MÚSÍCA. OCIO Y CULTURA

Carlos Malicia «Mis canciones se dirigen más a mover el cerebro que el pie»

El juglar zaragozano publica un cancionero de sus textos, escritos a lo largo de 30 años, en ‘A los pies de las letras’, editado por Latas de Cartón

Carlos Malicia publica el cancionero 'Al pie de las letras'.
Carlos Malicia en una de sus actuaciones en el festival La Noche de Juglares en Delicias.
Pepe Matute.

¿Qué fue antes, el cantante o el letrista de los temas?

El músico: de crío les ponía música a los poemas que me gustaban. Luego empecé a escribir. Pero cantar, cantaba poco y mal. Por suerte, conocí a Alicia Fernández, que era capaz de cantar cualquier cosa. Y al principio yo escribía realmente ‘cualquier cosa’.

¿Quién le ha marcado más: Brassens, Brel, Krahe, tal vez Pla?

Sin duda alguna, Georges Brassens, el gran poeta de la chanson. Y, claro, Javier Krahe, su mejor discípulo. Brel revolotea también por ahí. Pero al lado de ellos, el resto parecen unos aficionados. En español, mis referencias son muy particulares, supongo: Leo Masliah, Mª Elena Walsh…

¿Cuál es el secreto de una letra de canción?

Como no practico el bailable, no puedo hablar de estribillos pegadizos ni de frases rítmicas y con gancho popular. Para eso están los productores discográficos. Para mí, la canción debe dirigirse más a mover el cerebro que el pie, debe tratar de buscar el interés del oyente, de sorprenderlo. Es una pieza breve, así que es perfecta para fijarse en los pormenores de los grandes asuntos. Y huir de la grandilocuencia.

¿Qué relación hay entre la poesía y la canción?

La canción es un género poético: es parte de la poesía lírica, la que se acompañaba con la lira. Y eso es lo más delicado: la música tiene tanto poder evocador que puede llegar a arruinar una buena letra, a hacerla sonar pretenciosa. Y, del mismo modo, a veces de un poema malejo sale una gran canción.

Dice el actor y rapsoda Luis Felipe Alegre en el prólogo que domina muy bien la métrica.

¡Luis es un erudito de la poesía, así que es todo un halago! Me gusta buscar a las ideas la mejor estructura: es como crearles un traje para la ocasión. Ya es un hábito, voy por la calle pensando: «A ver cómo diría esto en alejandrinos, a ver en eneasílabos...». El continente, a su vez, va modificando el contenido, y es muy entretenido. El verso libre, en cambio... está muy bien, pero a mí me da mucha pereza.

¿Qué temas le interesan más? En el libro hay un poco de todo...

Pero son los temas universales: la muerte, el amor, la religión... Lo que más me interesa son las relaciones humanas, entre las que se encuentran, claro, las amorosas; pero también las relaciones de poder, las económicas, las sociales... Tal vez estas últimas son las más jugosas: estamos obligados a convivir y todos pensamos al menos una vez al día «¡será imbécil!» de alguien que nos fastidia. Solo eso ya da para muchas canciones. Y es tragicómico: seguramente alguien piensa lo mismo de nosotros alguna vez...

¿Al publicar sus canciones, ha notado una evolución?

Casi siempre estoy terminando canciones que empecé hace tres o cuatro años y revisando otras que estrené hace 20. Más que evolucionar, circunvoluciono. Apunto ideas a largo plazo y escribo retrospectivamente.

En casi todas sus canciones hay una historia. ¿Siempre quiere hacerlo o se le impone el relato?

Es lo que mejor sé hacer: contar historias. He mencionado la poesía lírica, pero seguramente manejo más la épica, aunque sea aplicada a un mosquito trompetero. Supongo que por eso me he sentido siempre más cómodo cantando en festivales de narración oral que en programaciones puramente musicales.

¿Qué busca en asuntos de estribillos, repeticiones, rimas...?

Las repeticiones, las imitaciones, las variaciones... son la base del discurso musical. Y de las letras: la rima es la repetición más vistosa. En ocasiones he construido una canción basándome en una rima curiosa, como ‘tictac’ y ‘coñac’. O la de los cines; desde pequeño me chocaba el montón de cines que terminaban en equis: Palafox, Rex, Pax, Dux... Es una manera de jugar con la melodía de las palabras.

¿Qué es lo más importante: el amor, el humor, la crónica social, la sátira, la burla?

La sinceridad. Intento no escribir nada que no crea realmente. Luego, como cuento las cosas a mi manera, o me detengo en detalles curiosos, resulta más o menos gracioso o tierno. A veces voy derecho a la sátira directa.

Para un cantante satírico, ¿la burla empieza por uno mismo?

Eso dicen. Y yo me río de muchos errores míos, sí. Pero siempre hay un límite. No es lo mismo decirte «¡qué tonto soy!» a que te digan «¡qué tonto eres!». Todos tenemos nuestro pequeño orgullo...

¿Qué se siente al recoger sus canciones en un libro organizado temáticamente?

Me resultó más difícil de lo que pensaba. Me di cuenta de que no suelo escribir pensando en temas concretos y también de que en cada canción se tocan muchos aspectos y matices diferentes de las historias. De ahí la idea de incluir un índice temático y onomástico. Que surgió medio en broma, pero al final ahí se quedó.

"La distancia y el tiempo ayudan a quitar hierro a los asuntos. Y es la mejor vacuna contra los excesos del sentimentalismo"

¿Cuáles serían canciones redondas en materia de texto y música e interpretación?

Cualquiera que se parezca a ‘Les amoureux des bancs publics’ de Brassens sería perfecta para mí. La cante quien la cante.

¿Cómo se define a usted mismo, se siente cantautor?

Prefiero la palabra juglar. Lo de cantautor nunca lo usé, no es relevante: decir que alguien canta y es autor puede aplicarse tanto a Bruce Springsteen como a Paco Ibáñez. Pero no me molesta. Como me dijo una vez un niño: puedes llamarme como quieras... ¡mientras no sean insultos!

¿Cómo mira la realidad social?

Con distancia. Dicho ahora, en mitad de una epidemia tan contagiosa, parece un chiste. Pero es la verdad: la distancia y el tiempo ayudan a quitar hierro a los asuntos. Y es la mejor vacuna contra los excesos del sentimentalismo.

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