Una dulce y arropadora música llegaba a mis oídos, como cálido abrazo al agitado viento, que se entrelazaba en el exterior y que invitaba a los contraídos rostros a recogerse en sus nidos construidos con artificio.

Sin embargo, hacía rato que soñaba alejada del frío. Tras unas notas acordes y melódicamente perfectas, un mundo habitado por seres tranquilos, de movimientos suaves, pausados como la misma música que ahora me envolvía; de deliciosos gestos, carentes de bruscas y dolientes palabras, de deliciosas formas, de suaves y dulces expresiones.

Seres de fragilidad infinita que cimbreantes ante un saludo se mostraban solícitos y dispuestos a enviar esa cálida expresión de sonrisa grata, que danzaba sobre el do-re-mi de mi música.

Vagas palabras, que sonaban a aplauso en mi cabeza trazaban al fin de “pentagrama” más perfecto de aquellos seres tranquilos y de suaves cimbreos, que no eran sino entes de un musical sueño del que ahora despierto.

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