Tuve que apoyar la mano contra el suelo para evitar que el cierzo me zarandeara de nuevo. La sequedad del seco césped que quedaba pinchaba nuestros traseros y las piernas nos colgaban sobre la antigua rivera.

Mientras mirábamos el cielo cubierto y ennegrecido, le conté las historias de las heroínas de otra época que habían inspirado su nombre y Agus me miraba extasiada, con ganas de más.

Se levantó de un salto y simuló lanzar la bala de un cañón mientras gritaba cánticos de resistencia. Reímos por fin.

Seguimos con la mirada a un gato negro que cruzaba el antiguo cauce del que en su día fue un caudaloso río y que ahora era sólo una amalgama de ramas y residuos.

Nunca me atreví a contarle qué había pasado. Qué nos había llevado hasta allí. Que antes aquello eran jardines bañados por el rumor del agua. Que un día todo fue diferente

A lo lejos, las tres torres que quedaban de la basílica se levantaban imponentes sobre las pocas edificaciones que permanecían todavía de pie.

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