ocio y cultura.  mi mascarilla

Pepe Cerdá, los ojos desvelados que nos miran y nos desafían

El pintor realista de paisajes y de retratos elige la mirada perpleja de un ave de corral

Mi mascarilla. Pepe Cerdá.
Pepe Cerdá ha mirado hacia su corral y encontró estos ojos.
Pepe Cerdá.

ZARAGOZA. Pepe Cerdá dijo en una ocasión: «Yo también quise ser un pintor moderno e hice muchos intentos». Al final regresó a las fuentes y al lugar del padre (su primer maestro, don José Cerdá), al arte clásico de la pintura, a la mancha, a la untuosidad, al deseo de transformar en materia, óleo o acuarela o tintas, la realidad más circundante. Ya fuese la de Villamayor, la de Zaragoza –ese Ebro que avanza bajo los puentes y se cuaja de neblinosa luz de oro–, la de París o la de las montañas que tan bien conoce: ya sean aquí o en Urdos, donde ha encontrado refugio y da rienda suelta a su sueño antiguo de leñador o de campesino sin prisa.

Pepe Cerdá es un pintor de estudio y del natural. Un amanuense tranquilo, un dibujante vertiginoso, de esos que parecen decir: «Esto veo, esto llevo al papel con precisión de calígrafo o copista».

Se mueve en muchos registros: es un paisajista, un impresionista rezagado y libre en ocasiones, y es, ante todo, un retratista. Admira a muchos pintores: algunos aragoneses de inmenso mérito como Goya, Pradilla y Marín Bagüés, y realistas del XIX como Moreno Carbonero o Sorolla. No le importa trabajar a partir de fotos: le gusta, le da certezas, aunque luego son su pincel y su cerebro quienes logran lo que sueña. En esta mascarilla ha elegido un elemento doméstico, ese animal que nos despierta, que alza su canto en el alba o a cualquier hora. Y lo hace con ese toque de pintura vivaz, con esa capacidad de sugerir desde la sencillez. Parece decirnos: «Acércate y verás solo un borrón, un caos de óleo; aléjate para ver la realidad tal como es. Mira el bosque entero y verás el virus». Y lo desafía.

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