obituario

Muere Eva Aznar Mihi, a los 44 años

Hija de la exsindicalista y exdiputada regional socialista Encarna Mihi, trabajó en El Bambalinas, estudió Filología Francesa y viajó mucho a China

Adiós a Eva Aznar Mihi.
Retrato de Eva Aznar: tal como era. Sonriente, luminosa, con ganas de comerse el mundo.
Archivo Luis Alegre.

Hay entierros que son cantos a la vida, un intento de despedir con alegría a quien amó mucho vivir, sentir, sonreír. Y logró ofrecerse con candor y temblor. Uno de esos seres fue (era o es) Eva Aznar Mihi, que acaba de fallecer de cáncer a los 44 años. En su funeral laico en el cementerio de Torrero, que coordinó el poeta Adolfo Burriel, se insistió en su regocijo, en su vitalidad, en su constante afirmación de la felicidad. Eva, que fue musa y amiga de muchos noctámbulos sin perder jamás el brillo en los ojos ni su sentido del humor, en el aún reciente y casi legendario Bambalinas, ha dejado en su entorno una huella indeleble de encanto, de cercanía, de sentido del juego y de ausencia de afectación.

Fue jugadora de balonmano, estudió Filología Francesa, trabajó en actividades de promoción comercial que la llevaron mucho a China y departió, una y cien veces, con un sinfín de artistas, cineastas, escritores, desde los hermanos Trueba y Jorge Sanz, Félix Romeo, Labordeta y Maribel Verdú a Luis Alegre, su amigo más constante, o Carlos López Otín, que removió el cielo y la tierra y su propia desesperación para salvarle la vida. La lista, como los amigos que acudieron a decirle su adiós entre lágrimas, sería casi inacabable.

Enferma de cáncer, Eva Aznar parecía la que daba ánimos a sus colegas y familiares entristecidos. Fue una paciente ejemplar, perlada de claridad y de esperanza, y rara vez se quejó de nada: ni de su triste destino, ni casi de su sufrimiento, y en cambio, como se vio en la carta que le mandó a su compañero Roberto, sí entonó una y otra vez el gracias a la vida.

En la última carta que le escribió le decía, entre otras cosas, que había tenido una vida maravillosa, que había sido rabiosamente feliz, y que no temía a la muerte. Más tarde o más temprano, es un lance que todos vamos a vivir, y ella, le decía, la encaraba con la pena que su estado causaba en sus amigos y en su familia. Y también la apenaba que sufriesen por verla padecer, cuando el dolor se volvía inclemente. Entre otras muchas cosas, se retrataba con transparencia y decía que “no tenía pensamientos oscuros”. Ni los tuvo, o no pareció tenerlos en sus noches de bar, de tertulia o de juego de parchís, ni tampoco cuando la enfermedad se reveló con toda su crudeza.

Roberto también le escribió una epístola muy bella y sentida, de atmósfera poética y reiteraciones buscadas: le agradecía que lo hubiera subido a su nube, y que lo dejase vivir allí, con ella, con sus nimiedades, las palabras cómplices, las risas tontunas, las miradas de amor y complicidad, y que llevasen ya juntos 25 años, desde que él descubriese de repente “a la mujer más bella que jamás había visto”, que le robó el corazón de inmediato y lo ha tenido enamorado más y más cada día.

Su "padre" Pedro le remitió una carta también. Emotiva, honda, sentida. La sentía como una hija, aunque su padre verdadero era Joaquín Aznar y falleció hace cuatro años. Su pequeña sobrina, hija de su hermana, también le mandó otra nota y le deseaba que estuviera bien en la playa. O allá donde fuese a habitar ahora con su inmensa sonrisa. Y fue finalmente Encarna Mihi, exsindicalista y exdiputada regional, entre otras, quien la recordó en sus pequeños gestos, en su claridad, en el arrebato constante de vivir con placer, con energía, sin sombras. Y recordó que había sido, que era y que sería “una mujer maravillosa”. 

Uno de esos seres que se van inesperadamente pero que se quedan para siempre: en la luz del recuerdo, en los ecos de su dulzura, en su hechizo, en aquella capacidad insobornable que tenía de proclamar que el mundo a su alrededor parecía siempre bien hecho. Reciente, noble, hermoso y sagrado. Que descanse en paz o que, sencillamente, ponga a bailar y reír a los ángeles.

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