DANZA. ocio y cultura

El montaje más íntimo de la memoria: Irene Alcoceba canta, y Berna baila y baila

El Teatro Principal acoge hasta el domingo 'Jota', un nuevo diálogo del bailarín, esta vez en solitario, con sus raíces, la tierra y la música

Miguel Ángel Berna, durante una de sus funciones.
Miguel Ángel Berna, durante una de sus funciones.
Toni Galán.

Miguel Ángel Berna es, ante todo, un trabajador apasionado. Nada conformista. Hiperactivo. Siempre está ahí, al pie de le rebelión desde sí mismo y contra sí mismo. Le da vueltas y vueltas a su oficio y emerge, una y otra vez, desde sus asuntos u obsesiones capitales. La jota es su mayor rasgo de identidad. La jota es tierra, memoria, tradición, pueblo y transformación; la jota es danza, canto, baile, melodía e inagotable búsqueda.

Le ha dedicado espectáculos monotemáticos y la ha integrado en diversos apartados de sus montajes sobre Goya, el mudéjar, la tierra o las grandes figuras de Aragón. No puede zafarse de ella porque la lleva inyectada en vena. No puedo ni quiere. De una manera más radical que le pasaba en otro tiempo con el flamenco, que tampoco le abandona jamás. Ahí están esas castañuelas que alientan como pájaros en cada función, en cada pieza, y que parecen dirigir y ceñir un poco el movimiento del bailarín.

Como la pandemia ha hecho tantos estragos, y amenaza con paralizar carreras e incluso vencer vocaciones, tras celebrar por todo lo alto sus 40 años en el pabellón Príncipe Felipe, Berna ha vuelto a sus orígenes en ‘Jota’ desde un aura de reflexión y de intimidad. Su mujer, la bailarina Manuela Adamo lo dirige en esta ocasión en una función más desnuda en la que, como bailarín, casi ejecuta un solo.

Berna realiza un solo sostenido, pautado por las transiciones musicales y la presencia de una voz deslumbrante, matizada y versátil, que parece agrupar en su gargantas todas las voces: Irene Alcoceba.

Un solo sostenido, pautado por las transiciones musicales y la presencia de una voz deslumbrante, matizada y versátil, que parece agrupar en su gargantas todas las voces: Irene Alcoceba. Encarna la voz de una clásica cantadora de jotas, la de una segadora habituada a animar el campo con sus estilos, la de una intérprete ligera, juvenil, llena de hondura, de hermoso y variado timbre, la de una cantante que mira las ruinas de Belchite, ya sin chavales. Su personalidad y su buen gusto estremecen; raya a un nivel increíble. Posee la facultad de transportarnos al relato narrado o implícito de lo que canta: el trillo en las eras, el despertar de los labradores, el canto de amor, la elegía por alguien que se va. Es una voz que se hace película de la vida.

Miguel Angel se apoya en ella. Y se apoya en los claveles que una joven -Sofía Sabina Berna, que saldrá a bailar una pieza- va trenzando en una reja o un jardín vertical como si tejiese un oloroso tapiz de sensaciones, dentro de una puesta en escena sencilla, en dos planos. Y se apoya, como siempre, en la dirección musical de Alberto Artigas, que también toca las cuerdas, y en las percusiones de Josué Barrés y las gaitas y flautas de Miguel Ángel. Ellos, siempre en escena, tocan melodías muy variadas, ligadas al folclore, a la música celta, al rock incluso, a la impregnación árabe o a la jota de Franz Liszt.

A esas piezas les pone Miguel Ángel Berna todos sus registros: puede ser un enigmático profeta que danza en la noche del desierto, un campesino que ensaya su danza en sus fincas mientras el canto emerge más allá de las colinas; puede ser un gaitero que vibra con una señora que le cuenta algunas tradiciones musicales populares de Bujaraloz, un mozo enamorado, un rondador que acompaña con una segunda voz la canción que entona la amada en el balcón, puede ser el oscuro demonio que sale a los cultivos. O un derviche.

Incluso ensaya alguna pieza más bien minimalista. Berna baila, corre, interpreta, agita sus castañuelas -que dialogan primosoramente con la caja de Barrés-, se siente feliz, se entrega, se busca y a la vez se muestra como un artista meditabundo que lleva la sombra de un drama dentro, en el cuerpo, en las piernas y, sobre todo, y en la cabeza, invadida de tormentos y quimeras.

Miguel Ángel Berna ofrece su espectáculo más íntimo y despojado. Vinculado a sus recuerdos, a sus intuiciones, más abstracto también y a la vez es un acto de afirmación. Solo ante el peligro. Es él y es otro. Manuela Adamo le ha dado unos cuantos giros hacia lo conceptual en su debut como directora con una 'summa' de tradiciones, recuerdos y músicas de fondo. Y el hueso del baile, bajo la bella luz y la opulencia de los sonidos, se cimbrea una y otra vez como una escultura al aire de su capricho. En el segundo día de ‘Jota’, el público aplaudió y aplaudió y aplaudió con gusto y gratitud.

LA FICHA

‘Jota’. Bailarines: Miguel Ángel Berna y Sofía Sabina Berna. Coreografía: Miguel Ángel Berna. Coreógrafo invitado: Cesc Gelabert. Dirección musical: Manuel Adamo. Cantante: Irene Alcoceba. Músicos: Alberto Artigas, Josué Barrés y Miguel Ángel Fraile; colaboración de Guille Mata. Iluminación: Josema Hernández de la Torre. Dirección de sonido: Eric López. Teatro Principal, hasta el domingo 13 de septiiembre de 2020.

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