viajeros por aragón

Gustavo Adolfo Bécquer salía a esperar la diligencia

El autor sevillano es el poeta del amor, de la poesía y del paisaje, y un gran contador de historias en sus ‘Leyendas’ y cuentos. Estuvo en Veruela entre 1863 y 1864.

Todos los días, Gustavo Adolfo Bécquer salía de paseo por los alrededores de Veruela.
Todos los días, Gustavo Adolfo Bécquer salía de paseo por los alrededores de Veruela.
Valeriano Bécquer

Gustavo Adolfo Bécquer es el escritor romántico por excelencia. Nació en Sevilla en 1836 y murió en Madrid en 1870, con apenas 34 años, tres meses después de la muerte de su hermano Valeriano, que era pintor e ilustrador y con el cual tenía una perfecta sintonía y colaboraron constante en la prensa y en proyectos como la ‘Expedición a Veruela’. Con apenas 20 años, se trasladó a Madrid para hacer carrera literaria y abrazó la vida bohemia, los salones literarios, y se reveló como un enamorado constante de la mujer y como periodista, que sería, salvo su condición de censor de novelas, el oficio que le ayudaría a vivir.

Se casó, un poco a contrapelo, con Casta Esteban, hija del médico soriano que le curó la sífilis, pero la suya, según sus biógrafos y amigos, no pareció ser nunca una gran pasión. Vivieron períodos de crisis y se separaron en 1868, cuando ella se reencontró con un novio de juventud y tuvieron un ‘affaire’.

Gustavo Adolfo Bécquer fue un gran viajero. Escribió de los templos de España, con su característico estilo, envolvente y refinado, rebosante de impresiones y sentimientos. Pero el gran viaje para los aragoneses lo vivió en el monasterio de Veruela. Los hermanos Bécquer y sus familias pasaron en el recinto desde el invierno de 1863 a mediados de julio de 1864. Y vaya si lo aprovecharon. Gustavo, de entrada, se inspiró en el Moncayo, en la naturaleza, en las caminos, en los cementerios, en Trasmoz. Salían casi todos los días a pasear y luego lo contaban como podían: en prosa más que en poesía, Gustavo; en trazo y línea y tinta y lápiz, Valeriano. Gustavo Adolfo era un hombre sensual, refinado, observador, y en Veruela, en contacto con sus fantasmas, con el halo de brujería y con el espíritu de fuentes, regatos y árboles, desplegó el abanico de su mundo: se inspiró para redactar cuentos y ‘Leyendas’ como ‘Los ojos verdes’, ‘La corza blanca’, ‘El gnomo’ o ‘Un lance pesado’, un relato que refleja que Bécquer había estado por Soria, el Moncayo y Tarazona antes de su famosa estancia en el entonces desolado monasterio de Veruela; no en vano, como ha recordado Jesús Rubio en su libro ‘Los Bécquer en Veruela’ (Ibercaja), por razones familiares, estuvo vinculado con las localidades sorianas de Pozalmuro y Noviercas, donde nacería su hijo Gregorio Gustavo el 9 de mayo de 1862.

En Veruela redactó sus excepcionales ‘Cartas desde mi celda’, y publicaría nueve de diez en ‘El Contemporáneo’, del que era uno de sus constantes colaboradores y del que sería director por unos meses. En esos textos, Gustavo habla de su percepción del paisaje, de sus visiones, de sus sueños, y jamás se olvida de su condición de periodista o cronista, al que le cuentan cosas los paisajes: el relato de la Tía Casta, la bruja que había sido empujada al barranco por sus vecinos, la historia de Dorotea, la fundación del monasterio de Veruela.

No caben aquí todas la referencias. Cuenta así, por ejemplo, sus rutinas: «Todas las tardes, y cuando el sol comienza a caer, salgo al camino que pasa por delante de las puertas del monasterio para aguardar al conductor de la correspondencia que me trae los periódicos de Madrid». Se sentaba al pie de la cruz y decía cuándo veía: «Los monjes blancos que van y vienen silenciosos alrededor de su abadía, a una muchacha de la aldea que pasó por ventura al pie de la cruz con un manojo de flores en el halda», anotó.

Recorría Añón, Alcalá de Moncayo, Trasmoz, Vera, y luego en sus textos, aunque decía que «yo tengo fe en el porvenir», entonaba una suerte de elegía. «No pueden ustedes figurarse el botín de ideas e impresiones que, para enriquecer la imaginación he recogido en esta vuelta por un país virgen y refractario a las innovaciones civilizadoras».

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