OBITUARIO

Muere el médico, escritor y exbaloncestista José Luis López Zubero

Padre de los nadadores David, Julia y Martin López Zubero, tuvo una niñez de cine y escribió 'Lo aprendí en el cine' y 'Lo observé en el cine'

JOSE LUIS LOPEZ ZUBERO / 29/01/2014 / FOTO : ENRIQUE CIDONCHA[[[HA ARCHIVO]]]
José Luis López Zubero, en su casa de Madrid, en 2015.
Enrique Cidoncha.

“Probad a dar un abrazo de diez segundos”, le gustaba decir a José Luis López Zubero, que ha muerto en Madrid a los 89 años, médico, escritor y leyenda del baloncesto en Zaragoza y en Aragón; entre otras cosas, fue el primer zaragozano convocado para la selección nacional, aunque una lesión inoportuna acabó bruscamente con su carrera. A partir de ese momento, se trasladó a Estados Unidos y allí hizo su vida, donde siguió de cerca la carrera de sus hijos durante dos décadas: David López Zubero, medalla de bronce en 100 metros, espalda, en Moscú-1980, Julia, que obtuvo varios títulos nacionales, y Martin, que fue medalla de oro en Barcelona-1992 en 200 mariposa y campeón del mundo en 1991 y 1994.

En los últimos años, tras casarse con la chilena Susana Poblete, le gustaba recordar que había tenido una niñez zaragozana, como la del protagonista de ‘Cinema Paradiso’, y escribió varios libros vinculados al séptimo arte: ‘Lo aprendí en el cine’ (2007) y ‘Lo observé en el cine’ (2011), cuyos derechos de autor destinó siempre a fines humanitarios. Recordaba que había realizado operaciones de cataratas en medio mundo: en Haití, en un clima tan hostil e inhumano que le pareció "más terrible que la Guerra Civil española", en Argelia y en Vietnam, donde estuvo dos meses y llevó un diario cuyas notas estremecen.

José Luis López Zubero perteneció a una generación legendaria en Aragón: la de los cineastas y escritores Alfredo Castellón Molina y José Luis Borau, la de los médicos Alonso Lej y Alberto Portera, la del empresario teatral y baloncestista Ángel Anadón, la del poeta y traductor Francisco Uriz, entre otros.

Nació en febrero de 1931 en la calle Predicadores, y en 1935 la familia se trasladaría Las Armas. Tenía una memoria prodigiosa, rica en detalles y en atmósferas y sensaciones. “Los primeros recuerdos que tengo son del 18 de julio de 1936. En mi propia casa vivía un guardia de asalto, que llevaba su traje azul, y de repente fue atacado por un grupo de trabajadores con sus navajas. Mi primer muerto lo vi en un bombardeo de la calle de las Armas en 1937, mientras mi padre y mi tío estaban en la cárcel. Mi padre era ferroviario de la CNT y permaneció un año y medio encerrado. Mis tres tías solteras fueron madres adicionales y siempre me sentí totalmente querido. Era, por otra parte, hijo único”, contaba en 2007 para las páginas de HERALDO.

De su infancia recordaba que su padre murió joven y su madre, prácticamente ciega y huérfana desde los siete años, fue su consuelo, igual que el cine. De ella, más bien sigilosa, le impresionaba su vida interior. “A pesar de la dureza de aquellos tiempos no cambiaría mi infancia por nada. Mi afición era tal que en cuanto terminaba los deberes, iba a ver dos sesiones al Monumental por 30 céntimos”, explicaba y contaba que la censura también prohibía los besos, cambiaba hasta el argumento de las películas. “Y no solo eso: aquí nos convertían en falangistas a la fuerza. Recuerdo que en el cine Victoria, mientras cambiaban los rollos, había que saludar con la mano alargada y cantar el ‘Cara el sol’”.

Cursó estudios en el Instituto Goya, donde tuvo como profesor de literatura a José Manuel Blecua y de francés a Lópes Ferrándiz. “Yo era un joven impaciente, y ellos me ayudaron a controlarme con la poesía grave de Jorge Manrique y la de Joachim du Bellay y la de Ronsard. Me marcaron con el tema de la brevedad de la vida y he estado siempre obsesionado con aprovechar el poco tiempo que tenemos y la necesidad de moverme de prisa”. Por entonces descubrió el baloncesto y con su 1.83 de altura jugaría en varios equipos: en la Universidad, en el Pedro Cerbuna y en el Helios. Fue preseleccionado para el combinado nacional y el Barcelona intentó ficharlo, pero una lesión lo apartó de la gloria. Antes del abandono forzoso, durante un partido en París, un norteamericano le aconsejó que se marchase a Estados Unidos a ejercer la medicina.

Muere el médico y escritor José Luis López Zubero.
José Luis López Zubero en el Pasaje Palafox, espacio de cines.
José Miguel Marco.

“Aprendí todo el inglés que pude en Inglaterra, durante el verano. Trabajé de temporero, de bracero, y en 1955 partí hacia Nueva York. Aquello era otro planeta. Integrarme allí no fue nada fácil”. Se acabaría instalando en Jacksonville, donde nacerían sus hijos. “En Estados Unidos tuve que volver a estudiar Medicina, pero esta vez ya era más maduro y me di cuenta de que mi profesión era una ventana abierta a la solidaridad. En la parte profesional me cautivó la eficiencia y estilo norteamericanos”, le gustaba decir. Se casó en 1957 y de su matrimonio nacerían los citados David, Julia y Martin, a los que siguió allá donde nadaban; entre los tres participaron en seis Olimpiadas, desde Montreal-1976 a Atlanta-1996. En 1963 creó una Internacional Medical and Cultural Foundation, con sede en Fort Lauderlale (Florida) y Zaragoza, que nacía de una revelación: “Me doy cuenta de que soy más feliz dando que recibiendo”.

La fundación nació en 1963. Se alistó de voluntario en el ejército norteamericano, “por gratitud a Estados Unidos. En julio de 1967 llegué al delta del Mekong. Me dijeron que me mandaban a un sitio seguro, y fue todo lo contrario. Estalló una bomba a 50 metros. Viví de milagro. Operaba a soldados norteamericanos y vietnamitas. Aquello era como la película ‘Apocalipsis Now’”. Más adelante, especializado en oftalmología, hizo trasplantes de córneas en Argelia, estuvo en Kenia, en Paraguay, y en Bangladesh, “donde llegué a operar hasta cien cataratas diarias al aire libre. Y conocí a Pedro Casaldáliga, que es el verdadero héroe poeta que todos hemos soñado ser alguna vez. Lo que más valoro es la capacidad de amar. Como dice la canción de Edith Piaff: ‘Sin amor somos nada’. Luego viene la libertad. Solo ambiciono ser buena persona. Suena un poco cursi pero es así”. Solía decir que se había educado con la obra de John Ford y Charles Chaplin; su película favorita era ‘La Strada’ de Federico Fellini y también le conmovía ‘Matar a un ruiseñor’ de Robert Mulligan.

Además de sus libros de cine, algún manual de oftalmología, programas de decatlón, este seguidor de Baltasar Gracián escribió varios breviarios de citas y aforismos que había ido descubriendo en sus lecturas. “Las cosas que te importan y te estimulan deber ser cortas e intensas. Soy discípulo de Gracián. No se puede ser sublime sin interrupción. Y además, de lo ridículo a lo sublime hay medio milímetro”, dijo.

Vivió muchos años, 89 y le gustaba volver a Zaragoza para conversar con amigos en el Prior, para recorrer los lugares de su juventud y para recordar, aunque como otro contemporáneo, Carlos Saura, su verdadero sueño era mirar al futuro. Por eso siempre estaba lleno de ideas y de proyectos. Y seguro que se fue así: soñando y soñando y soñando, con un montón de pensamientos suyos y ajenos en la memoria y en los labios. Dentro de unos días se le rendirá una misa-funeral en Zaragoza.

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