No era muy mayor, pero llevaba impresas en él las huellas de la vida.

El abuelo era feliz rodeado de sus nietos, cuatro en total. Eran su alegría.

-- Abuelo, cuéntanos un cuento -decía Clara, la pizpireta del grupo.

-- Había una vez...-empezaba él.

Voz engolada y dicción dramatizada creaban el mundo imaginario que tanto les gustaba.

--...y Hansel y Gretel, por un hechizo de la bruja, viajaban en una calabaza convertida en carroza escoltada por siete enanitos -seguía contando- que se dirigía al palacio bajo el mar en donde Bestia vivía con Campanilla y otras sirenitas...

-- ¡Pero... abuelo!

No entendían por qué destrozaba historias tan bonitas. Disgustados, lo dejaron solo y se quedó muy triste. Bien sabía él lo que le pasaba.

Una lágrima, sólo una, resbaló por aquella cara llena de surcos. Su cabeza era un enredo de hilos sueltos y su memoria, un agujero negro. No había retorno.

¡Pobre abuelo!

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