La cultura zaragozana encuentra espacio en los antiguos complejos industriales

Pintores, fotógrafos, compañías de danza, circo o teatro tienen la superficie que necesitan para su trabajo en viejas naves o fábricas de los barrios

Habitual en ciudades como Nueva York o Berlín, donde existen menos impedimentos legales, el fenómeno de los creadores que se refugian en antiguas naves o instalaciones industriales cobra fuerza en Aragón. Un espacio emblemático es hoy La Fábrica de Chocolate (antiguamente, la factoría Zorraquino), en el Arrabal. Allí conviven ahora tres artistas plásticos, un fotógrafo, un espacio para las artes escénicas y la Fundación Arte y Gastronomía. Un día de entre semana pueden encontrarse allí Sergio Abraín pintando, Ana Cotoré ensayando su próximo espectáculo de danza contemporánea y una cata organizada por la Fundación Arte y Gastronomía. Se han celebrado desde desfiles de lencería para novias hasta el Chocomarket.

«La fábrica se trasladó a Cogullada en 2009, a mí me gustan el arte y todo tipo de manifestaciones culturales, y enseguida tuvimos ofertas de artistas –relata Rafael Zorraquino–. Ha habido distintos inquilinos hasta que al final se ha creado un grupo estable y homogéneo. Es un centro privado, no subvencionado».

El primero en llegar fue Carlos Herrero, actor de teatro de muñecos. En su espacio, grande, ensayan compañías de teatro y danza y él prepara escenografías. Recuerda que el primer día que entró allí una espesa costra de chocolate seco cubría el suelo. Limpió y renovó. Eliminó techos técnicos para recuperar el espacio aéreo de la nave.

«Yo venía de Milán, donde este tipo de planteamientos son habituales, lo que pasa es que allí los primeros en entrar en una instalación industrial abandonada son los arquitectos. Meten materiales de lujo y luego alquilan estudios a artistas famosos. He sido muy respetuoso con el espacio existente y todo lo que se ve aquí es reciclado».

Grandes ventanales bañan de luz la antigua fábrica y, aunque el edificio acusa achaques por la edad, llaman la atención la limpieza de zonas comunes y espacios particulares, y el encanto ecléctico que ofrecen el matrimonio de muebles reciclados, elementos que aún quedan de la chocolatera, carteles de espectáculos y pinturas que María Luisa Safont, presidenta de la fundación Arte y Gastronomía, ha colocado aquí y allá.

«Vine aquí cuando se estaba estudiando la posibilidad de que Antonio López pintara una cúpula del Pilar –señala–. Pensé que aquí estaría tranquilo, que podía encontrar la misma paz que en su estudio. Y me quedé». Safont alquiló las antiguas oficinas de la fábrica, hizo obras y restauró mobiliario. La sede de la fundación Arte y Gastronomía tiene también una cocina en la que se realizan catas y todo tipo de actividades. «Al final se ha creado una colectividad de sinergias entre todos nosotros –señala Safont–. Y, sin proponernos nada especial, simplemente hablando, salen proyectos a mitad de camino del arte, la gastronomía, la cultura...».

«La ventaja de trabajar aquí –añade Carlos Herrero–, es que estás al lado del centro y es como si no estuvieras. Entras y sales de la ciudad en apenas un minuto».

Lo sabe bien el artista Sergio Abraín, que lleva allí tres años y medio y que cambió su estudio en la calle del Trovador por uno en la antigua factoría chocolatera, de 220 metros cuadrados de superficie y, sobre todo, de ocho metros de altura. Allí acude todos los días, guarda su obra y organiza numerosas actividades. Colabora con la Fundación Rey Ardid, para la que prepara actividades, organiza talleres de arte-terapia...

«Esto es un campo de batalla –resume–. Además del contacto con otros pintores y artistas de otras disciplinas, las dimensiones del estudio me permiten trabajar en grandes formatos».

Por ese camino llegó allí Yann Leto, artista francés residente en Zaragoza desde hace años y que ha sido el ‘enfant terrible’ de varias ediciones de ARCO, donde ha llegado a estar vetado. Buscaba un sitio para hacer un gran mural. Ahora, por circunstancias personales, se encuentra momentáneamente en Madrid. Ha cedido parte de su estudio a Fernando Romero. El pintor turolense es el último en llegar, ya que se ha instalado el pasado verano.

«Llevaba cinco años en Madrid, y la verdad es que un espacio así allí es algo impensable», relata. Romero ha celebrado varias exposiciones individuales en Aragón (A del Arte, Museo de Teruel...) y está aprovechando el parón de la pandemia para renovar su lenguaje, hasta el punto de que lo que se ve de su obra parece de dos pintores distintos. «Estoy en un momento de introspección, trabajando en una nueva serie, en la que investigo las relaciones entre la imagen informática y la pintura», señala.

Estudio, pero fotográfico, tiene también allí Juan Moro, ‘Indio’. Moro sigue con sus retratos de creadores aragoneses (la conocida serie ‘Gentes de mal vivir’) y aunque su espacio no es muy grande, piensa instalar allí un laboratorio de revelado. Ya tiene un rincón con una batería y aprende con Laurent Castagnet, el baterista de Loquillo. Investiga el grabado, el pirograbado, la litografía, la ferrotipia... pero siempre vuelve al autorretrato. «Ahora estoy con un proyecto que une poesía y fotografía –revela–. Pensaba que mi trabajo con el autorretrato se había terminado, (en 2010 ya ganó la beca Spectrum con una serie en la que se autofotografiaba), pero siempre surgen ideas nuevas».

La Fábrica de Chocolate es un espacio creativo irrepetible pero tiene fecha de caducidad. El avance urbanístico acabará con ella, como lo hizo con las naves cercanas en las que años atrás se instalaron varias compañías teatrales. «Durará uno o dos años, no creo que más», resume Rafael Zorraquino.

La Casa del Circo fue creada en 2018 por el malabarista Chéchare en una nave que usaba la Fundación Rey Ardid: 800 metros cuadrados de superficie, con un escenario de 200 metros y ocho y medio de altura, apto para todo tipo de espectáculos circenses. Allí hay desde ensayos de góspel a batucada (este fin de semana, el rodaje de un corto). También algún espectáculo. «El espacio es tan polivalente que cabe todo –señala Chéchare–, pero me gustaría poner el acento en las actividades formativas. Necesitamos cantera en Zaragoza».

Se refiere a cantera de disciplinas circenses. No lejos de allí, en la misma calle de Benjamin Franklin, otra nave es el Espacio Cirteani (circo, teatro, animación), peculiar como su creador, el payaso Toño Zarralanga. Las compañías disponen allí de un taller con herramientas para fabricar su escenografía. Ha organizado cursos y residencias, y la pandemia le ha obligado a suspender las actuaciones al aire libre. «Me gustaría organizar un festival de dos o tres días de duración orientado a los programadores y que fuera gratis para el público –señala–. Pero de momento es imposible». 

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