coleccionismo

El gabinete de las curiosidades médicas

El otorrino aragonés Héctor Vallés atesora desde hace décadas antiguos instrumentos para tratar enfermedades. Esputeros para dama, trompetillas de iglesia , abrebocas, pastilleros e incluso audífonos con brújula incorporada componen su colección

Héctor Vallés, jefe de Servicio de Otorrinolaringología del Hospital Clínico de Zaragoza, se considera un coleccionista "casi desde la cuna. Mi padre era médico y por aquel entonces las consultas se hacían en casa. Mi padre tenía su despacho y una pequeña clínica y, como es natural, instrumental médico se desechaba por su uso o por haber quedado obsoleto. Pero a mí me fascinaban esos objetos y fue entonces cuando empecé mi colección". Años después, el mismo Vallés se dedicó a la medicina, "y pasé por la antigua facultad y el antiguo Hospital Clínico, donde también se tiraba muchísimo material en cada reforma. En realidad, el trabajo del coleccionista es percibir cuándo se encuentra ante un objeto interesante y, en el caso de la medicina, es fácil creer que su lugar está en la basura".

Décadas después, Vallés cuenta con su gabinete de curiosidades médicas personal, un conjunto que resume el avance de la medicina en el siglo XX y las soluciones y tratamientos paliativos de enfermedades como la difteria o la tuberculosis. El primer objeto que destaca es un aparato de inhalación, aproximadamente de 1910, que utilizaban los pacientes que tenían alguna infección o inflamación. "Se inhalaban las fórmulas magistrales que elaboraban los médicos, y que tenían elementos que podían aliviar esas inflamaciones. Esto se utilizaba antes del antibiótico, por lo que era la única manera de tratarlas". Precisamente, un inhalador similar le dio a Vallés un buen susto en un aeropuerto. Había encontrado el instrumental antiguo en un rastrillo, pero al contener un bote de cristal para inhalar la Policía creyó que se trataba de material para consumir 'crack'. "Menos mal que tenía la caja original y pude mostrarles que era un instrumento antiguo. Al principio no me creían", se ríe.

Algunos de los objetos que guarda el doctor Vallés
Algunos de los objetos que guarda el doctor Vallés
José Miguel Marco

Esas fórmulas magistrales que se inhalaban para tratar inflamaciones no tenían grandes secretos, "al fin y al cabo, el dinero se cobraba por consulta, no por el tratamiento". Otra cosa distinta era en las farmacias, donde se elaboraban tónicos, pastillas y grajeas para tratar los males. En ese gabinete del doctor Vallés destaca una vitrina de pastilleros antiguos, decorados con motivos modernistas y de art decó, muchos de ellos de profesionales aragoneses.

Agudizar el ingenio

Una enfermedad terrible que causaba altas tasas de mortalidad infantil era la difteria, que traía consigo la inflamación de la garganta. El doctor Vallés guarda un curioso dedero que permitía enganchar un tubo que se colocaba en la garganta y así se lograba crear una pequeña abertura para la respiración. "Una vez pasada la fase más crítica y bajaba la inflamación ya se podía quitar -comenta-. Muchos de estos artículos son curiosos porque demuestran que la necesidad agudiza el ingenio. Ahí están los abrebocas, por ejemplo, que era la única manera de poder llegar a la garganta con un paciente que aguantaba dolores y estaba despierto". Luego llegaría el cloroformo, con máscaras como las que guarda Vallés, "y que dormían al paciente. Lo curioso es que no existía la figura del anestesista, el médico creía que la tarea de administrar el cloroformo no le correspondía y lo hacía el practicante. Y, sino había, pues cualquier mozo".

Otra enfermedad común hace décadas era la tuberculosis, que producía expectoraciones sanguinolientas. "En realidad, había tantas infecciones sin tratar que era habitual que la población tuviera que escupir en algún sitio. Por ejemplo, en las escaleras. Por aquel entonces, había en los rellanos escupideras, donde los que subían o bajaban pudiera expectorar. Pero, claro, si se veían restos de sangre los vecinos podían saber que fulanito o fulanita tenía tuberculosis. Por ello, existían los esputeros, como este de mujer". Y enseña una fina pieza que bien podía ser una botellita de perfume. "Se abría esta tapa dorada y la señora podía escupir aquí sin que nadie supiera si estaba enferma".

Mejorar la acústica

Como otorrino, el doctor Vallés siente especial predilección por los elementos que aliviaban la sordera. En una estantería cuenta con varios 'acusticones', una especie de micrófono con batería que llevaba el sonido a un auricular. Se trata de un objeto pesado, de principios del siglo XX, que seguramente se utilizaba dentro de casa. Más antiguas son las trompetillas, "que eran de dos tipos, de iglesia o de teatro. Esta que tengo en guardada es del siglo XVIII, de iglesia, y se sabe porque su color es oscuro y discreto. Por entonces en la iglesia la gente no estaba sentada, sino de pie. La trompetilla se colocaba de manera vertical, para recoger el sonido sobre las cabezas del resto de los feligreses. Las de teatro eran muy parecidas, pero más decoradas. La trompetilla que utilizaba Beethoven para escuchar sus obras y que se guarda en un museo alemán es muy parecida".

Entre los objetos relacionados con la sordera destacan unos pequeñísimos audífonos de plata que se introducían en el oído; los tubos de conversación, de estructura similar al estetoscopio y que permitía conversaciones sin necesidad de que hubiese que gritar al oído. "Es del siglo XIX, donde se guardaban más las distancias por razones sociales e higiénicas", cuenta Vallés. Y aún guarda otra curiosidad, unos metales para poner 'orejas de soplillo' y captar mejor las ondas acústicas. "Lo llamativo es que en el estuche incluye una brújula, porque por entonces no se comprendía muy bien qué era el magnetismo y se creía que según la orientación podía llegar mejor el sonido".

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