Un ángel en el Tubo

Baldomero era un ángel de la guarda jubilado, que no atravesaba por su mejor etapa. El cierzo de aquellos primeros días veraniegos trajo algo de frescor y una ansiada noticia. Tres años de pleitos y aplazamientos le daban la razón. El tribunal fue diáfano en su fallo: por vida laboral útil, entendía el tiempo de trabajos efectivamente prestados. Volvía a la élite de los ángeles de apoyo. Según la sentencia, le restaban dos años, tres meses y un día de servicios. Al descender de los juzgados celestiales, encontró el bar que necesitaba. Un camarero en apuros le tiró una caña, fresquita y espumosa como a él le gustaban, que cerraba su oscuro periplo de retiro forzado. La acompañó con unos choricillos. Pensaba dedicar unos ratos a Manuel, y a otros Manueles necesitados de un espíritu bienaventurado en el Húmedo o la calle Laurel, pero los momentos de charlas y tapeo en los locales vecinos no contaban.

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