Zaragoza y su 'museo invisible': arte en el que casi nadie detiene la mirada

Decenas de establecimientos públicos de la ciudad poseen obras a las que no se presta la atención que merecen

Zaragoza tiene un museo de arte contemporáneo en el que casi nadie parece haber reparado. El ‘museo invisible’, podría llamarse. Tiendas, locales de hostelería y establecimientos públicos de todo tipo guardan en su interior pinturas murales o cuadros de grandes dimensiones que son obras de primer nivel y casi nadie ‘ve’. Simplemente están ahí. Algunas son muy antiguas, como la decoración mural de la pastelería Fantoba, en la calle de Don Jaime I, con motivos egipcios que tanto inspiraron al modernismo; otras, totalmente contemporáneas, como las de la pintora Sonia Abraín, que en el restaurante Atípico (calle de José María Lacarra) plasmó exuberantes selvas tropicales. Sonia Abraín es una de las artistas más representadas en este hipotético museo, ya que tiene obra también en Finca Torreluna (junto a Pilona Vicente), en La Bocca, Meraki, El Rincón de Costa...

Algunas obras han desaparecido parece que para siempre, como es el caso de la decoración que realizaron en 1980 Sergio Abraín y Miguel Ángel Encuentra para la fachada de la sala Oasis. Y otras, que se creen definitivamente perdidas, de repente reaparecen como si fuera un milagro: en 2016, las obras para la sede central de los laboratorios Simildiet en la calle de la Cadena sacaron a la luz, tras enormes placas de pladur, las pinturas murales que Ángel Orensanz había hecho veinte años antes para el restaurante que había ocupado el local.

«Se da la paradoja de que la pintura mural, aunque parece sólida, en realidad es bastante efímera –señala Sergio Abraín, que hace tan solo unos días retocaba su trabajo en ‘El Sol’ porque acusaba el paso del tiempo–. Cuando un establecimiento cambia de orientación muchas veces se reforma el interior y se tira todo. Y a veces llaman al artista que hizo obra allí y a veces no. La desaparición que más me ha dolido es la de mi trabajo en un local que se llamaba ‘Street’ y en el que retraté las calles de Zaragoza».

Hay pinturas murales a las que quizá los estudiosos no hayan prestado la debida atención. Es el caso de las que lucen en el sótano de El Real, en plena plaza del Pilar. Quienes trabajan allí llaman a la estancia de las pinturas ‘El Rincón del Sordo’, evocando así una leyenda que dice que fueron realizadas por un discípulo de Goya. Son antiguas, pero son de un imitador.

También merecerían estudio muchas obras contemporáneas. Por ejemplo, ‘Saludando al nuevo día’, pintura mural realizada en 1978 por Ángel Pascual Rodrigo para el techo de la sede central de Service Corporation Internacional, en San Juan Bosco, 58, y que hoy es oficina de Mémora. La funeraria, por cierto, tiene obras de José Orús o Paco Simón, entre otros, en el tanatorio de Torrero.

La sorpresa acecha en los lugares más insospechados. Uno de los murales menos conocidos de Zaragoza se encuentra en el zaguán del edificio donde hoy se encuentra el jardín de infancia Patinete, en la calle de García Galdeano, 23. Hay dos murales en los que están representados trabajadores de artes gráficas. ¿Por qué? La explicación la tiene Pepa Clavería, historiadora y especialista en Artes Gráficas. Y es que allí estuvo años atrás Gráficas Cantín. «La imprenta de Cesáreo Cantín se ubicaba en los bajos de la calle García Galdeano, 23 -señala-. Los planos del espacio y de la instalación de la maquinaria fueron revisados por Urbanismo en 1948, por lo que la fecha de los murales será próxima. El autor, según la firma que figura en uno de ellos, es L. Selma, pero no hay más datos sobre él».

Este mural, como la mayoría, fue diseñado específicamente para el lugar que ocupaba. Otros no, se han ido adaptando después. Es el caso, por ejemplo, de un boceto de Martín Ruiz Anglada para decorar el Pilar, que se remonta a 1979, cuando el Cabildo pensó en completar la decoración pictórica de la basílica. El proyecto se frustró, pero la obra de Ruizanglada, un óleo sobre lienzo de 4,56 por 8,76 metros, se muestra ahora al público en la cafetería del Museo Diocesano.

En ocasiones, el museo es tan ‘invisible’ que cuesta descubrir las obras de arte. Ocurre al recorrer la entrada a las fincas del pasaje Ebrosa, que cuenta con decoración de Ana Izquierdo, una de las mujeres que formó parte del famoso Grupo Zaragoza de los años 60. Una pionera del muralismo en Aragón. E ‘invisibles’ son también algunas obras, por haberlas tapado con algún elemento ajeno. Semioculta está, por ejemplo, una de las pinturas de juventud Pepe Cerdá, en lo que hoy es La Campana Underground. Cuando se llamaba La Campana de los Perdidos tenía también una obra de Ángel Aransay, que pudo verse en la antológica que se le dedicó al pintor en la Lonja en 2012.

¿Un mural solo para unos pocos ojos? El de la Casa del Prior Ortal, de Alberto Grima (2003). ¿En un sitio insólito? En la piscina cubierta de Helios, inaugurada en 1967. O quizá, también, en el merendero del Cabezo de Buena Vista.

Hay artistas ‘especializados’ en murales. Emilio Arce, por ejemplo, tiene varios en la ciudad. Fue alumno marista y realizó dos para el colegio cuando éste se trasladó de San Vicente de Paúl en 1979 a su sede actual, en el ACTUR. Uno lo concibió para la capilla, pero el que hizo para el vestíbulo tiene un significado especial porque en él recreó la Zaragoza de las dos orillas, unida por el puente de Piedra. Años más tarde, Arce hizo un mural para la academia de música de la Sala Rono, que aún puede verse. E hizo otro, en colaboración, para la cafetería del Instituto Pablo Gargallo, donde dio clases.

La lista es interminable: el de la oficina de Endesa en Aznar Molina es de Iñaki; el colegio de los Salesianos tiene obra de Ana Maorad; el hotel Zentro, de Miguel González; el bar Boterón, de Pilona; la Taberna de Pedro Saputo, de Díaz Castán; en el restaurante La Marmita, hay de Ángel Maturén; en la pizzería El Mirador, de Sergio Abraín; en el hotel París, de Manuel Navarro López (1964); en el vestíbulo del edificio de Mayor, 19-21-23, de Nati Cañada; en el café Colonial, de Fátima Álvarez; en La Marmita, de Ángel Maturén; en la tienda de Justo Gimeno, de Manuel Bayo Marín; y en Cámara Ópticos del Coso, de José Aznar Ibáñez (1985). Tienen esas obras... o las han tenido. Con algunas ocurre que desaparecen o se trasladan de un día para otro. Y a veces un coleccionista avezado las recupera en el último momento. Eso ocurrió con las de la cafetería Ceres, de Fanny (1966). Hoy pertenecen a un coleccionista privado.

Muchos son los murales desaparecidos o a los que se les ha perdido la pista, algunos en tiempos bien recientes, como el de Lourdes Crespo, que estaban en el bar El Río de la Plata y era de 1963; o el de Hanton del 75 en un establecimiento de la calle de Cánovas. El asador Campo del Toro cerró hace unos días y preocupa el arte que había en su interior, porque tenía obras, entre otros, de Joaquim Falcó. 

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