obituario. ocio y cultura

Muere el periodista y escritor Luciano Varea

Tenía 95 años, había sido colaborador cultural de Radio Zaragoza, publicó dos novelas, cuentos y poemas y presidió la Asociación de Amigos del Libro


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Luciano Varea, en Zaragoza, en el año 2001.]
Guillermo Mestre.

El pasado día 9 fallecía el periodista Luciano Varea a los 95 años, pocos días después de la muerte de su mujer Ana, que fue víctima del coronavirus. Luciano Varea había nacido en Madrid, residió en su primera juventud en Sigüenza y en diversos lugares de España. En los años 50 recaló en Zaragoza, se trasladó después a Tenerife y finalmente, tras un paso de algún tiempo por Ejea de los Caballeros (siempre amó las Cinco Villas), fijó su residencia en Zaragoza. Era profesor. Fue un entusiasta colaborador en Radio Zaragoza durante varios años. La cultura era su pasión. Fue siempre un hombre amable, exquisito, elegante, muy interesado por los asuntos literarios, principalmente, y por los artísticos. Allí donde había algo, un recital, una presentación, una conferencia, allí estaba Luciano Varea con sus preguntas y con sus grabadora. Y con una sonrisa.

Era un enamorado de la literatura y dejó constancia de ello, al menos, en cuatro libros. Le interesaban diversos géneros: el cuento, la novela y la poesía. Escribió en varias revistas y publicó su primera novela, de asunto más bien costumbrista y estética realista, ‘El pozo’ (1962), que tendría en Certeza, en 2005, una segunda edición; inauguró la serie Redallo. Francisco Javier Aguirre, responsable de la colección, dice: “Creo que Luciano Varela cumplía entonces 80 años y nos pareció un buen título para empezar. Es una novela realista, de su tiempo, de un escritor modesto, como lo somos todos, sobre todo en Aragón, honesta y llena de dignidad. Luciano trabajó mucho por los demás”.

Más tarde, en Alfaguara, en la colección La novela popular, entregó su libro más conocido, de aire social y trasfondo picaresco, ‘Pablo, el fugitivo’, que tuvo dos ediciones, en 1967 y 1969. En 1982, en la Institución ‘Fernando el Católico’, publicó el volumen de relatos, ‘La pasajera y otros cuentos’, un libro que quería mucho y que contenía relatos que habían recibido premios y menciones en diversos concursos. A veces, con discreción y elegancia, ofrecía a los jóvenes o a gente a la que le había tomado cariño, un ejemplar dedicado.

Había entrevistado a muchos poetas para sus programas y la poesía le acompañó siempre. Escribió: “La poesía me gusta y la entiendo, me eleva a un estadio del alma que me conecta con lo que realmente soy y siento, pero no leo mucha poesía, porque lo que me gusta realmente es oírla, oírla recitar e incluso recitarla”. Él también fue un continuo lector de poesía en varios círculos o grupos y tertulias; frecuentó a los poetas del Niké: Fermín Otín, Miguel Luesca, Benedicto Lorenzo de Blancas, Guillermo Gúdel, y a otros numerosos amigos de los que siempre estuvo muy cerca: Ildefonso-Manuel Gil y Raimundo Lozano, entre otros.

En los 90, en la colección Veruela de la Diputación de Zaragoza, publicó su poemario ‘Caminos de regreso’, que empezaba así: “La soledad me cerca de monstruos invisible / y en la trémula hora, cuando me acucia el miedo / a morirme una tarde sin que nadie lo sepa, /acudo como un niño al maternal amparo / que en mi memoria anida”. Y algo más adelante, envuelto en melancolía, decía: «¡Cuánto ensueño malogrado! / y, en mi cielo, ¡qué de estrellas / boca abajo / qué de estrellas! / Un instante, sólo eso: ¡un infinito!». Guillermo Fatás, por ejemplo, lo recordaba ayer con afecto: “Era una bella persona, muchos años radioperiodista y decoroso poeta”. Miguel Mena, que coincidió con él en Radio Zaragoza, lo retrata así: “Luciano era un hombre cálido, muy afectuoso, enamorado de la cultura, y una de las personas más amables que he conocido en mi vida”.

Presidió la Asociación de Amigos del Libro, colaboró a menudo en la revista ‘Barataria’, fue un activo participante en la organización de los premios Búho y le encantaba hacer viajes literarios con el grupo. Tras una visita a Las Cinco Villas, escribió de ello centrándose en Biel en estos términos azorinianos: “A Biel se llega por la carretera que desde Luna da vueltas y revueltas, baja y sube a capricho del discurrir del río, que alguna vez (hace poco lo hizo) se enfurruña y transforma su apacible caudal en una amenaza de catástrofe, sin llegar nunca a mayores, como sí hacen otras corrientes asesinas. Si acaso, el Arba alcanza a enlodar sus márgenes por Luna, por El Frago, por Erla, hasta la misma Ejea de los Caballeros donde, cerca de El Sabinar, el río se hermana con el otro Arba, el de Luesia, para muy pronto, pasado Tauste, juntos sumar un mínimo caudal al Ebro poderoso, ya en la cruz de Gallur”.

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