Ocio y cultura

Cuerda, un señor ingenioso e hilarante

Retrato del gran cineasta que rodó en 1992 ‘La marrana’ en el monasterio de Veruela

José Luis Cuerda.
Alfredo Landa y José Luis Cuerda en el monasterio de Veruela en agosto de 199, durante el rodaje de 'La marrana'..
Guillermo Mestre.

José Luis Cuerda, de tanto observar la vida, se había convertido en un sabio. Era ocurrente, divertido y sabía mezclar a la perfección las cosas del campo con el absurdo. Era un sentimental llorón que no quería parecerlo. Se quedaba traspuesto ante un atardecer, una canción, un libro (le llegaron muy adentro Fernández Flórez, Alberto Méndez y Manuel Rivas, que acabó siendo su amigo y quizá su autor de cabecera), y siempre hallaba una frase relámpago, un aforismo vertiginoso. 

Era juguetón, le encantaban los meandros del lenguaje y tenía mucho ingenio, como se ve en muchas de sus películas, especialmente en la que quizá sea su obra más disparatada, a la contra de la época, ‘Amanece que no es poco’, donde había de todo, especialmente memoria larvada de España, idiosincrasia y surrealismo rural, y en ‘Tiempo después’, la continuación que transcurría en 9177.

Sus películas recogen algunas herencias de Luis García Berlanga, son sociológicas y críticas, descreídas y humanísimas, pero a la vez buscan otros caminos. Uno de ellos podría ser el realismo mágico. Lo vemos, por supuesto, en las películas citadas, que quizá tengan algo de Monty Phyton y de Jacques Tati (recuerden aquella película deliciosa que era ‘Día de fiesta’), y en particular en ‘El bosque animado’ y en la parte más amable, ese sueño pedagógico a plena luz del maestro y el niño, de ‘La lengua de las mariposas’. Ese don Gregorio encarnaba un ideal de conocimiento y de trato escolar, y de país interrumpido. Cuerda era un maestro del paisaje, le gustaban las luces, las atmósferas, el arrebato del sueño, aunque se atisbe el drama, como ocurría en ‘Los girasoles ciegos’.

Y luego hay otro Cuerda comprometido y crítico. Casi demoledor. Un hombre de acción, nada enfático, que sabe mirar España y las paradojas de su historia –la Guerra Civil, la posguerra, el cainismo clásico de los españoles, la excéntrica impregnación intelectual–, a la vez que atrapa las contradicciones y la sordidez con humor inteligente y coraje. 

Como se veía en ‘La marrana’, ese relato de un hombre encadenado a un cerdo, en un contexto complejo –de cristianos, judíos, de clérigos lascivos, de guerras entre españoles bajo la sombra de Fernando el Católico– donde reina la picaresca y la exaltación a los instintos. Y también ese gusto por la alta cultura, que ya habíamos visto en su insólita ‘Amanece que no es poco’, hermana de delirios de ‘Las truchas’ de José Luis García Sánchez. ‘La marrana’ se rodó entre agosto y septiembre de 1992 en el monasterio de Veruela, y le valió a Alfredo Landa, de nuevo, el Goya.

El gran guionista que era Cuerda, y excelente e irónico memorialista como se ve en ‘Memorias fritas’, ganó dos estatuillas por su adaptación de ‘La lengua de las mariposas’ y de ‘Los girasoles ciegos’, donde colaboró con su amigo Rafael Azcona, otro filósofo de lo cotidiano y asombroso y gozoso conversador.

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