Aventuras de verano / 1

Martínez de Pisón: "El Zaragoza es mi equipo para lo bueno y para lo malo"

Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) es escritor. Trabaja en su nueva novela, que transcurre en Melilla.

Ignacio Martínez de Pisón
Ignacio Martínez de Pisón se convierte en el novelista más leído del verano

Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) es escritor. Ganó el Premio Nacional de la Crítica y Premio Ciudad de Barcelona, de 2011, con ‘El día de mañana’ (Seix Barral, 2011). Y es Premio de Las Letras Aragonesas de 2010. Adora Zaragoza y al Real Zaragoza. Reside en Barcelona desde principios de los años 80. Trabaja en su nueva novela, que transcurre en Melilla. 


-¿Qué hace un escritor como usted en verano?

-La verdad es que el verano es una buena época para escribir. Este verano espero darle un buen empujón a mi novela.


¿Dónde suele veranear? ¿Es de playa, de montaña, de ciudad o de pueblo?

-Soy muy de ciudad. Con mi mujer, María José Belló, y mi hijo pequeño, Diego, suelo hacer algún viaje a alguna ciudad europea. Luego, en agosto, cuando ya el calor se vuelve insoportable en Barcelona, nos vamos diez o quince días a la playa.


-A usted le gusta mucho la música. ¿Cuáles son sus canciones preferidas del verano?

-Me estoy haciendo mayor. Cada vez me gustan más las canciones viejas. Últimamente me ha dado por escuchar ‘Downtown’, de Petula Clark.


-¿Qué hace diferente al resto del año? ¿Cuál es el menú de un día perfecto?

En verano es cuando tengo más tiempo para leer. El verano invita también a la ingesta desmedida de cerveza, lo que luego obliga, como una penitencia, a hacer unos cuantos kilómetros de footing.


-¿Cuál ha sido el viaje de verano de su vida? ¿Y la ciudad?

-En 1988 vivía en Edimburgo y aproveché el verano para conocer la Highlands: kilómetros y kilómetros de maravillosos paisajes y

carreteras estrechas en las que casi nunca te cruzabas con nadie.


-El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia. Al amor y a los ritos de paso. ¿Cómo fue esa época?

-Mis mejores recuerdos veraniegos me devuelven, en efecto, a la infancia: a un chalet que tenían mis padres cerca de Logroño. Había unos pocos árboles frutales, y las peras limoneras y las cerezas estaban en sazón. Cuando tenías hambre, solo tenías que acercarte al árbol y coger la fruta que te apeteciera.


-¿Cómo fue la primera vez?

-¿La primera vez de qué? Si te refieres a la primera vez que viajé por mi cuenta, fue un verano que pasé en Londres hace muchos, muchos años. Lo único malo de ese verano fue descubrir que el inglés que había estudiado en el colegio no me servía ni para entender ni para hacerme entender.


-¿Qué tipo de lecturas u otras actividades realiza estos días?

-Suelo dejarme para el mes de agosto novelas bastante largas. Hace poco releí ‘Ana Karenina’ de Tólstoi. Tal vez este verano relea ‘Guerra y paz’.


-¿Cuál es la película que le marcó especialmente uno de sus veranos?

‘-Tiburón’. Después de ver esa película, lo normal cuando te metías en el mar era pensar que iba a aparecer un tiburón gigante para

arrancarte la pierna de un mordisco.


-¿Cuál ha sido el gran personaje, real o imaginario, de sus veranos?

-Tintín. Me recuerdo a mí mismo de niño en el chalet de Logroño leyendo una y otra vez los libros de Tintín.


-Acaba de publicar 'El siglo del pensamiento mágico' (Libros del K. O.) ¿Qué ha significado, qué significa el Real Zaragoza en su vida?

-El Zaragoza es mi equipo para lo bueno y para lo malo.


-Si tuviera que resumir el verano en un 'tuit', ¿qué diría? ¿Cuál sería su microcuento del verano?

-Como en ‘El nadador’, el famoso cuento del escritor norteamericano John Cheever, no me importaría viajar por el mundo yendo de piscina en piscina.


-¿Cuál es la mejor anécdota veraniega vinculada a su profesión?

-Un verano viajé a La Habana para hacer un reportaje. Entre otras personas, tenía que hablar con un diplomático español que vivía en una urbanización de chalés. Me citó para la noche, aprovechando que organizaba una fiesta en honor de no sé quién. El taxi me dejó a la entrada de un chalet del que salía sonido de música y risas. La gente de la fiesta era tan simpática que no quería disgustarme diciéndome que allí no vivía ningún diplomático español, así que tardé casi una hora en darme cuenta de que me había equivocado de fiesta y de chalet.