"El Monasterio de Piedra es mucho más que caídas de agua espectaculares"

Un libro coordinado por el historiador Herbert González Zymla recorre los 800 años de historia del cenobio y su rico patrimonio natural y artístico

Torre puerta del Monasterio de Piedra, construida en el siglo XII, con un balcón litúrgico añadido a inicios del siglo XV para la ostensión de las reliquias, la aclamación de la Santa Duda de Cimballa y usado como conjuratorio de tormentas y pestes. Torre puerta del Monasterio de Piedra, construida en el siglo XII, con un balcón litúrgico añadido a inicios del siglo XV.
Torre puerta del Monasterio de Piedra, construida en el siglo XII, con un balcón litúrgico añadido a inicios del siglo XV.
Heraldo.es

"El Monasterio de Piedra es mucho más que el espectáculo de sus caídas de agua". Lo dice el historiador Herbert González Zymla, que empezó a interesarse en el cenobio para su tesis doctoral (2011), que luego recogió sus conocimientos en ‘El monasterio de Piedra: fuentes y documentos’ (2015) y tres años más tarde coordinó el gran congreso internacional organizado al cumplirse 800 años de su fundación. Ahora, y junto a Diego Prieto López, ha coordinado la edición de Monasterio de Piedra, un legado de 800 años’, que recoge las principales aportaciones de ese congreso internacional que se celebró del 17 al 20 de abril de 2018 y en el que participaron más de un centenar de expertos en campos como la historia, el arte, la arquitectura o el paisajismo. Las ponencias abordaron temas como el papel de la orden del Císter en la historia de la Corona de Aragón y los demás reinos de la Península Ibérica o la importancia histórica y artística del Monasterio de Piedra desde una perspectiva plural e interdisciplinar. El libro, publicado por la Institución Fernando el Católico, reúne, en sus casi 600 páginas, el saber de 35 autores.

"El monasterio tiene 640 años de historia como abadía y han pasado 800 desde su consagración –relata González Zymla–. Se convirtió en destino turístico en 1860 y desde entonces la mayor parte de los visitantes acuden allí confundidos. Buscan las cascadas y la vegetación y no caen en la cuenta de que algunos de los principales atractivos del enclave, como la Cola de Caballo o el Salto de la Requijada, no son un espacio natural sino un jardín. Juan Federico Muntadas creó un jardín de corte romántico". Muntadas, que heredó de su padre el monasterio y falleció allí en 1912, es un personaje clave dentro de una familia que fue pionera en entender que el patrimonio histórico y natural van ligados al desarrollo del turismo.

La iniciativa de crear el cenobio la tomaron Alfonso II y Sancha de Castilla. "Querían fundar un monasterio cisterciense en algún lugar de la ‘extremadura’ aragonesa para garantizar que estaba administrado todo el territorio –relata el historiador–. Por eso los Reyes hicieron cesiones importantes. Se conserva un pergamino de 1195 en el que queda constancia de que a los monjes se les daba jurisdicción civil y criminal". Nació como filial de Poblet, con una docena de monjes llegados de allí.

"El abad de Poblet eligió,como primer abad de Piedra, a Gaufredo de Rocaberti, de la familia de los señores de La Junquera. Vinieron 12 monjes a una tierra que desconocían, a un medio geográfico hostil. Lo intentaron en un sitio, desistieron; probaron con otro, también lo descartaron; y al final se establecieron en Piedra. San Bernardo, en una de sus cartas, dice que 'Más se aprende en los bosques que en los libros. Los árboles y las rocas te enseñarán cosas que no aprenderás en otros lugares'. Y por eso se establecieron allí". Durante muchos siglos, hasta la tercera y definitiva desamortización, la abadía tuvo un papel fundamental y el edificio se fue ampliando, recogiendo varios estilos. Incluso se sobredimensionó: hubo un momento en que se construyeron muchas celdas que luego no llegaron a ocuparse. De todo ello se da cuenta en el libro.

Curiosamente, en sus páginas no se habla de uno de los datos más conocidos acerca del monasterio. Según la tradición, fue el primer lugar donde se cocinó chocolate en Europa, en 1534. Allí había llegado el cacao, junto a la receta para cocinarlo, de la mano de fray Jerónimo de Aguilar, que acompañó a Hernán Cortés en su primer viaje a México. Herbert González Zymla no lo tiene claro.

"No he encontrado testimonios históricos que avalen ese relato –apunta–. De hecho, Jerónimo de Aguilar no era monje, tampoco era aragonés y ni siquiera murió en España. El hecho de que el primer sitio donde se consumiera fuera un convento tiene sentido, eso sí. Durante mucho tiempo el cacao se consumió con pimienta y en bebida y, en consecuencia, no rompía los ayunos. Eso hizo que en el siglo XVII se disparara el consumo de cacao en los conventos. Pero el relato de que fue en Piedra donde se cocinó por primera vez no se ajusta a la verdad histórica contrastable".

Capítulo aparte merece el rastreo de dónde ha acabado el inmenso patrimonio histórico que guardó el monasterio entre sus muros. Resulta difícil imaginar hoy en día el aspecto imponente que tuvo su interior, lleno de obras de arte de primerísima calidad. Su rico patrimonio empezó a sufrir en la Guerra de la Independencia, cuando las tropas francesas lo convirtieron en cuartel, primero; y las españolas en hospital, después. El cese de la vida monástica en su interior se produjo en 1835, con la Desamortización de Mendizábal. Ya antes, previsiblemente, habían salido algunas piezas para la iglesia de la Asunción de Carenas.

El historiador José Luis Cortés, basándose en investigaciones propias y en las de González Zymla, traza en el libro un detallado análisis de un proceso que casi cabe calificarlo de despojo. Algunos libros y cuadros se enviaron a Zaragoza, pero entre 1835 y 1844, año en que el monasterio lo adquirió Pablo Muntadas, los bienes muebles, según González Zymla, quedaron "a merced de saqueos y actos de vandalismo". Y luego llegaría el reparto.

El archivo y la biblioteca del cenobio sufrieron el peor de los castigos: la dispersión. Pero ese castigo lo sufrieron todos los bienes. En su trabajo, Cortés recoge no solo el famoso altar relicario de 1390 que actualmente posee la Real Academia de la Historia. El reloj del monasterio lo recibió el Ayuntamiento de Molina de Aragón, el órgano acabó en la iglesia de Aguarón, aunque anteriormente lo había pedido Aniñón.

La sillería, que la había pedido Ateca, acabó en Calatayud. El cancel de la iglesia fue a parar a Ibdes y otras estructuras similares a Munébrega y Abanto. En esta última localidad acabó el retablo mayor, y en Ibdes, también, se guardan las imágenes de cuatro santos cistercienses que provienen de Piedra.

En la ermita de la Virgen del Milagro del castillo de Monterde se encuentra el Baldaquino de San Inocencio y un ‘Cristo yacente’. Hay retablos en la parroquia de Santiago de la localidad de Santed, en las iglesias de la Presentación de Cimballa, de Cubel y Aldehuela de Liestos, y en la sacristía de Santa María de Carenas.

En las piezas más pequeñas la dispersión es tal que se puede encontrar el relicario del santo Dubio en Cimballa o una tabla del siglo XV en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Varias cartas del párroco de Abanto a principios del siglo XX testimonian el alto interés de lso anticuarios por las piezas procedentes de Piedra.

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