombre es capaz de hacer con las manos es mucho mejor que él mismo». Y encontrarse con afirmaciones tan clarividentes como las que decía el novelista Lawrence: «La novela es el ejemplo más elevado que ha descubierto la humanidad de la capacidad de establecer sutiles relaciones». Para que Naipaul no tenga duda de que: «Escribir es una búsqueda constante de un entendimiento más profundo. Y eso es bastante noble». La sinceridad de Julian Barnes: «La verdadera influencia de un gran novelista es decirle al novelista posterior: ponte a hacer otra cosa». Curiosidades que desliza la novelista Bayat: «En ‘Color y cultura’ de John Gage sobre teoría del color, explica que en latín se usaban los mismos términos para denominar el azul y el amarillo».

En definitiva, necesidad pura de conocer a las personas que se esconden detrás de nombres como McEwan, Rushdie, Marías, despistado Houellebecq, preciso Kenzaburo Oé o uno de los más deslumbrantes, Ray Bradbury, que demuestra que su soltura en la escritura de ciencia ficción también le viene de rasgos que pocos escritores parecen tener. Lo mejor de estas entrevistas por fin bien volcadas al castellano es que puede hacerse uno idea precisa de los obrares y huecos de los escritores. Las respuestas de Cela dicen mucho más por lo que no cuentan o por sus silencios que por lo que intenta afirmar. Decir que estos dos volúmenes son imprescindibles para quien aprecie a los grandes escritores puede parecer obvio. Será natural que llegue un tercer volumen traducido, con la segunda entrevista a Marías o la de este otoño pasado a Vila-Matas en la terraza de un hotel de Barcelona. Así son todas las entrevistas, sin tiempo, con todo el aire del mundo y una batería de preguntas calibradas para ver si salta el polvorín mental de cada escritor. Que aproveche el espectáculo.

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