Ocio y cultura

Zaragoza se convirtió en la ciudad del ballet

Emilia Bailó leyó el manifiesto del Día de la Danza de la egipcia Karima Mansour y se organizó una gran cita de bailarines desde 6 a 80 años ante el Pilar bajo la dirección de Arantxa Argüelles

Más de 150 personas de entre 6 y 80 años han participado en el acto del Día de la Danza que se ha celebrado este domingo en la plaza del Pilar de Zaragoza. Entre los participantes se encontraban desde alumnos de 4º de Primaria del CEIP Julio Verne, hasta alumnos de edad avanzada del proyecto 'Ballet para la comunidad.

No está claro si el alcalde Santisteve y su concejal Rivarés coinciden en sus visiones políticas sobre Zaragoza, pero sí en algunas percepciones sobre la danza: “Zaragoza es una ciudad de danza”, esa actividad artística que exige “sufrimiento, sudor y esperanza” y que encarna “el maravilloso arte de vivir”, según añadió Rivarés. Ayer, en la plaza del Pilar, ante la Basílica, se celebró de manera rezagada el Día de la Danza, y contó con más de 150 bailarines de 6 a 80 años, más o menos. Por eso, Rivarés dijo que nunca es demasiado pronto ni demasiado pronto para empezar ante más de personas. El Centro de Danza fue el encargado de organizar un acto que duró en torno a una hora bajo el soleado azote del cierzo.

Emilia Bailo, una maestra del oficio, una clásica en la onda de María y Lola de Ávila, Cristina Miñana y tantas otras, leyó con emoción el manifiesto que redactó la bailarina y coreógrafa egipcia Karima Mansour. Las jóvenes bailarinas de Carmen Aldana, que ha tomado las riendas de su estudio, explicaban cómo sentían la danza: “Sentimos seguridad y queremos dar lo que llevamos dentro”, apuntó Teresa. María dijo que quería “transmitir al público lo que llevo dentro para que disfrute de ello”; Claudia usó tres palabras: “Desconexión y felicidad”. E Isabel subrayó: “En la danza expreso mis sentimientos, lo que siento y lo que me emociona. Más que sentir presión, esto es un hobby”. Y Teresa apostilló: “Somos como una gran familia”. Emilia Bailo dijo, entre otras cosas: “La danza es sanadora. La danza es donde la humanidad puede encontrarse”.

Luego los alumnos del colegio Julio Verne representaron una pieza de danza creativa, basada en en el cuento ‘La casa encantada’, que leyeron con seguridad y corrección dos niñas. Arantxa Argüelles dirigió también una gran barra de ballet, amenizada por el pianista Antonio Álvarez, en la que intervinieron su propio elenco, los alumnas, y alumnos, de la Academia Foss, Bailaran Art Academia, Centro de Danza Antonio Almenara, la Escuela de Carmen Aldana, Estudio 12 y los integrantes de Ballet para la Comunidad, un proyecto creado por el Centro de Danza, dirigido a mayores de 60 años.

Arantxa, que fue “una prima ballerina”, parecía contar cuentos, animar, acompañar los movimientos con frases y vocablos en francés. Les pedía a sus niñas que la mirasen y se pusieran “así de guapas”; y a las mayores les susurraba: “abro, vuelvo, estiro, cierro”. “Rotación, cambio”, etc.

La mañana se cerró con otra pieza dirigida por Emilia Bailo, que marcó los movimientos y fue objeto de aplausos y vítores, y un clamor unánime: “¡Emilia! ¡Emilia!”. Quizá fuera su retorno a la danza bajo el sol y un cierzo travieso que a veces mordía los aleros y petardeaba incluso en los altavoces.

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