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Pablo Ruiz Picasso, comunista

Aproximación a una historia política del genio malagueño, su visión social, su compromiso con la II República y su antifranquismo

Pablo Ruiz Picasso.
'El Guernica', uno de los cuadros más simbólicos de la historia del arte.
Museo Reina Sofía y Picasso.

En la serie ‘Genius: Picasso’, emitida recientemente por Televisión Española, se aludía muy superficialmente, solo con un par de frases, al Picasso comunista. Por ser éste un tema de evidente interés histórico, nos permitimos exponerlo a continuación con algún detalle.

La noticia de la afiliación de Pablo Picasso al Partido Comunista en 1944, fue una bomba informativa que sacudió a medio mundo. Con ella, el Partido presumió de su influencia sobre las altas esferas sociales, agotando los adjetivos laudatorios en favor del artista universal. Sin embargo, para valorar el acontecimiento en su justa medida, es obligado conocer quién y cómo era realmente el pintor.

Egoísta, celoso, dominante

Del estudio de su vida, decisiones y reacciones, se deduce que Picasso era un hombre egoísta, celoso, dominante, muy supersticioso como buen andaluz, y que sentía un profundo terror hacia todo lo que se refería a la muerte. Era incapaz de entusiasmarse por ninguna idea, ni de amar a ninguna mujer. Dos notas de su carácter: una, el Gobierno republicano le nombró en 1937 Director del Museo del Prado y no hizo ni un solo viaje a Madrid, ni para tomar posesión; otra, no acudió al entierro de su padre.

Se inscribió en el Partido Comunista llevado del ejemplo de varios amigos y colegas, por entonces surrealistas, que, como Éluard, Léger y otros, lo habían hecho porque «había que luchar contra el fascismo», sentimiento del que Picasso participaba, pero, muy de acuerdo con su carácter, sin manifestar entusiasmo alguno. En palabras posteriores suyas, se afilió al Partido Comunista «como el que va a la fuente», impulso que nunca tuvo ratificación en su vida posterior.

Pruebas fehacientes de la tibia vocación comunista de Picasso son dos hechos muy significativos, que merecen comentario. El primero fue el encargo que le hizo en 1953 la cúpula del Partido de un retrato de Stalin, en la idea de que saldría de sus pinceles un retrato solemne, mayestático, en la línea de los retratos áulicos que realizaron David y Gérard de Napoleón. Pero, en lugar de esto, Picasso se despachó publicando en ‘Les Lettres Françaises’ una obra vulgar, sin parecido alguno con el retratado.

Esto supuso un inmenso disgusto para el Partido, que lo recibió como un ofensa, llegando a plantear y difundir dudas sobre la calidad de la pintura de Picasso. Algunos miembros del Partido manifestaron incluso que su pintura no les gustaba, publicando críticas que irritaron al artista.

1962. El premio Lenin

El otro hecho acreditativo del escaso entusiasmo comunista del malagueño, tuvo lugar en 1962 con motivo de la concesión que le hizo el Partido del Premio Lenin. Otro que no fuera Picasso lo habría recibido entusiasmado. En vez de esto, el artista no fue a recoger el Premio a París de manos del embajador ruso. Y cuando éste se lo envió a su domicilio en Cannes, no abrió la puerta a los emisarios (Rafael Fernández–Quintanilla, ‘La Odisea del Guernica’).

Pablo Ruiz Picasso.
Picasso y su compañera, la artista Dora Maar.
Archivo Heraldo.

Otro signo de la personalidad política real de Picasso lo encontramos en una de sus obras más universales, tal vez la más famosa: el ‘Guernica’. Cuando la República española le hizo el encargo del cuadro para exhibirlo en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937, le dio carta blanca para la realización de la obra.

Por tanto, podía haber aprovechado la ocasión para verter en ella todo un ideario político, entre otros el comunista. Pero él no quiso que su cuadro tuviera contenido ideológico de ningún signo. Y la prueba es que, de su contemplación, no puede deducirse si lo ha pintado un republicano o un monárquico, un absolutista o un liberal, un constitucionalista o un nazi. Ése es el gran valor del ‘Guernica’, que le ha consagrado internacionalmente: ser un alegato contra la Guerra en abstracto, contra todas las guerras, sin referencias ideológicas de ningún tipo. Ni siquiera a la guerra civil española del 36, de la que no hay en absoluto ninguna alusión en la obra, y menos a la población de Guernica. Por lo que el cuadro –que se llamó ‘Guernica’, no por deseo de su autor, sino por iniciativa de Paul Eluard–, lo mismo podría haberse titulado ‘Belchite’, ‘Brunete’ o ‘La Batalla del Ebro’.

Es más, en un momento dado, en el lugar del cuadro en que hay un gran ojo, Picasso había pintado en su interior un puño cerrado sujetando un puñado de espigas. Luego, recapacitó y pensó que el puño cerrado podría interpretarse como un mensaje comunista, por lo que procedió a borrarlo y colocar en su lugar la bombilla que hay hoy en el cuadro a manera de pupila. Este «arrepentimiento» del malagueño lo conocemos por las fotografías que hizo Dora Maar, en 1937 pareja de Picasso, a lo largo de toda la génesis de la obra. De este mismo espíritu pacifista participa la famosa Paloma de la Paz del malagueño.

El ‘Guernica’ y sus mitos

Téngase en cuenta que, mientras Picasso pintaba el ‘Guernica’ en 1937, España estaba inmersa en una guerra civil en la que el comunismo dominaba la zona republicana. Madrid estaba sovietizado, con la Puerta de Alcalá mostrando grandes fotografías de Vorochilov, Stalin y Molotov, y la leyenda ‘¡Viva la URSS!’. Funcionaban las checas de Fomento, Bellas Artes, etc., y la castiza Gran Vía estaba rebautizada como Avenida de Rusia. A cuya influencia acertó a sustraerse el artista malagueño en la realización de su gran cuadro.

La pura verdad es que Picasso se hizo comunista única y exclusivamente para fastidiar al general Franco, al que odiaba cordialmente, entre otras por dos circunstancias: primera, por su condición de dictador; segunda, por los fusilamientos que se produjeron en Málaga con motivo de la guerra civil, de los que responsabilizó al Generalísimo. Picasso sabía que Franco odiaba y perseguía con encono al comunismo. Entonces el malagueño se dijo: «¿Odias al comunismo? Pues yo me hago comunista». Y no hay ninguna otra razón de más peso en esta decisión. Porque si en Picasso, hombre frío, había algún sentimiento político auténticamente sincero, era su antifranquismo.

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