Las joyas y el tesoro artístico de la infanta

Un estudio de Manuel García Guatas y Carolina Naya recorre y analiza la colección de pintura y las alhajas personales de María Teresa de Vallabriga

Retrato de la infanta María Teresa de Vallabriga realizado por Goya en 1783 y consercado en la Neue Pinakothek de Múnich
Detalle del retrato de la infanta María Teresa de Vallabriga realizado por Goya en 1783 y consercado en la Neue Pinakothek de Múnich
Neue Pinakothek de Múnich

Con un enfoque verdaderamente interdisciplinar, rigor científico y afán de divulgación, los historiadores del arte Manuel García Guatas y Carolina Naya se han lanzado a estudiar una figura histórica que aún guarda destellos poéticos: María Teresa de Vallabriga. La popular ‘infanta’, que lo fue tras el matrimonio morganático con el infante Luis de Borbón, hermano de Carlos III, enviudó joven, a los 26 años, y se retiró a su Zaragoza natal. Tuvo una inmensa colección de obras de arte y joyas propias de una Casa Real. Y a estudiar unas y otras se han dedicado García Guatas y Naya, que acaban de publicar ‘Pinturas y alhajas de María Teresa de Vallabriga’ en la colección ‘Cuadernos de Aragón’ de la Institución Fernando el Católico. El libro, además, amplía el foco de estudio y reconstruye y ofrece numerosos datos sobre la Zaragoza del cambio de los siglos XVIII a XIX. Y así el lector puede recordar en un plano cómo la casa de Martín Zapater, el amigo de Goya, estaba en el Coso, a tres portales de distancia de la Casa de la Infanta y frente a la del Conde de Sástago. O descubrir cómo, en el palacio de este último, la condesa organizó en 1805 una representación del ‘Otelo’ de Shakespeare interpretada por damas y nobles.

«María Luisa era una de las grandes fortunas de Zaragoza, donde residió los últimos 28 años de su vida –relata García Guatas–. Fue muy visible para los zaragozanos, generosa y limosnera. Asistía con frecuencia a diversiones populares, especialmente las que organizaba la Casa de Misericordia, a la que hizo frecuentes donaciones. En 1805, por ejemplo, presenció un espectáculo de equilibristas en la plaza de toros y a su término donó 1.500 reales a la Casa de Misericordia. Y al año siguiente asistió, con su hija María Luisa y en la presidencia, a la fiesta de creación de la asociación de caridad del Buen Pastor para la atención a los presos, y debió contribuir al almuerzo especial que les ofrecieron a los reclusos».

Para el estudio de las obras de arte que atesoró hay un documento básico, un inventario manuscrito de 1818 que se conserva en el archivo del Palacio Real y que pormenoriza las pinturas que guardaba en sus casas de las calles del Coso y de San Pedro Nolasco (en esta última se encontraba el patio renacentista que Ibercaja tiene en su sede y que adquirió en París en 1957). En total eran 147 pinturas.

«La colección procedía de su marido y a la muerte de María Teresa se trasladó al palacio que la familia tenía en Boadilla del Monte –relata García Guatas–. Era una colección importante y en ella destacaban los retratos que les había hecho Goya en Arenas de San Pedro. Además, destacaban dos pinturas de Vernet, hoy propiedad de Patrimonio Nacional; un cuadro famoso de Luis Paret que está en el Museo Lázaro Galdiano (‘La tienda de Geniani’)...».

Y había, también, numerosos cuadros cuya autoría los especialistas han ido reatribuyendo en los últimos años. En cuanto a las joyas, Carolina Naya se ha ocupado fundamentalmente de dos piezas que la infanta donó a la basílica del Pilar pero que ya no están en el tesoro de la Virgen. Una es un ‘clavel’ que las fuentes escritas describen con diamantes, rubíes, esmeraldas...

«Las nobles del XVIII tenían como joya destacada un ‘bouquet’ o ramillete floral, moda que introdujeron los Borbones –relata Carolina Naya–. El de la infanta era de oro, quizá con los diamantes guarnecidos en plata, y representaba un clavel abierto, lleno de rubíes y diamantes. Y flanqueando el clavel había dos capullos, uno cerrado y otro a medio abrir. La parte vegetal estaba guarnecida en oro y la base de la joya se adornaba con esmeraldas».

Fue la alhaja con la que Luis María de Borbón le pidió matrimonio a la infanta, y si ahora no está en el joyero se debe a la voracidad de los franceses durante la Guerra de la Independencia. El 18 de marzo de 1809 el mariscal Lannes se la apropiaría, junto a otras 15 piezas. «Los franceses no se llevaron las joyas de mayor valor artístico –señala Carolina Naya– sino las que tenían mayor valor económico. Esta, sin duda, la cogieron por la cantidad de piedras que poseía. No se ha encontrado aún ninguna de las que se llevaron, y hubo varias sustracciones». La historiadora del arte está acabando un libro sobre el tesoro disperso del Pilar y ha identificado las piezas que se llevaron los franceses. «A Honorine, la mujer del mariscal Suchet, se le antojaron tres alhajas de la Virgen en 1811 –revela–. En total, los franceses se apropiaron de 19».

Otra de las joyas que analiza en el estudio es una placa de la orden del Espíritu Santo, que a su muerte la infanta donó al Pilar. La pieza, que formó parte de la subasta que se realizó en 1870 para emprender obras de urgencia en el Pilar y salvarlo de la ruina, destacaba por sus brillantes, de gran pureza.

Durante décadas se ha creído que era un ejemplar actualmente conservado en el Louvre, pero un detalle en la descripción que se hizo en su día, el hecho de que las piedras de las flores de lis fueran amarillas, demuestra que no es así. «La familia tenía varias placas de la Orden del Espíritu Santo, tal y como recoge el testamento del infante en el Archivo de Protocolos de Madrid», añade Naya.

De hecho, Goya retrató al cardenal Luis María de Borbón y Vallabriga, hijo de la infanta, luciendo en el pecho una de estas condecoraciones.

El cabildo, que agradecía cada donación según su importancia, concedió a la infanta el privilegio de ser enterrada en la cripta del Pilar.

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