VIAJEROS POR ARAGÓN

Joseph Townsend, un vicario inglés entre las catedrales y el Canal de Aragón

El escritor, geólogo y médico visitó Zaragoza y elogió la Universidad, se asomó al Ebro y se lamentó de su corta estancia en la ciudad

Viajeros por Aragón. Joseph Townsend.
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Archivo Heraldo.

Joseph Townsend (Londres, 1739-1816) fue teólogo, médico (inventó un tratamiento para la sífilis), experto en economía y sacerdote de Pewsey (Wiltshire, Reino Unido), conocido por su tratado ‘Disertación sobre las leyes de pobres’, pero además fue geólogo y mineralogista y, por supuesto, viajero. 

Se casó en dos ocasiones, y tras enviudar de su primera esposa, Joyce Nankivell, quiso conocer España y dejó constancia de ello en su libro ‘Un viaje por España en los años 1786 y 1787’, que publicó el sello Turner, del llorado Manuel Arroyo Stephens, con el título de ‘Viaje por España en la época de Carlos III (1786-1787)’, donde dejó esta impresión general del país: "Fueron muchas las veces que me vi obligado a admirar la ilimitada generosidad de sus habitantes. Si expresara todo lo que siento, al rememorar su bondad, parecería adulación; pero me atrevo a decir que la sencillez, la sinceridad, la generosidad, un elevado sentido de la dignidad, y unos firmes propósitos del honor son los rasgos más prominentes y apreciables del carácter español".

En ese viaje conoció al mismísimo rey Carlos III y a políticos como el conde de Floridablanca y Francisco Cabarrús, del que ya hemos recordado que se citó en Zaragoza con Jovellanos en 1808, y expresó en el libro sus objetivos. Quería hacer "la descripción de las costumbres y usos de los pueblos de ese país; el cuadro de la agricultura, del comercio, de las manufacturas, de la población, de las tasas y rentas de esa comarca y de sus diversas instituciones". Y aún fue más allá: abordó la condición miserable del país y "el despotismo con que se ejecutaban las leyes", mostró su pasión por la geología, y a veces su frustración si no encontraba lo que parecía andar buscando y, pionero en cierto modo de la medicina pública, incorpora un inventario de las enfermedades endémicas de España.

En Zaragoza, al menos, pasó un día completo, aunque le interesó tanto esta «rica ciudad» de más de "40.000 almas" que hubiera querido estar más tiempo. Visitó las catedrales. "Me hicieron olvidar todas mis penas y fatigas que había experimentado en ese largo viaje, y hasta, aunque hubiese tenido que hacer a pie el camino, lo hubiese hecho para gozar de la vista de esas catedrales". Viajó sobre todo en mula.

Experto en mineralogía, la primera decepción deriva de ahí. De los pobres suelos de la provincia. "No se ven allí más que restos de las diferentes montañas arrastradas por los ríos y mezclados juntos. (…) Es lamentable el que no tengan ni piedra para construir una buena arcilla para hacer ladrillos; por eso todas las iglesias, sin exceptuar la bella catedral, ofrecen grietas desde la parte más baja hasta la cumbre".

Reconoce que vio mucho menos de lo que le habían recomendado –los conventos de San Ildefonso y San Francisco, la Torre Nueva, la Audiencia o la torre de la Seo, entre otras sugerencias–, pero tuvo tiempo para asomarse a la corriente del Ebro. "Pasé una parte de esos pocos momentos que tenía a mi disposición contemplando la belleza del puente sobre el Ebro, con un arco en medio punto de cien pies", y se lamenta de haber planificado mal su estancia porque Zaragoza tenía "tantos objetivos dignos de atraer mi atención".

"Cerca de Zaragoza pasa el famoso canal de Aragón, destinado a establecer, por medio del Ebro (...) Jamás he visto nada más hermoso o tan perfecto en su género como esas esclusas y esos muelles"

Le interesó mucho la Universidad de Zaragoza, tal como han glosado José García Mercadal y Juan Domínguez Lasierra, entre otros. Anotó: "Alberga a cerca de 2.000 estudiantes, y los doctores que allí residen constantemente para su instrucción son en número de 40 para la teología, 20 para el derecho, 36 para la medicina y ocho para las artes".

Como a otros viajeros, no le pasó inadvertido el Canal Imperial de Aragón. "Cerca de Zaragoza pasa el famoso canal de Aragón, destinado a establecer, por medio del Ebro, una comunicación de un mar al otro, entre San Andrés, en la bahía de Vizcaya, y Tortosa, a orillas del Mediterráneo, distancia de más de cien leguas españolas. Es quizá la empresa más atrevida que jamás se haya concebido", dice con alguna exageración. Y en esa línea de asombro, aunque viajaba en caballería y no se atrevió a navegar sobre sus aguas, insiste: "Jamás he visto nada más hermoso o tan perfecto en su género como esas esclusas y esos muelles". Nada menos.

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