literatura. cuentos contra el virus / 9

'Música alegre en Maitland House' de Javier Sebastián

Un relato con trasfondo musical del autor de 'El ciclista de Chernóbil' y 'El escapista', que formó de joven parte del grupo Alta Sociedad 

Javier Sebastián. Cuentos contra el virus / 9
Una ilustración de Víctor Meneses para Javier Sebastián.
Víctor Meneses.

Tenían prohibido salir al exterior. El doctor Dubry, que era quien dirigía Maitland House, les había dicho que, si lo hacían, sus vidas corrían peligro.

Llevaban así un par de semanas y Rita Moreira y Armand Legrand sintieron la necesidad de hacer algo para levantar la moral de los residentes, que dejaba mucho que desear.

Basta de pasteles de manzana, habían convenido entre los dos. Se acabaron también las partidas de cartas, y esas sesiones interminables de costura a que los sometían las hermanas Bravo. Nadie las aguantaba, se creían más que los demás solo porque sabían manejar la aguja como nadie.

Así que sacaron los instrumentos musicales de sus estuches y se pusieron a tocar.

Ninguno de los dos necesitó partitura, a pesar de lo mucho que Rita Moreira dependía de ella. En cambio, Legrand era más despreocupado y siempre tocaba de oído.

Haber perdido un ojo por culpa de un accidente de moto no le impedía tocar con desenvoltura el acordeón.

Llevaba un parche.

Solo en los días más señalados se ponía el ojo de cristal. Y aunque siguiera lloviendo, aunque todavía no les hubieran dejado salir al aire libre, hoy iba a ser uno de esos días.

Un día feliz.

Cuando decidieron que estaban afinados, cogieron sus instrumentos, bajaron al salón social y colocaron los sofás en semicírculo, lo que suscitó los comentarios de Sofía Belperron, que al verlos pensó que estaban preparando otra de esas charlas suyas sobre las oportunidades que da la vida y lo bien que harían en no dejarlas pasar.

Y es que eso la ponía de los nervios. Como si los demás fueran tontos o se lo hicieran.

Pero ni Rita Moreira ni Armand Legrand tenían intención de dar consejos a nadie, solo querían templar un poco el ambiente tocando algunas canciones del repertorio que llevaban ensayando desde que los confinaron. En el mismo instante en que el señor Milner apareció por allí con su marimba de cuatro octavas, que llevaba de un lado para otro sobre una plataforma con ruedines, le echaron en cara lo mucho que había tardado.

El señor Milner lo achacó a sus piernas. Desde por la mañana le habían estado dando calambres, y el resto no es que lo tuviera muy estable que digamos.

Pero a base de medicación y mucha agua se las iba arreglando. Y la voz la tenía en perfecto estado.

Al menos hoy no habrá pruebas de laboratorio, intervino a sus espaldas el viejo Santoro, que llegaba con su trombón. A punto había estado de tomar prestada otra vez la Selmer Bundy de Fabiola, pero era buscarse problemas, pues sabía lo mal que llevaba que metieran las narices en su armario y tocaran sus cosas, y al final se conformó con el trombón, que tampoco sonaba nada mal.

Además de Fabiola, faltaba Marie Claude Bélanger, esa enfermera que tocaba de maravilla. Parecía que se las hubiera tragado la tierra. De haberse dejado caer entonces por el salón social, se hubieran atrevido con piezas musicales de más altos vuelos. Pero no era cuestión de hacer entonces una demostración de talento, con un poco de música alegre bastaba.

Al principio no se veía a nadie dispuesto a participar en la fiesta, había preocupación. Pero el señor Milner cantó con tanto sentimiento que acabó ganándoselos a todos, su voz era luminosa y florida esa noche.

Maitland House se llenó de aplausos.

Y en cuanto sonaron los primeros acordes de una canción de moda, ya no hubo quien parara. Cristina Lázaro, el padre Bernardino y Sofía Belperron salieron al centro del semicírculo de sofás y se pusieron a bailar, otros daban palmas. Petra se les unió en seguida, parecía una más entre los inquilinos de Maitland House, y eso que lo suyo era ir administrando los medicamentos.

A Legrand se le iban los pies, pero no podía desatender el acordeón, una cosa u otra.

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