ocio y cultura

Irene Vallejo, del deseo imposible de colmar

Literatura Clásica. La escritora da un salto en su carrera y resume sus conocimientos de Grecia y Roma, sus libros, sus bibliotecas y su cultura en 'El infinito en un junco' (Siruela)

Irene Vallejo.
Irene Vallejo escribe de la lectura, de la escritura, de las bibliotecas y de sí misma.
José Miguel Marco.

Una pieza musical inolvidable no necesita de palabras para expresarse. Por eso quizá viene la ironía a rescatar en ‘Cum Dederit’ de Antonio Vivaldi al oyente y le cuenta: «Colma a los queridos en su sueño. He aquí la herencia del señor, sus hijos, su recompensa, el fruto de sus entrañas». Lo que dice el contratenor en esta siciliana lenta, es precisamente lo que ha logrado Irene Vallejo con su nuevo libro. Colmar, sorprender, documentar, fundamentar. Podríamos seguir con más verbo, pero si en el principio fue el verbo el que sustentó al libro o la música al humano; uno de los libros más humanos del año es seguro este ensayo. ‘El infinito en un junco’ se aposenta en su subtítulo, ‘La invención de los libros en el mundo antiguo’.

Y una vez establecido el tema, Vallejo se lanza a recorrer la historia del pergamino, del libro, del soporte que sea, se llame, piedra, arcilla, piel o junco. El ensayo se abre con cinco citas como flechazos que dejan al lector en un prólogo luminoso basado en el concepto del nomadismo para terminar con un epílogo con caso práctico de lo que ha significado el libro. ¿Y en medio? En medio trescientas setenta páginas sustentadas por dos pilares. Dos columnas que como las que publica los lunes en HERALDO sustentan los mundos que nos conforman, Grecia y Roma. Sin olvidar que estos son herederos del mundo persa y egipcio. Y como a Irene Vallejo no le falta valentía entre documentos, ahí que se ha ido a buscar cualquier rastro de incisiones en cualquier material y englobarlo en el mundo de la escritura.

Trabajando sin cálculo y con entusiasmo y creyendo que pasaría inadvertido, ya ha agotado la primera edición antes del primer mes en librerías. Si la música no necesita de las palabras; aquí los libros no necesitan de las cifras de ventas, pero ayuda, vaya que si ayuda. Y la ayuda que ha tenido para redactar el libro se ve bien reflejada en el capítulo de agradecimientos. Su agradecido mundo griego se derrama en la primera mitad del ensayo.

Y se bifurca, y recorre la biblioteca de Alejandría y lo que es o debería ser la actual. Y cuenta del primer libro, tal y como ahora lo pensamos; pero antes ha desarrollado la historia del pergamino y de cómo se desenrolla lo que no quería que fuese visto por todo el mundo. Y las penurias de ser lector, más antes que ahora, para nuestra fortuna. Que ya no tenemos que leer sombras con tanta frecuencia como cuando todo era otra cosa y las invitaciones a pensar no eran tan frecuentes como las de penar. Y en el nudo del mundo griego que toca libros, se entra con Homero, se viaja a Oxford, se desplaza en caravana de libros por el medio oeste; pero nunca se abandona el mensaje.

Ya sea en palabra escrita, incisa, arrollada o encuadernada. Y es en esta variedad de formatos y contenidos, cuando el lector comprende de primera mano el trabajo ímprobo y laberíntico de Irene Vallejo para sacar un instante más, una anécdota añadida o una curiosidad que obliga a quien la lee, a pararse a pensar.

Bendito junco el de Irene si fuese infinito. Pero solo es un intento, y como buen ensayo, se queda en la finitud de narraciones. Pero tan amplias como las de las tejedoras de historias, que pueden derivar en leyendas o fábulas sin perder criterio. Que las fábulas ahuyentan lo oscuro como la memoria da sentido a lo leído. Porque el lector reconoce en este ensayo, mucho de lo que lo constituye. Desde los temas clásicos, a la curiosidad en grado extremo por saber de qué está hecho lo que sujeta entre sus manos y el por qué tiene esa forma y no otra. Buscando en el pasado, Vallejo ha logrado que en la actualidad se multipliquen las preguntas y las dudas, nada malo para estos tiempos de gritos y certezas de humo. Como el fin de las librerías, o de las novelas. En la segunda parte del ensayo, que dirige la columna romana; la autora muestra la de librerías que creyeron en el libro por encima de las vidas, como las que se leen en las novelas, como las novelas que no caben en una vida.

Irene Vallejo.
Irene Vallejo.
Alfonso Basallo.

Luego un paseo con Ovidio o de cómo el canon ha dinamizado al clasificar –vuelve la ironía a campar a sus anchas–, las lecturas a lo largo de la historia. Ya sea la de los gulags, Sarajevo, códices o libros prohibidos. Nada escapa o esquiva este ensayo que en su loca ambición por hablar todo lo que pueda sobre el libro no llega a puerto alguno concreto con un cronómetro en la mano, sino que ha abierto las ventanas que todavía cualquier lector –nadie sabía de antemano lo que sabrá al terminarlo–, espera encontrar en su vida.

Lo que hubiera dado Vallejo por estar en una de las veintitantas bibliotecas que había en Roma en el siglo IV d. C., solo lo sabe ella. El entusiasmo en transmitirlo, lo alberga la erudición escondida entre líneas. La prosa no se alambica en ningún momento, la anécdota busca su raíz, y la flor que surge en forma de nuevo conocimiento deja bien claro que un gran trabajo sin la búsqueda del rédito impregna de frescura uno de esos libros que todos querrán tener para consultar. Pues cuentos breves para explicar la historia del libro, no faltan.

Fogonazos históricos conocidos o desconocidos con los que acompasar épocas, tampoco. Todas las guerras y sinrazones que han buscado en las bibliotecas el chivo expiatorio para sus causas, hallan en ‘El infinito en un junco’ al fiscal que no querrían ver. Si Vivaldi colmó a los queridos en su sueño, Vallejo no se ha quedado demasiado lejos con los suyos. Lo pretendiese o no; supiese o no que su apellido tiene el mismo número de letras que el del italiano.

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