Por
  • J. L. Rodríguez García

Escritores

Hay un tipo de escritor adicto a los libros inolvidables.
Hay un tipo de escritor adicto a los libros inolvidables.
HERALDO

Tiende a creer la ciudadanía, y acaso no sin parte de razón, que el escritor es ese tipo que es dado a mirar con desasosiego al resto el mundo y que suele escandalizarse si alguien asegura no conocerlo. Añadiría que suele ser tribal y que necesita escuchar diarios parabienes de sus colegas para no caer en profunda depresión. Algunos llegan al suicidio de no darse tal circunstancia, como le sucedió al bueno de Roussel, que acabó sus días en Palermo luego de otro de sus estrepitosos fracasos teatrales. Pero hay otro tipo de ‘écrivain’ -recordando a Barthes, quien no hablaba de esto, por cierto-. Se trata del escritor al que le traen al pairo los medallones y las vieiras edulcoradas, y cuya preferida tribu son los libros inolvidables y las palabras que cuida como un cuidadoso orfebre.

Huyen de presentarse con tarjetas doradas. Existen casos sonados y de sobra conocidos: el maléfico Rimbaud es modélico, aunque prefiero a quien apodaron en su día el ‘amargo’ Bierce, el autor del ‘Diccionario del diablo’, desaparecido a finales de 1913 en México, e inmortalizado por Fuentes en su magnífica ‘Gringo viejo’. Gentes así vivifican el oficio del ‘écrivain’ de Barthes. He leído hace semanas una referencia al respecto sobre la ausencia de Süskind, y también me vienen a la memoria el inimitable Salinger y esa otra sombra misteriosa que es Traven, el autor de ‘El tesoro de Sierra Madre’, oculto y quién sabe si muerto antes de nacer. Gentes nada bulliciosas y que no venden elogios al por mayor.

J. L. Rodríguez es catedrático de Filosofía (Unizar)

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