El último muro del primer sitio de Zaragoza

Asociaciones e historiadores intentan evitar el derribo de los vestigios del antiguo cuartel de Caballería

Puerta del antiguo cuartel de caballería, punto por donde primero entraron los franceses en la ciudad el 15 de junio de 1808.
Puerta del antiguo cuartel de caballería, primer lugar por donde entraron los franceses en la ciudad el 15 de junio de 1808.
José Miguel Marco

De manera silenciosa, y sin nadie que lo coordine, varios historiadores, asociaciones y estudiosos del pasado de Zaragoza se han movilizado en las últimas horas para intentar salvar del derribo un humilde muro de ladrillo que cierra un solar en el paseo de María Agustín 40, donde una constructora prevé levantar 117 viviendas.

El proyecto de la promotora empezó a circular en redes sociales y grupos de whatsapp hace una quincena de días. A principios de la semana pasada, el grupo de recreadores Voluntarios de Aragón solicitó a la DGA la incoación de un expediente de declaración de Bien de Interés Cultural para el muro. Su presidente, Luis Sorando, presentó otra el miércoles, a título particular, y el sábado, a través de la sede electrónica de la DGA, Apudepa (Acción Pública para la Defensa del Patrimonio) presentó varias alegaciones. El muro apenas había despertado interés hasta ahora. ¿Es tan importante?

«No es un trozo de muro sin más –subraya Luis Sorando, presidente también de la Asociación Napoleónica Española–. Se trata del único vestigio que queda de la batalla de las Eras, con la que dio comienzo el primer sitio de Zaragoza. Esto es también Memoria Histórica, no solo lo relacionado con la Guerra Civil».

El muro es lo único que queda del edificio conocido antiguamente como cuartel de caballería del Tinglado y a partir de finales del XIX como del Cid. El profesor de Historia del Arte Javier Martínez Molina, que lo ha estudiado para un trabajo aún inédito, revela que fue construido en 1775 por el arquitecto zaragozano Pedro Pablo Camón, ocupando el solar comprendido entre la plaza de toros y la iglesia del Portillo, con capacidad para 600 hombres y otros tantos caballos. Tenía dos plantas, dos patios, pozo y pila de sillería donde podían abrevar 40 equinos a la vez y, dada su situación, su largo muro trasero hacía las veces de muralla o límite de la ciudad.

En el centro había una puerta (hoy cegada) que estaba rematada por un escudo Real (actualmente en los jardines del cuartel de pontoneros) y que permitía la salida directa de la tropa al inmediato campo del Sepulcro o Eras del Rey. Era, en realidad, una olvidada puerta de la ciudad.

«La mañana del 15 de junio de 1808 las tropas francesas, tras vencer a las españolas en Mallén y Alagón, estudiaron por dónde entrar en la ciudad –relata Sorando–. El cuartel estaba vacío y los zaragozanos llevaron un cañón a su puerta y se dispusieron a defenderlo. Las compañías del barrio de San Pablo acudieron allí y el coronel Mariano Renovales se puso al mando. A medio día los franceses atacaron las puertas del Portillo y del Carmen y, al ser rechazados, pensaron que el muro de ladrillo del cuartel y su puerta, más endeble, eran el punto más débil por el que podían forzar la entrada. Dos veces consiguieron entrar en el cuartel por allí, y otras tantas fueron rechazados, dejando en el interior numerosos cadáveres. El cañón, manejado por manos inexpertas, explotó y mató a todos los que lo manejaban, entre ellos uno de los hijos de Mariano Cerezo». Los franceses, sorprendidos por la ferocidad de los zaragozanos, lanzaron aún un tercer ataque. Se combatió en el interior del cuartel metro a metro, pasillo a pasillo.

«Una compañía de más de 100 granaderos del 44º Regimiento francés, con sus tambores incluidos, logró cruzar el patio principal y salir a la plaza del Portillo con el fin de sorprender a sus defensores por la espalda –añade Sorando–, pero la rápida reacción de estos y, sobre todo, la llegada de tropas de refuerzo desde el Arrabal, hizo que tras un arduo combate los franceses abandonaran el edificio, al que incendiaron su tejado». El 1 de julio el inmueble sería objeto de nuevos ataques, y durante todo el segundo sitio fue cuartel y hospital del batallón de cazadores de Fernando VII.

Toda esta historia se encierra en los humildes ladrillos y la puerta y ventanas cegadas que hoy pueden verse en el paseo de María Agustín. Para Luis Sorando, motivo más que suficiente para salvar ese muro de la piqueta. En ello ha encontrado el apoyo de Apudepa. Según asegura la historiadora del arte Belén Boloqui, «vamos a ver si los zaragozanos nos aplicamos a la hora de conservar la identidad de nuestra ciudad. Hemos presentado alegaciones basándonos en la legislación, y ahora es el turno de la Dirección General de Patrimonio de la DGA. Una vez hecha la petición de incoar expediente de Bien de Interés Cultural, el derribo queda paralizado hasta la resolución de la dirección general».

Para el doctor en Historia Daniel Aquillué sobran motivos para salvar el muro. «No es de antes de ayer, sino que se remonta al siglo XVIII y, además, es un espacio de memoria, singular. Es el único muro que nos queda del 15 de junio de 1808, cuando Zaragoza se defendió a si misma sola, sin ejército, sin mandos. Esas ocho ventanas daban directamente a las Eras del Rey, y los primeros franceses que entraron en la ciudad lo hicieron por esa puerta. Hay otra muralla relacionada con los Sitios, la que está frente al parque Bruil. Pero esa, en realidad, es la que hizo Pedro IV en el siglo XIV, que se reforzó después del primer sitio para defender mejor la ciudad en el segundo. Zaragoza no se puede privar de un espacio tan singular como el del muro de María Agustín. Tiene que demostrar que es capaz de construir sin destruir y que la nueva ciudad no puede renegar de la anterior».

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