literatura. cuentos contra el virus / 15

'En otro mundo', un relato de amor y sueño de Luisa Miñana

La narradora y poeta inventa un fascinante personaje, Extraña, en esta crónica de una fascinación veraniega

Luisa Miñana. Cuentos contra el virus / 15
La visión festiva y veraniega del relato de Luisa Miñana.
Víctor Meneses.

Lo que os voy a contar sucedió hace mucho tiempo, tanto que incluso podría decirse que ocurrió en otro mundo. Realmente era otro mundo, con sus inevitables objetos inútiles –como las rudimentarias cajas de música, que coleccionaba mi padre- y sus paisajes engañosos, amables para nuestras vidas sencillas, pero también repletos de amenazas. Extraña era una criatura silenciosa, muy observadora; no era retraída, sino que más bien temía a todas horas meter la pata: no soportaré no estar a la altura, se repetía siempre cuando conocía a alguien. Cualquiera le parecía mucho más inteligente, rico en experiencia, divertido o hermoso que ella misma, y siempre miraba de soslayo, para protegerse de todos y de todo. En aquella época y aquel mundo lo que era importante ocurría en lo más alto de la calle principal del barrio. Allí estaba la Plaza Grande, y al otro lado, la calle Cantarranas, que moría en los campos.

Conocer a Extraña me cambió la vida. Nunca la había visto hasta aquel mes de julio, cuando de repente entró en el bar. De su familia, nadie sabía nada, excepto que vivía momentáneamente con un pariente, a quien jamás vimos y a quien identificamos, por propia iniciativa de nuestra precaria imaginación, como padre de uno de sus progenitores. Nunca dejó que ninguno de nosotros la acompañara a casa. Aparecía de pronto, en mitad de la tarde, desde la esquina de la calle Cantarranas, donde estaban los futbolines y el bar del padre de Toño. Allí pasábamos la mayor parte de nuestras horas de vacaciones. Hasta allí venían otras pandillas de otros barrios, y, a veces, también algún profesor enrollado del instituto.

La calle Cantarranas era el punto neurálgico de nuestras experiencias vitales por entonces. Extraña jamás aseguraba si volvería o no al día siguiente ni a qué hora, pero llegaba día tras día. Todos cuchicheábamos conjeturas acerca de ella, de su pasado y el de su familia, de las razones por las que había venido al barrio, hasta que ella aparecía y todo el mundo enmudecía durante unos segundos, que a mí siempre me parecían eternos y me dolían como si estuvieran aserrándome, a la altura del vientre, con un serruchillo romo y endeble: un dolor casi irreal, pero triste y pegajoso, como si no se fuera a ir nunca de mi cuerpo. Jamás le hicimos preguntas porque sabíamos de antemano que no las respondería. Estaba claro que me había colado por ella, aunque no me llegaría a dar cuenta hasta bastante más adelante, terminado aquel verano, cuando Extraña desapareció igual que había aparecido, como por arte de magia. 

No sabía que la amaba, porque todavía no había aprendido la importancia que las ausencias tienen en nuestra vida. Tampoco entendía aún el valor de lo desconocido para mantener la esperanza y la fe en nosotros mismos.

Aquel verano fui feliz, sin saberlo. Fue aquel el verano cuando, después de unos cuantos años, la asociación de vecinos volvió a organizar las fiestas populares, que se celebraban en la última semana agosto. Cada noche de esa semana, en la Plaza Grande, en lo más alto de la barriada, había verbena. La Plaza se vaciaba de coches aparcados, se colgaban guirnaldas y faroles de aire completamente retro, alegres de pura nostalgia, y en las esquinas de la explanada aparecían barras de bar y barriles de cerveza amontonados. No nos perdimos ni una de las verbenas. Solo Extraña faltaba, ahora sí, a estas noches, que eran claramente la traca final del verano. Flotando sobre la alegría descontrolada de la gente y de la música de las orquestas de carretera, sin dejar de bailar y de beber, de reír y enredar como todos, sólo pensaba en Extraña despidiéndose cada final de tarde. El último sábado de agosto era el día final de las fiestas. El dolor en el estómago me decía que aquella tarde Extraña ya no vendría. Que no vendría más, y que la fiesta siempre iba a continuar.

En otro mundo

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