ENTREVISTA

Rafael Moneo: "Hoy, la arquitectura está menos ligada al poder que antes"

El arquitecto navarro protagoniza estos días una exposición en el palacio de Sástago sobre su obra en Aragón. La muestra ha sido organizada por la Diputación de Zaragoza y el Colegio de Arquitectos

El arquitecto navarro Rafael Moneo, ante uno de sus proyectos que forman parte de la exposición
El arquitecto navarro Rafael Moneo, ante uno de sus proyectos que forman parte de la exposición
Raquel Labodía

Su primera obra de envergadura la hizo en Aragón, la Fábrica de Transformadores Diestre (1964-1967). Sorprende el atrevimiento de la escalera.

Tenga en cuenta que está en las oficinas. Aunque hay algún apunte de arquitectura menos industrial, la fábrica de transformadores reclamaba volúmenes determinados. Yo había terminado la carrera en el 61, en el 63 obtuve la beca de dos años en Roma y ya allí empecé a trabajar en los planos de Diestre. Los propietarios tenían una inteligencia natural y mucha confianza en mí. La fábrica siente la atracción de la arquitectura de Aalto, refleja su dinamismo orgánico.

Su siguiente trabajo para Aragón lo presentó a un concurso, el de la remodelación del centro histórico de Zaragoza (1969-70), que no ganó. Se dio muchas ‘palizas’ recorriendo el casco histórico...

Yo ya conocía Zaragoza. Piense que Tudela, hace cincuenta años más que ahora, tenía fuertes vínculos con Zaragoza. Muchos tudelanos venían aquí al médico o a comprarse ropa. El concurso era muy atractivo porque vivíamos en un momento en el que se empezaba a cuestionar cómo restaurar el centro histórico de las ciudades. Se buscaban soluciones para algo que entonces aún era más espeso de lo que es hoy. Es un proyecto que nos obligó a pensar mucho porque había peculiariades que ahora aún parece que se mantienen. El paseo de la Independencia es un lugar donde todavía uno tiene la sensación de hacer vida en la calle; la plaza de España sigue abierta, no es una plaza monumental. Creo que en Zaragoza nunca se ha sabido muy bien cómo rematar el paseo de la Independencia.

Su propuesta era renovadora pero, a la vez, integradora.

El proyecto, en realidad, no exigía un enorme esfuerzo de invención; pedía proponer un mecanismo de ajuste entre tipos arquitectónicos ya conocidos. El arquitecto no siempre tiene que hacer propuestas formales con componentes poéticos.

Sorprende la minuciosidad de sus dibujos, la cantidad de horas que dedicó a reproducir los tejados de Zaragoza. Ya no se trabaja así. Hay quien piensa que se puede ser arquitecto sin saber dibujo.

Seguramente el dibujo ha perdido importancia, sí, pero desde la segunda mitad del siglo XV hasta el siglo XX ha sido el gran aliado de los arquitectos. Un constructor gótico no necesitaba el dibujo pero un arquitecto sí.

Lleva décadas formando a las nuevas generaciones de profesionales. ¿Qué virtudes le pide a un joven arquitecto?

La arquitectura se aprende desde la arquitectura, así que, en primer lugar, para ser arquitecto hay que haberse imbuido bien de todo lo lo que son nuestras ciudades. Se necesita una educación cultural tan amplia como se pueda adquirir porque hay que saber qué se quiere hacer y cómo. Pero la profesión no se puede entender de manera unívoca.

A los arquitectos, hoy, se les pide que sean urbanistas.

Lo que hay que pedirles es que conozcan y entiendan la ciudad, que no es exactamente lo mismo que ser urbanista. Quienes trabajan en una ciudad deben ser conscientes de que cambia. Todo cambia. Me resulta muy antipático pensar que las generaciones que vengan no puedan definir sus ciudades.

En la exposición pueden verse sus cuadernos de dibujo, en los que realiza bocetos de sus edificios. ¿Cuál es el primer paso de uno de sus proyectos?

Establecer estrategias que tengan futuro y sean justas.

¿Le da más importancia al diseño que a los materiales?

Le doy mucha importancia a los materiales. Son envolventes y conjuntivos, acompañan al hecho constructivo. En Aragonia, por ejemplo, la diversidad de usos dio origen a la aparición de materiales diversos. Es difícil que la arquitectura sea abstracta, pero también me gustaría que manejásemos lo permanente e indestructible con más mesura.

Que la arquitectura sea sostenible, vamos. La suya lo es desde hace tiempo, ¿o no?

No en el sentido que hoy se le da al concepto. Nosotros hemos incorporado a los proyectos una sostenibilidad pasiva.

En los países del Golfo Pérsico están presentes todos los grandes arquitectos de nuestro tiempo. ¿Qué le parece lo que se está haciendo allí?

Reconociendo que en una ciudad siempre hay un componente artificial, el grado de artificialidad que hay en esas ciudades es difícil de entender. Habrá que ver esos países dentro de 150 años, porque esa artificialidad es aparentemente opuesta a la sostenibilidad.

¿Y qué opinión tiene de lo que en Zaragoza llamamos ‘la arquitectura de la Expo’?

Creo que Zaragoza todavía tiene que digerirla.

Once años después, muchos edificios están aún sin uso.

Porque el optimismo no siempre está acompañado por la clarividencia.

Usted es un ejemplo de esos arquitectos a los que no se les disparan las cuentas...

No me ha favorecido el hecho de que nunca haya sentido que me permitiesen, desde la autoridad que a veces ejercen otros colegas, moverme libremente en cuestiones de presupuesto. La verdad es que no sé si eso es una virtud o una limitación. Reconozco que a veces me hubiera gustado tener más presupuesto en alguno de mis proyectos. Pero hacer obras con mucho, mucho presupuesto es difícil. La mesura en el empleo de los materiales y el sentido del límite siempre hace más fácil el trabajo del arquitecto.

La arquitectura, que antes se asociaba al poder, hoy está vinculada al dinero. Quizá, en el fondo, sea lo mismo.

Me da la sensación de que hoy el poder necesita la arquitectura menos que antes. El problema es que los mecanismos del mercado están muy presentes en la sociedad actual, y toda la racionalidad que ha acompañado siempre a la evolución de las ciudades empieza a estar muy distorsionada por el mercado.

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