Tiempo de aforismos
Ya perdonarán que empiece compartiendo lo que para mí es la noticia del año, o mucho más. Un colegio que se construye en Arcosur llevará el nombre de Ana María Navales. Lo leí en estas páginas y me conmocioné. Estas cosas se avisan. Gracias a todos los que lo han hecho posible.
Miguel Catalán, mi admirado amigo valenciano, el autor de la saga sobre el engaño titulada ‘Pseudología’ (hasta el momento siete volúmenes), es también un obsesivo recopilador de aforismos, propios y ajenos. Sus libros de paradojas o “pareceres aparte de la opinión común” son hasta el momento ‘El sol de medianoche’, ‘La nada griega’ y ‘La ventana invertida’. La editorial valenciana Trea acaba de publicar ‘Suma breve’, su aforística completa, que comprende también tres inéditos, ‘Así es imposible’, ‘El paréntesis vacío’ y ‘El altar del olvido’.
Catalán define el aforismo como “un fulgurito, ese pequeño fragmento de tierra fundida por un rayo en milésimas de segundo”, y en su repertorio los hay de todo tipo, y, aunque predominen los de enjundia filosófica, los hay hasta chistosos, aunque no exentos de enjundia. Y de mala uva, como el que dice que “puede que la vida sea solo una pequeña digresión de la naturaleza”.
Entre los primeros, por ejemplo, “el destino es un antídoto contra la ansiedad”, el que dice “no siempre que me ensimismo me enmimismo” (que le encantará al aforístico Ortiz-Osés). Los hay sociológicos, como “el desconfiado hace que su interlocutor se sienta mala persona; al despertar en sí la perversa idea que aquel erróneamente le atribuye, es como si cayera en la cuenta de que pudo haberla tenido”. En unos casos u otros lo fundamental en es el ingenio, como corresponde al género: “El guardaespaldas es el sicario perfecto para matar a su jefe”, “si amas de verdad a Bach, otorgarás tu perdón al clavicordio”, “esos padres temerarios que ponían a sus hijos el nombre de Felicísimo”… Los avances increíbles de la ciencia dan origen a algunos como este: “Un espermatozoide de 50 micrómetros de longitud acaba de convertirse en un jugador de baloncesto de 2,15 metros de altura”, y ni las artimañas de la publicidad editorial se libran de su daga: “Nunca leo un libro titulado entre signos de interrogación. Lo único que te garantiza un ensayo titulado ‘¿Hacia dónde va Europa?’ o ‘¿El fin de la letra impresa?’ es que el autor no sabe hacia dónde va Europa ni mucho menos qué va a pasar con la letra impresa”.
Gracias a Catalán sé que existe toda una editorial dedicada a los aforismos. Pero hablando de este género no puedo dejar aquí de recordar que Andrés Ortiz-Osés, ya citado, es hoy uno de sus máximos cultivadores. Haciendo en ellos quintaesencia de todos sus intereses pensantes, nos regala asiduamente sus enjundiosas perlas, en las que nada humano y divino le es ajeno. Una muestra más de su vitalidad intelectual portentosa. Por algo lo han nombrado ‘Búho’ los Amigos del Libro.
Un último ‘fulgurito’ de Catalán: “¿Le importa si comparto mi ignorancia con usted?”. Pregunta retórica. Es lo que hago siempre en estos ‘sacos’.