ocio y cultura

Casas de piedra seca, vividas, en La Muela

Fernando Sánchez Grassa y Javier Plaza estudian esas construcciones de arquitectura popular y documentan 234 unidades que le confieren un carácter especial a la localidad zaragozana

Fernando Sánchez Grassa (Zaragoza, 1975) y Javier Plaza (Pamplona, 1974. Reside en Zaragoza desde hace años), que une a su condición de investigador la de novelista, siempre se habían interesado por los temas etnográficos. Sabían de la presencia de las casas o casetas de piedra seca en La Muela y propusieron al Ayuntamiento llevar a cabo el estudio.

Entonces, el consistorio -que gestiona varios museos- ya estaba inmerso en otros proyectos culturales sobre la vida tradicional, como la rehabilitación del antiguo nevero. La Unesco había declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad esta técnica. “Además -dicen-, también Aragón había legislado sobre ella. Creímos que era un buen momento para reconocer este elemento del patrimonio cultural del municipio”. Aceptaron de inmediato y comenzó las faena.

TÉCNICA Y ESFUERZO

Para Sánchez Grassa y Javier Plaza resulta muy interesante la precisión del trabajo que se desarrolló en el pasado para su construcción de las casas de piedra y los miles de horas de esfuerzo que utilizaron para levantarlas: “Las más grandes, las bordas, son fruto del trabajo comunal”.

Explican: “Su construcción no es tan solo cuestión de horas de esfuerzo. Para alzar cualquier muro de piedra seca y, en especial para la construcción de las cúpulas por aproximación de hiladas sin argamasa, hay que tener unos conocimientos técnicos que se transmiten desde la antigüedad, oralmente y mediante el ejemplo. Tan solo cuando observas con detenimiento el cerramiento de una caseta aprecias lo complicado de su elaboración”.

EL ARTE DE CONSTRUIR

Dicen los autores que en Aragón tenemos la suerte de que Eugenio Monesma grabara la construcción de una. “Ese documento nos muestra la complejidad de lo que parece sencillo. Hay casetas que, para sujetar la cúpula, tienen muros de piedra de algo más de metro y medio de grosor y, por supuesto, sin argamasa”.

LOS CONSTRUCTORES O CANTEROS

“Aunque en muchas zonas se conoce la existencia de ‘maestros pareteros’ -dicen Sánchez Grassa y Plaza-, la abundancia de casetas en La Muela hace pensar que eran muchos los vecinos, agricultores y pastores, que aprendían a hacerlas”.

Se hacían por necesidad con “habilidad, maestría y cariño”. Al no haber agua abundante ni madera, el tipo de construcción era limitado. “Esta limitación generó una respuesta ingeniosa que se transmitió de generación en generación, durante miles de años. Ese habilidad recurrió a lo que tenía a mano: las calizas blandas de La Muela”, sostienen.

UTILIDAD

Las casetas de piedra son muy variadas, en función de sus dimensiones y su tipología. Aunque pedominan las de tipo ‘tambor’, las hay cuadradas, con forma de iglú, totalmente enterradas. Precisan Francisco y Javier: “Las hay pequeñas, que se usaban para guardar aperos de labranza, o como refugio en caso de emergencia; otras servían para pasar la noche, en ese caso muchas veces durante el día se prendía fuego a hierbas y arbustos en el interior y así la piedra se calentaba y los gruesos muros guardaban el calor durante gran parte de la noche”.

Por otra parte, las más grandes, las bordas, eran de uso comunal y podrían reunirse a pasar la noche los trabajadores y pastores que estuvieran en la zona. “Tienen en su interior chimenea y, en algún caso, bancos de piedra”, recuerdan los autores del estudio.

Las de tamaño medio y grande se utilizaban cuando había que pasar varios días trabajando en los campos o con el ganado. Precisan Sánchez Grassa y Javier Plaza: “No eran construcciones de consumo. Eran piedras para ser vividas y vivir el tiempo, el cronológico, de las esperas y las labores de la jornada, y el meteorológico, para el cual las construcciones suponían un refugio”.

LUGAR DE CONSTRUCCIÓN

La mayoría están junto a algún campo, de olivos y almendros o yermos ahora; de viñedos, antes. “Más o menos en cada zona de la estepa hay alguna grande, una borda, están repartidas y siempre alejadas del municipio. Por norma general, las casetas se alzaban en la parte de cada loma que quedaba protegida del cierzo, la opuesta al Moncayo, “que se ve perfectamente desde todo el territorio”.

CURIOSIDADES

Dicen Francisco y Javier que muchas de las casetas situadas donde antes había viñas tienen “pequeñas ventanas por las que el propietario del campo podía vigilar que no robaran la uva en tiempo de vendimia. En estas casetas era usual dejar alguna prenda de abrigo vieja a la entrada, incluso cuando el agricultor se iba, para que si alguien se acercaba con intención de vendimiar lo ajeno no supiera si el dueño estaba o no viéndole. El miedo guarda la viña”.

Había una antigua zona minera donde se extraía sílex para “la fabricación de piedras de chispa, utilizada para prender la pólvora en las armas hasta principios del Siglo XIX. En esa zona hay casetas cubiertas por el sílex de la mina, es de suponer que esas casetas las usaban los trabajadores de las minas, pero en todo caso el sílex que las cubre nos demuestra que estaban allí hace 200 años".

234 CASETAS EN LA MUELA

Se instalaron ahí por la conjunción de varios factores: el clima estepario unido el cierzo y la altura endurecían las condiciones de permanencia en los campos durante las labores agrícolas y pastoriles, la propia morfología del terreno y la escasez de árboles, e incluso de agua.

“En Aragón se encuentra este tipo de construcciones en zonas del Pirineo y del Maestrazgo. En la provincia de Zaragoza tan solo están las de Grisel, en número más reducido, y las de La Muela, que son tan peculiares por varias razones: por hallarse en plena meseta esteparia y por formar un conjunto muy amplio”.

En su estudio de campo han localizado 234. "Al haber hallado casetas en la zona de las antiguas minas de sílex (que se abandonaron a principios del siglo XIX), sabemos que al menos unas pocas casetas tienen dos siglos de antigüedad”, declaran.

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