Imágenes de la capital del cierzo / 11. 'artes & letras'

La Puerta del Carmen hacia 1914

Historia de la entrada por la que durante siglos se accedió al corazón de Zaragoza

Imágenes de la capital del cierzo / 11
Imagen de la Puerta del Carmen desde el Paseo de Pamplona. Ca. 1914.
Archivo Daniel Arbonés Villacampa. Anteayer Fotográfico Zaragozano.

Saliendo por la puerta del Carmen se llegaba al mar. De Caesaraugusta se iba a Botorrita y de allí a Sagunto y a Valencia. Baltax, o Baltas, bien pudo ser una denominación musulmana del Huerva, por cuya vega discurría parte de la calzada rumbo a la playa.

También traspasaba la puerta quien llegaba de la Corte o partía hacia ella, ya que el camino real de Madrid (de ruedas) alcanzaba Zaragoza por Daroca y Cariñena.

En 1615 junto a la puerta se establecieron las Carmelitas Observantes, que fueron quienes le dieron nombre. Del convento primitivo sabemos poco. De su sustituto, levantado en el siglo XIX y que en la foto asoma por la izquierda, no quedó nada, ni de su iglesia barroca ni de sus huertas, cuando se construyó el moderno convento en los años sesenta del siglo XX.

Aquella primera Puerta del Carmen no es ésta. La actual se alzó en 1795 sufragada por el Ayuntamiento y según planos de Agustín Sanz, quien a falta de los dineros necesarios para darle un aire neoclásico se lo dio un tanto militar. Se antoja más madrileña que zaragozana debido a sus sillares almohadillados que parecen sacados de un juego de construcción, algo inhabitual en la Zaragoza de ladrillos. Para decorarla fueron precisos otros dineros, ahora de un particular, quien a su costa añadió las lápidas en piedra de Calatorao en las que aparte de agradecer a tal particular su magnificencia, se la declara «abierta para los zaragozanos que salgan de viaje a ver al Rey» y del mismo modo «a los viajeros deseosos de visitar la Augusta ciudad de los mártires». Los eslóganes turísticos de entonces no estaban muy currados.

De nueva debió de ser una obra delicada y primorosa. Pero siendo mocita no tuvo mucha suerte y antes de cumplir los 13 entre los unos y los otros fue sometida a un maltrato visceral. No sólo cosa de franceses, cualquiera puede ver que las heridas de metralla y cañonazos las tiene por dentro y fuera. Cuatro décadas escasas tras los Sitios, y sin que se le hubiese repuesto una sola bola, hubo de soportar más escopetazos en su entorno cuando el ejército carlista pretendió entrar en la ciudad con la franca oposición de la ciudadanía.

Así pues, al contrario que la mayoría de monumentos, que son contemplados por muchas generaciones antes de deteriorarse, a la puerta del Carmen sólo la llegaron a ver íntegra los 50.000 zaragozanos vivos en tiempos de su construcción. Y aunque el dato sea macabro, casi la mitad de ellos perecerían en los asedios.

Todos los que llegamos después. Desde Santiago Ramón y Cajal a Bunbury, pasando por Romay, Pilar Bayona y Labordeta, la hemos visto astillada y descompuesta.

En principio, intercalada en la tapia medieval, uno de sus lados se unía a la del convento carmelita y el otro se fundía con un caserón que desde mediados del XIX albergó en sus bajos a múltiples negocios. El último de ellos fue el 'Café de Levante', -que abrió al público como tal hacia 1903- despacharía allí sus horchatas. El puesto del otro lado de la puerta lo que vendía, me cuentan por aquí, eran rosquillas.

Por la puerta del Carmen se entraba a la ciudad enfilando la ancha calle de la Soberanía Nacional. Al fondo, hasta su derribo en 1892 la Torre Nueva era la primera visión de Zaragoza que tenían los viajeros. Sin embargo, con el tiempo este acceso empezó a recibir a menos gente. El camino de Madrid por Calatayud, convertido en carretera por el Portillo llevaba a sus viajeros directamente al Coso. No mucho más tarde, la Gran Vía, al prolongarse conectó en línea recta a la carretera de Valencia con el centro.

Dada su declaración de monumento en 1908, y a fin de rendirle los honores, desde el Consistorio se planteó la posibilidad de aislarla. Se temía sin embargo que por sí sola no se sostuviese.

—Ha de caerse —decían los pesimistas—.

En 1920, entendiendo que aquella débil pared de ladrillos no podía ser su sustento, se separó del muro del convento. Se la suponía apoyada en el edificio colindante. Se polemizó entonces en cuanto al derribo de éste. Nadie quería ser recordado como el funcionario causante del desplome. El arquitecto Yarza en un informe póstumo desaconsejaba cualquier tipo de actuación. Los había que proponían el traslado a alguna glorieta disponible, cosa que se descartó alegando que la puerta era histórica en su sitio, careciendo de interés fuera de él. En un pleno municipal de noviembre de 1922 se propuso su cierre al tráfico rodado mediante unos pilotes verticales, con lo cual desaparecieron los poderosos pilones aquí fotografiados, como bien se ve casi tan grande como un zagal mediano y bastante más que uno pequeño.

Hasta 1927 no se demolió el edificio mencionado y la puerta no quedó aislada del todo, sin que sucediese colapso alguno. El Café de Levante, del que vemos una mesa de velador desocupada, como si fuese un símbolo de los cambiantes tiempos, hubo de mudarse a la acera de enfrente.

En 1961 el de Pamplona dejó de ser un plácido paseo para convertirse en ocho carriles. Mientras, la calle Soberanía Nacional ahora con nombre de general, por sernos insuficiente fue suplantada por la augusta avenida que conocemos.

Si cuento esto, a pesar de quedar lejos de la fecha de la fotografía, es porque tras todos esos cambios la puerta del Carmen sufrió un nuevo asedio. No eran esta vez gabachos ni absolutistas sino coches, camiones y autobuses.

Cómo será que una madrugada de 1997 el bus que venía de la Coliseum derrapó y terminó estampado contra ella, a causa de lo cual sus sillares fueron objeto de alguna revisión.

— ¡Aún se caerá! —dijeron los pesimistas biznietos de los anteriores—.

Pero la vieja puerta siquiera titubeó.

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