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Javier Hernández o la historia de su abuelo de Siresa que le contaba leyendas

El ilustrador y editor argentino, afincado en Siétamo, logra el premio al Libro Mejor Editado con el álbum bilingüe ‘El espantapájaros’

La vida de ida y vuelta de Javier Hernández.
Autorretrato de Javier Hernández, en su estudio de Siétamo.
Javier Hernández.

"Mi editorial se llama Libros de Ida y Vuelta por mi abuelo Jacinto: él me contaba historias del Pirineo, leyendas del Alto Aragón, a 13.000 kilómetros, y era como si su pasado viniese hasta a mí. Él llegó a Rosario, donde yo nací en 1968, hacia 1933 y yo desanduve su camino hacia el año 2000. En 2004 recalé en Huesca. Yo hacía por él ese viaje simbólico de regreso", explica Javier Hernández, ilustrador, editor y cuentacuentos que esta semana ganaba el premio al Mejor Libro Editado en Aragón con ‘The scarecrow’ / ‘El espantapájaros’, con texto de Justin Horton. El premio a la Mejor Trayectoria Profesional fue para el librero Víctor Castillón de Barbastro.

Javier no quiere despegarse de sus antepasados: ni de su abuelo, al que no le dejaron casarse con una joven que estaba embarazada, ni de sus padres Santiago y Sonia. El abuelo Jacinto partió de Siresa, "donde hacía un poco de todo: era pastor, carabinero, cortaba leña, etc.", y se instaló en Rosario, que ya entonces tenía 1.000.000 de habitantes y contaba con una gran colonia de emigrantes españoles, en la que no tardó en integrarse. Jacinto se casó con una mujer de origen malagueño y tuvo allí tres hijos: Juan Carlos, que murió pronto, Antonio y Santiago, que sería el padre de Javier y que aún vive en Rosario a sus 83 años.

"Mis padres pertenecían al núcleo de la emigración española. Se conocieron en un baile y se casaron. Mi padre trabajó en la John Deere, en transporte, en autobuses y tranvías, y realizó también otras faenas vinculadas al acero. En casa no sobraba nada. Tuve una infancia austera, de barrio, calle y sueños. Mi madre, que tenía ocho hermanos más, no pudo estudiar y adoraba la música y el dibujo. Pintaba y dibujaba, y el dibujo formaba parte de nuestros juegos. Ella fue clave en mi vida, claro, en mi formación y en mi curiosidad. Hasta me hablaba de una figura entre pavorosa y mítica, el robaniños, que utilizaba para que estuviera un poco tranquilo", explica.

La vida de ida y vuelta de Javier Hernández.
Una de las ilustraciones de 'El espantapájaros'.
Javier Hernández.

Acabado el instituto, Javier Hernández se matriculó en la Escuela de Artes y obtuvo el título de Magisterio Artístico. Entre 1991 y 2000 dio clases en la Patagonia, en un pueblo de Santa Fe y en el propio Rosario, donde obtuvo plaza fija. "Quería dedicarme al cine de animación y renuncié a ese trabajo. No me arrepiento. Viendo lo que habían hecho otros artistas como Carlos Giménez o El Tomi, decidí seguir sus pasos. Al principio iba a marchar a Vancouver; como no sabía mucho inglés, y pensando también en mi abuelo, me decidí por Barcelona". Allí asistió a clases y trabajó en varios estudios, hasta que vio que no tener papeles le cerraba muchas puertas, para seguir desarrollando su oficio o incluso para trabajar detrás de una barra de bar como camarero.

"Me planteé dos cosas: o volvía a Rosario o iba a Huesca, donde aún tenía familiares vinculados a mi abuelo. A él no le dejaron casarse con la joven a la que dejó embarazada, pero se casó con ella otro hermano. Ellos me ayudaron mucho. Durante tres años largos trabajé con la compañía teatral Viridiana de Huesca: de conductor de la furgoneta, pero luego hice escenografía y atrezzo, y participé en actuaciones de calle. Viridiana me contagió del gusto por el teatro y por el arte de contar historias, algo que siempre me ha gustado mucho hacer", explica.

Brujas, duendes y sueños

A todo esto, Javier Hernández no había dejado de dibujar, y concibió un álbum ilustrado: ‘Haberlas haylas’, centrado en las brujas, que presentó a varios editoriales. Todas las dieron largas, “me decían que eso no iba a interesar a nadie”, y acabó haciendo un libro autoeditado en 2012. Algún tiempo después publicó otro: ‘El secreto de Jacinto’, en la imprenta Calco de Valdefierro. “Conocí por los relatos de mi abuelo las historias legendarias del Alto Aragón, y yo quería haberme centrado en cuatro temas: brujas, duendes, hadas y gigantes. Pero ese tema, se puso de moda, decidí seguir otro camino. ‘El secreto de Jacinto’, mi segundo libro autoeditado, pero con un criterio profesional, es un homenaje a mi abuelo Jacinto”, dice.

"Publiqué varios libros como ilustrador en Nalvay, en Cosquillas, en Comuniter y Disident, y acabé creando mi propio sello, Libros de Ida y Vuelta, en el que he publicado ya varios títulos», dice. Cuentos, poemas y retratos de Arancha Ortiz ( ‘Como ella me enseñó’), Sandra Rehner ( ‘Amores licuados’, “fue para mí una experiencia distinta y preciosa ilustrar poesía”), José María Tamparillas ( ‘Pancracio, el niño batracio’), Carmela Trujillo (un retrato ilustrado de Chavela Vargas), etc.

Y otro de los libros cuidados y elegante que ha publicado en 2019 Libros de Ida y Vuelta es ‘The scarecrow’ / ‘El espantapájaros’, en edición bilingüe, que desarrolla en español e inglés un texto de Justin Horton. "¿Que si existe Justin Horton? Es inglés, muy tímido, bibliotecario, apasionado del ajedrez y el fútbol, y vive en las afueras de Huesca. Me encantó esa historia sobre la amistad, los sueños y la ecología”, comenta.

Javier Hernández valora el premio de la DGA al Libro Mejor Editado de 2019: "Estoy feliz y agradecido. Es un estímulo, es un reconocimiento a que estaba haciendo bien mi trabajo. Te da visibilidad, anima en los malos tiempos, cuando todos estamos al borde de la nada. Ahora tengo que parar un poco, y esperar a que vengan buenos tiempos”, indica. Tiene en cartera proyectos pendientes sobre Beethoven con Ana Alcolea, sobre Kafka con María Dubón, otro cuento que le ha mandado Mar Benegas.

“Conocí por los relatos de mi abuelo las historias legendarias del Alto Aragón, y yo quería haberme centrado en cuatro temas: brujas, duendes, hadas y gigantes. ‘El secreto de Jacinto’ es un homenaje a mi abuelo Jacinto de Siresa"

“Para vivir de esto hay que tomárselo con calma, y no pretender ir de editorial grande… Soy un ilustrador meticuloso, lento, y me interesan mucho la atmósfera y el ambiente de la obras. El color, el clima, la sugerencia. No quiero ilustrar un cuento sin más, sino crear una historia visual paralela y con su propia personalidad".

Dice que no es necesario ensalzar el gran momento de la ilustración aragonesa. “En absoluto. Es impresionante. Quizá nos falte unirnos más, crear una asociación y sumar esfuerzos para reforzar la calidad del trabajo. Pero ahí estamos muchos trabajando y soñando. Y pugnando por sobrevivir de nuestro oficio”.

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