fábulas con libro. 'artes & letras'

Mario Verdaguer y las historias del escritor y sablista Pedro-Luis de Gálvez

La historia de un periodista de 'La Vanguardia' y escritor vanguardista y su vínculo con uno de los raros más insólitos de las letras españolas

Fábulas con libro. Mario Verdaguer y Pedro-Luis de Gálvez.
Retrato del escritor y periodista Mario Verdaguer.
Mario Verdaguer Hereus

Mario Verdaguer era sobrino de mosén Jacinto Verdaguer e hijo de un latinista que ganó la cátedra de latín del instituto de Mahón. Allí nació el escritor en 1885, aunque pronto su padre ocuparía plaza en otros institutos y la familia anduvo moviéndose de aquí para allá: Segovia, Logroño, Tarragona, Barcelona… y, finalmente, Palma de Mallorca.

En esta ciudad pasó Verdaguer su primera juventud, y en ella estudió por libre la carrera de Derecho. Al terminarla, se trasladó a Barcelona y comenzó a escribir en ‘La Vanguardia’, periódico al que lo llevó Miguel de los Santos Oliver y en el que trabajaría hasta el final de la guerra civil, haciendo crítica literaria durante años a las órdenes de Agustí Calvet ‘Gaziel’. Fue traductor, fundó la Editorial Lux y en 1926 publicó su primera novela, ‘La isla de oro’. 

En 1927 creó la revista ‘Mundo Ibérico’, en la que colaborarían Almada Negreiros, Benjamín Jarnés, Gómez de la Serna, Cansinos-Asséns…, y publicó otras dos novelas: ‘Piedras y viento’ y ‘El marido, la mujer y la sombra’. Sus novelas más vanguardistas y conocidas son ‘La mujer de los cuatro fantasmas’, de 1931, y ‘Un intelectual y su carcoma’, de 1934, y, a pesar de que lo intenté, no pude terminar ninguna de las dos. Porque lo que más me interesó de Verdaguer fue su faceta de memorialista: ‘La ciudad desvanecida’, de 1953, en la que contó su juventud en Palma de Mallorca, y, sobre todo, ‘Medio siglo de vida íntima barcelonesa’, publicado por la editorial Barna en 1957 y que es un extraordinario recorrido por la Barcelona de los años 20, en el que nos encontramos con Picasso, con Rusiñol... y con Pedro-Luis de Gálvez.

Las anécdotas que cuenta Verdaguer de Gálvez en Barcelona son incomparables. Allí se le conoció como el Greco y durante una temporada se dedicó a subirse los domingos en globo en la vieja plaza de toros. Un día cayó en el mar, lejos de la costa, y tuvo que recogerlo una barca que faneaba por allí. Gálvez, teatrero y ampuloso como fue siempre, se sacaba un enorme crucifijo que llevaba colgado del cuello y, besándolo con emoción, exclamaba: «Éste me ha salvado. Seguramente por equivocación». Gálvez pedía limosna en la puerta de las iglesias y dormía en los almacenes de papel de los periódicos.

En la plaza de la Universidad vendía sonetos autógrafos a peseta y, por dos reales más, añadía dedicatoria. Los sonetos y las dedicatorias siempre eran los mismos. 

Cuenta Mario Verdaguer cómo una noche Pedro Luis de Gálvez sableó al librero de viejo Balagué, quien le dio un duro para que dejara de gritar como un loco que necesitaba dos pesetas. Verdaguer aún publicaría otra novela, ‘Un verano en Mallorca’ en 1959, y moriría en 1963. Hoy ya nadie se acuerda de él.

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