LITERATURA. CUENTOS CONTRA EL VIRUS

'Seducido', un cuento de amor de Magdalena Lasala

La escritora, especializada en novela histórica y premio de las Letras Aragonesas, crea un diálogo entre el protagonista y el espejo

Cuentos contra el virus / 18
Magdalena Lasala crea un trampantojo de los sentimientos.
Víctor Meneses.

La primera vez que un espejo se acercó a mí no supe qué era eso, ni quién miraba desde el otro lado de mi estupor; nunca había visto a nadie como yo. Yo no me conocía, más bien. En el sitio de donde vengo los espejos no hacen falta, pero aquí existe tal primitivismo que todo lo tienen que filtrar a través de los ojos, dos huecos de gelatina sólida estereotipada conectados a los únicos restos de alma que quedan.

Lo que llaman vida me incomoda terriblemente, es auténticamente aburrido, una franca equivocación haber elegido este experimento. Sólo el descubrimiento del espejo me animó a quedarme un poco más, entretenido en contemplar mi expresión densificada. Todo es de una densidad tan antigua, todo tan pesado y lento, sólo deseo marcharme de una vez. Pero el espejo me atrapa extrañamente. La verdad es que una vez aquí, sólo queda divertirte como puedas.

En este determinado grado de vibración material, lo más potente que me sucede es sentir lo que más tarde aprendí a llamar curiosidad y posteriormente identifiqué como eros. La única sensación que podía elevarme de esta turbiedad, y que buscaba repetir una y otra vez esperando que encontraría su misterio. El motivo perfecto, desde luego, para dejar pasar un día tras otro, esperando descubrir qué más esconde esta dimensión.

El mundo de las formas tiene eso, que te adormece, que olvidas la verdad y te enamoras del sueño.

También a mí me pasó lo que a otros, quizá incluso me envolviera mucho antes la vorágine del péndulo, el desenfreno del ritmo, la pasión del descenso imparable al torbellino de las vibraciones ralentizadas. Me dejé llevar por códigos que no eran los míos, pero qué importaba. A medida que vas adentrándote en la investigación, te alejas del motivo que te impulsó a iniciarla hasta que te integras en ella, ya no eres testigo ni estudioso, anulas la distancia, tú mismo te haces proceso, te mezclas en el experimento, protagonizas el acontecimiento.

Y bien. Puestas así las cosas, desligada la memoria de la verdadera raíz, confundí mi ser con mi imagen.

El espejo es el artilugio más absurdo y extraordinario que existe. Sin él, el humano habría evolucionado hacia otros derroteros de comunicación superior, pero con él, se establece un circuito cerrado y estático que impide la entrada a otras percepciones. El humano no puede verse a sí mismo, cuando esa es su obsesión primigenia, verse, saberse, comprenderse, mirarse… y el espejo le devuelve una imagen. ¿Qué imagen, de qué? ¿Es esa imagen él? Qué importa. La imagen devuelta por el espejo es preciosa para sus registros mentales tan primitivos. Además, esa fascinación de llegar a ver lo que no puedes ver, es tan seductora, tan hechizante y enloquecedora, les comprendo aunque sueñen que están viendo la verdad de lo que son.

Creí que había venido aquí por propia elección, pero no es cierto. Cuando caí enamorado de ese brillo que atrapaba mi deseo, enamorado de la ilusión de ese imposible, que el espejo sea lo real, cuando me supe seducido y atrapado por el deseo acuciante de intentarlo de nuevo, una y otra vez, lo recordé. Me enviaron como castigo.

Lo había olvidado, el espejo me devolvió la memoria burlada, ya había desobedecido antes, merecía un nuevo castigo por mi pecado. Soy uno de los caídos, los que se negaron, los que quisieron ser libres y estúpidos, los condenados a expiar la culpa del saber demasiado habitando la piel y la ignorancia. Mis alas fueron quemadas y caí. Hay otros como yo pero no los reconozco.

Ya no sirve de nada saberlo. Pecaré una y otra vez, caeré, volveré, olvidaré, una y otra vez. Odio el espejo y hago el amor con él cada día. Buscando su secreto, la fisura del regreso.

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