Ocio y cultura

Indiana Jones en Jaca e Iguácel

Arthur Kingsley Porter, el hombre que inspiró al padre del héroe, al que dio vida Sean Connery, recorrió el Alto Aragón y le dedicó un artículo

Ecos de Indiana Jones en Aragón.
Sean Connery y Harrison Ford, padre e hijo en las aventuras de Indinana Jones.
Archivo Heraldo.

Con motivo de la reciente muerte de Sean Connery, que encarnó a James Bond, me ha venido a la memoria otro curioso avatar de este gran actor, su papel de padre de Indiana Jones, un profesor de Harvard, especialista en historia del arte medieval. Al parecer ese personaje tan erudito se basa en un profesor de gran prestigio en Harvard, el primer norteamericano experto en arte románico, Arthur Kingsley Porter (1883-1933).

Lo más sorprendente y curioso del profesor Porter, autor de ‘Spanish Romanesque Sculpture’, 1928, fue su conocimiento al pie del terreno del románico jacetano, y la prueba fehaciente reside en cierto artículo que publicó en la revista ‘Burlington Magazine’, revista británica fundada por Bernard Berenson, ‘Iguácel and More Romanesque art of Aragón’, marzo, 1928, donde se da la noticia del descubrimiento de un templo románico desconocido hasta entonces, fechado en su portalón el año 1072, reinando Sancho Ramírez, en el trono de Aragón.

Llama la atención en su artículo su expresión “the neglected school of Aragón”, el olvido o desdén de los eruditos hacia el estilo jacetano, al que Porter otorga un rango fundacional o clave en el románico español. Lo más notable es que Porter también fue el primero en valorar el famoso sarcófago de doña Sancha, hija del rey Ramiro I, que el historiador de Harvard pudo ver en Jaca, procedente de Santa Cruz de la Serós, enclave que acaso atesora la torre más hermosa del románico español.

Indiana Jones en el Alto Aragón.
Arthur Kignsley Porter, el norteamericano que viajó por Jaca y sus alrededores.
Archivo Porter.

El gran erudito de Harvard se tomó su tiempo y estudió con lupa esa joya en el convento de las Benitas de Jaca, donde todavía se conserva, al final de la calle Mayor. Uno de los lados encierra en una mandorla o almendra, el cuerpo desnudo que representa el alma, entre dos ángeles con togas sutiles en zigzag, un detalle harto sofisticado en un estilo tan tosco y primitivo. En el otro costado, dos caballeros a la jineta entran en buena lid, las espuelas en el estribo, con la briosa lanza a todo galope. Los caballos son como póneis de cartón, pues sus panzas casi barren la tierra.

Es muy posible que Porter llegase a Jaca casi a caballo, como en tiempos del propio sarcófago, pues el tren de Canfranc se inauguró en julio de 1928. Bueno, era persona de familia pudiente, una especie de ‘Ciudadano Kane’ de Orson Welles, y no descarto que viajara en un Ford, modelo Oroel. Más difícil lo tuvo que tener para viajar desde Castiello de Jaca al cenobio de Iguácel, en el valle de la Garcipollera, o valle de las Cebollas. En Bescós vivían doscientos habitantes en 1920, en Acín rondaban ciento treinta almas. Imagino que no era camino para coche pomposo y que Porter tuvo que llegar a Bescós y Acín, a lomos de mula, como Pidal cuando estudiaba la ruta del Cid por Medinaceli y Almazán.

La verdad es que el paraje donde se asienta la nave románica de Iguácel es precioso. La prosa americana de Porter emana una sobriedad idílica algo espartana. El estilo de Hemingway. La iglesia está a media hora a pie de la aldea de Acín – “a half-hour on foot beyond the hamlet of Acín”. El príncipe Hamlet, ya ven, era un monarca aldeano, como el propio Shakespeare, nacido en una aldea del condado de Oxford. A Acín se llega, nos dice Porter, en dos horas y media desde Castiello de Jaca.

Deducimos, pues, que el viaje iniciático se hizo a pie, dejando el coche en Castiello, vigilado tal vez por un escolar avispado, un lazarillo del río Aragón, que pondría los ojos como platos ante el Ford-Oroel. Iguácel es una lámina bucólica digna de un paisaje de Valeriano Bécquer en Veruela, o de Jenaro Pérez Villaamil, capaz de pintar el Puente de Fraga, en 1850, como si fuese un cuento de hadas de la revolución industrial. 

Iguácel es de escala similar a San Adrián de Sasabe, encima de Borau. Siresa es mucho más pomposo, casi una colegiata románica. Como dijo el poeta T.S. Eliot, que pudo ser alumno de Porter en Harvard, como lo fue de Santayana o de Berenson, “todo tiempo es irredimible”, adagio lírico que nos viene como anillo al dedo, para dar carpetazo, a esta breve excursión del profesor de Harvard, el padre ilustrado de Indiana Jones. Nada nos cuesta imaginar o visualizar a Sean Connery como un Holmes del románico, pululando por la ciudad de Jaca y el monasterio de Santa María de Iguácel, topónimo que nos suscita otros nombres de similar linaje celestial, en el Alto Aragón.

Gratal, cumbre del arco iris, Monrepós, monte del Reposo, donde el guerrero admira el panorama fabuloso de las cimas nevadas de las montañas de Francia. Spielberg estrenó su 'Indiana Jones y la última Cruzada' en 1989, donde Sean Connery interpretaba a un profesor algo hosco y huraño, enfrascado siempre en los polvorientos códices medievales, el Beato de Iguácel, el Beato de Fanlo, medio siglo después de la muerte del profesor Arthur Kingsley Porter. En realidad, el viaje a pie o a lomos de mula desde Jaca a Iguácel, hacia 1920, debía de ser bastante similar a internarse en una especie de Tibet jacetano. Una aventura fascinante que le deparó al hombre de Harvard el descubrimiento de uno de los modestos y sublimes tesoros del Románico aragonés.

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