VIAJEROS POR ARAGÓN

Lucien Briet, el poeta y explorador que hizo de Aragón su patria

El viajero y fotógrafo hizo varios viajes a montañas entre 1890 y 1911 y publicó dos libros: 'Bellezas del Alto Aragón' y 'Soberbios Pirineos'

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Lucien Briet en un descanso de uno de sus viajes por Aragón. 
Diputación de Huesca.

Uno de los grandes viajeros del Alto Aragón fue, sin duda, Lucien Briet (París, 1860-Charly-sur-Marne, 1921) que hizo de las montañas aragonesas, como diría André Galicia, su patria, desde que entró, por primera vez, por el Monte Perdido en 1890. Hasta entonces, su biografía ofrece una corriente alterna de acontecimientos y aventuras. Quedó huérfano de madre muy pronto y no se entendió con la mujer con la que se casó su padre. Por ello, una tía se hizo cargo de él y le dio una existencia cómoda: no le faltó de nada, ni siquiera algunos excesos. Fue despilfarrador, noctámbulo y algunas cosas más: inconformista, anticlerical, desertor, y por tanto prófugo de la justicia de su país (vivió una temporada en Bruselas), y finalmente se alistó en la Legión Extranjera, con la que estuvo en África en 1886.

Caótico y aventurero, era un hombre con muchas curiosidades. Se licenció en Letras, publicó un poemario, ‘Las flores de mi jardín’, de alto contenido erótico, se creyó entonces, hizo incursiones en la historia y cultivó otras pasiones: la espeleología, la fotografía –de sus viajes por Aragón dejó 900 placas de un total de 1600– y la exploración. Era culto, muy culto, y curioso. Viajó por Aragón desde 1890 hasta 1911.

El testamento de su tía le dejó algunos corsés: uno de ellos era casarse. Lo haría en 1916, fue padre de una niña y durante casi una década, varado en la casa familiar, ordenó sus manuscritos, sus fotos y reescribió recuerdos de andariego. De todo ellos saldrían dos estupendos libros: ‘Bellezas del Alto Aragón’, que publicó la Diputación de Huesca en 1913, y ‘Soberbios Pirineos’, que apareció con carácter póstumo.

Nadie nace de la nada. Ni siquiera un viajero. El obsesivo Lucien Briet, gran lector, asimiló las aventuras y escaladas de Louis Ramond de Carbonnières, que llegó a la cima de Monte Perdido en 1802, y de otros. Le interesaron las cordilleras, los cañones, desfiladeros, vaguadas, arquitecturas, los ríos, los barrancos, las fuentes, la historia, de la que irá dando fogonazos constantes.

Briet fue un viajero muy consciente: amaba la tierra y sus accidentes. Fue un gran fotógrafo. La Diputación de Huesca publicó en 1990, en un doble estuche, los dos volúmenes: los textos y las fotos. Dice André Galicia, en el primer tomo de ‘Bellezas del Alto Aragón’ (DPH. Traducción de Nieves Ibeas y Antonio Gaspar): «¡Dichoso hombre, que consiguió inmortalizar tanta belleza! ¡Dichoso país, que supo inspirar una pasión tan grande y tan noble!». Las dos frases son precisas: Lucien Briet fue un poeta, un paseante, un explorador pertinaz y buscaba la atmósfera y la variedad, la exactitud y la poesía.

Escribió tanto que no es fácil hacer calas en su obra. Empecemos por Ordesa. «El mayor interés de Ordesa consiste en los términos con que recuerda, no por su extensión, pero sí por sus colores y por su estilo, la arquitectura babélica de los cañones más renombrados de América. Produce una sensación especial, que arrebata, que le constituye en una maravilla aparte; con un sello propio e inconfundible, debido quizá a la variedad de acantilados, de anfiteatros, de cascadas, de praderas y de bosques que encierra en un espacio relativamente reducido»; algo más adelante elogia «la frescura sublime de las grandes escenas de la Naturaleza que ofrecen a los ojos de los bienaventurados mortales que las sorprenden». Cuando se va dice: «La jornada ha terminado; puede el Eterno ser adorado en su templo; nos encontramos en el centro del valle de Ordesa».

Días después se va a la casa de Oliván («el señor de Oliván se llamaba en realidad don José Puey»), que le mueve la pluma de modos muy distintos: «En su origen, la casa de Oliván no era más que una granja donde se encerraban el trigo, las patatas y el heno que se recolectaban en sus inmediaciones», escribe.

Se acerca al circo de Cotatuero y dice: «No se despeña de improviso, rodea antes un cerro abrupto que impone una desviación a sus aguas; ya bajando, la corriente se concentra y de escalón en escalón se desliza por un lecho muy accidentado hasta el río Ordesa». Un siglo después, con cuaderno y cámara de fotos, José Luis Acín repitió sus pasos en ‘Tras las huellas de Briet’ (Prames, 2000).

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