LITERATURA

Santiago Gamboa: "El periodista es un detective sin pistola"

El escritor colombiano publica la novela 'Será larga la noche', donde reflexiona la situación convulsa del país, acosado por bandas medio criminales

Santiago Gamboa.
El escritor colombiano Santiago Gamboa, en una 'fotinski': un fantástico retrato de Daniel Mordzinski.
Daniel Mordzinski.

Santiago Gamboa creció en Bogotá, estudió en Madrid y en París, fue diplomático en la India y ha viajado por todo el mundo como cronista. Volvió en 2015 a Colombia ilusionado por el proceso de paz que iba a acabar con medio siglo de violencia. Lo cuenta en su libro ‘Volver al oscuro valle’, el regreso después de pasar más años fuera de Colombia que dentro, no fue fácil. Y la paz... menos aún. Pero no pierde la sonrisa: "Colombia es una noticia en desarrollo", me dice en su visita a España, donde tiene muchos amigos.

Gamboa habla con una vehemencia suave, con una mezcla de lógica europea y dulzura latinoamericana. Su mirada a su país es de afecto y asombro. Como el que le produce el poder de las iglesias evangélicas, que conforman el meollo de la trama de su última novela, Será larga la noche: "Es un problema preocupante, y hace metástasis, está creciendo".

Arranca la acción con una caravana de vehículos 4x4 de alta gama con lunas tintadas y carrocería blindada. En mitad de una carretera solitaria es atacada con lanzagranadas en una emboscada violenta que va dirigida contra el jefe de la caravana, rescatado in extremis por un helicóptero armado que barre a los atacantes. Podrían ser servicios secretos enfrentados o narcotraficantes de primer nivel, pero el que se salva de esa emboscada es un pastor evangélico. Es la Colombia de 2020. Y el Brasil de Bolsonaro con su bancada de la biblia en el parlamento o la Bolivia de la autoproclamada presidenta Áñez que llega al palacio presidencial con el Nuevo Testamento debajo del brazo… 

"Yo soy agnóstico pero respeto las creencias. El problema es que esas iglesias evangélicas no son solo lugares de espiritualidad, sino que se hace política. En Latinoamérica la mayoría de pastores están aliados con la ultraderecha. Usan la religión para suplantar al estado. Encubren un pensamiento conservador que conviene a latifundistas y grandes empresarios", dice.

En la novela muestra a los pastores en limusinas, en fiestas de lujo, viviendo como potentados. Le digo que resulta chocante, sin embargo, que sea un movimiento apoyado por las clases populares... "A la gente los enorgullece que sus líderes espirituales sean importantes. Hay una sumisión y ausencia de crítica total. En Colombia las desigualdades son enormes, hablamos de gente muy humilde, muy pobre. Si un marido pega a la mujer, el pastor puede intervenir y levantar a trompadas al marido. El político de la región lo primero que hace es ir a hablar con el pastor evangélico. En Colombia se les calcula una fuerza de 3,5 millones de votos". La gente tiene sed de creer. Le pregunto cómo calma la suya: "Yo ejerzo la espiritualidad a través de la literatura y de la música. El arte es mi religión".

"Yo ejerzo la espiritualidad a través de la literatura y de la música. El arte es mi religión"

En la novela muestra cómo una periodista investiga esos brotes de violencia generados por la lucha de poder de dos iglesias, que son rápidamente escamoteados a la fiscalía. En Europa cada vez hay menos novelas protagonizadas por periodistas, han perdido casi todo el prestigio… 

"En América latina tiene una situación distinta a la de acá. Allí los matan. Un periodista es un objetivo militar para el narcotráfico porque denuncia las cosas y hace que se sepan. Y eso es algo que jode mucho, sobre todo a los políticos intermedios corruptos que trabajan para el narco. El periodista es un detective sin pistola, no representa la ley, esa una cosa un tanto viscosa que a veces no se sabe exactamente qué es, sino que representa la verdad que espera la sociedad".

Llegan noticias de decenas de muertos al año en Bolivia por los paramilitares. Le pregunto si la paz es posible y le brillan los ojos con la fe del agnóstico. "La paz no es algo que firmas y a los cinco minutos todo el mundo vive en paz. La paz hay que construirla y, una vez que se construye el proceso, toca transitarlo. La guerrilla desaparece al firmar el acuerdo, pero las personas están ahí. Eran cerca de 7.000 combatientes y unas 15.000 personas de apoyo, y 180 de esos desmovilizados han sido asesinados. También muchos líderes sociales han sido asesinados", explica.

El escritor colombiano engatilla una reflexión: "Antes había el paramilitarismo, los que defendían de la guerrilla a los latifundistas, y se ha mimetizado en otras cosas; hoy andan por ahí esas medio bandas criminales que acosan a los exguerrilleros. El problema es que tenemos un gobierno de ultraderecha que llegó al poder sobre la base del no al proceso de paz. Ellos no pueden echar para atrás el proceso, pero sí pueden demorarlo, tratar de irritar a los ex guerrilleros a ver si se salen del carril marcado. Pero una de las personas más equilibradas en este proceso ha sido Timochenko, el antiguo líder de las FARC, que se ha mostrado cauteloso y ante cualquier conflicto ha dicho que hay que seguir adelante. Hay una fábrica de cerveza artesanal, La Roja, hecha por los desmovilizados, fábricas de café de cultivadores que fueron guerrilleros. Incluso hay caminatas de ‘trekking’ por la montaña por las rutas por donde se movían trasladando secuestrados, un turismo por los caminos de las FARC. Con problemas, pero se avanza".

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