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'Inundación' de Miguel Ángel Mañas en el Teatro del Mercado: luz y sombra

La obra, interpretada por Diego Garisa, María Pérez y Nicolás Sanz, cuenta además con la exquisita música del compositor Luis Villafañe.

'Inundación' de Miguel Ángel Mañas en el Teatro del Mercado.
Un momento de la representación de la obra.
Heraldo.

‘Inundación’, la enigmática obra escrita por Miguel Ángel Mañas y dirigida por Diego Palacio, se representa hasta el domingo día 13, en el Teatro del Mercado. Magníficamente interpretada por Diego Garisa, María Pérez y Nicolás Sanz, cuenta además con la exquisita música del compositor Luis Villafañe.

¿Qué fue primero? ¿Qué porcentaje usar para medir una y otra en el humano que avanza y retrocede en un mundo que no ofrece respuesta?

La protagonista, chiquita, vestida en blanco y negro, como la contradicción de su propio pensamiento, levanta esa persiana imaginaria para iluminar a su marido enfermo, casi loco, o, tal vez, el más sano y cuerdo de ese trío de personajes que se entrecruzan en el escenario.

Repara sus heridas con la caricia de la voz en calma, calienta su frío interior con esa taza de café que le ofrece arrodillada, mientras el viento de la obsesión intenta derribarla.

Le abraza por detrás, como si fuese la verdadera Dama de la Esperanza, capaz de sorprender al más temeroso de los hombres; pero la angustia del esposo atraviesa la loza, la tela del traje, la silla plegable.

Él, grande, enorme, como un agujero negro, engulle los rizos de la mujer, sus pies descalzos, su constante pregunta, su continuo trasiego en un espacio familiar pero extraño. Luego vendrá el desaliento, la desazón, el desmayo.

Marina, la venida del mar, la que soporta las mareas del “desequilibrado” duda entre quedarse e irse, entre continuar esa postura de puntillas para alcanzar y acariciar la cabeza rota de su hombre o marcharse al respiro, al aire, al sol, ese Sol que les está alterando.

Marina, la venida del mar, la que soporta las mareas del “desequilibrado” duda entre quedarse e irse, entre continuar esa postura de puntillas para alcanzar y acariciar la cabeza rota de su hombre o marcharse al respiro

La juventud irrumpe de pronto a través de un tercer personaje, ese chico hermoso como todo lo nuevo, rubio y azul como los ángeles de un cielo perturbado. Él, por tanto, perturba también, despliega su atracción armado de belleza y un poco de arrogancia, acaparando la bala que, finalmente, cambiará de rumbo.

Al fondo, como en un oscuro desierto vertical, aparecen proyectadas frases que se alternan, que aparecen y desaparecen, palabras como extraños planetas que nos eclipsan.

Destartalado, confuso, el espectador se pregunta de qué lado está, cuál sería su posición si hubiera que elegir, a quién abrazaría, hacia quién dirigiría el pequeño revólver, si estuviese en su mano.

¿A cuál de los tres personajes miraría de frente, para elegirle vencedor?

Pero no son tres realmente los personajes, sino cuatro. La música camina junto a ellos, se adentra en ese círculo blanco que cambia de color bajo los focos, que se agranda y encoge entre sonido y silencio. Arrebatadora, astral, ese otro Sol hipnótico y prodigioso que cambia, que nos cambia, que nos obliga a estar en alarma, vivos.

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